El martes 30 de octubre, dentro del ciclo de conferencias OSCILACIONES EN TIEMPOS DE CRISIS se llevó a cabo la presentación titulada “¿Qué significa la autoridad en nuestros tiempos?” impartida por la Dra. Delia de la Cerda Aldape, psicoanalista didacta y psicoanalista de niños y adolescentes de APM.
Con un numeroso público la autora menciona que la crisis de la autoridad consiste en las verdaderas dificultades de los padres para decir “no” y asumir un lugar genealógico de “padres”. La expositora menciona que en un momento de nuestra evolución histórica se evitó prohibir, es decir que frustrar al niño ya no era tolerable; en ese momento se revolvieron todas las señales de la autoridad, y desde entonces nos es muy difícil identificarlas. El problema se convirtió en uno inter y transgeneracional.
El niño pequeño tiene necesidad de la ayuda del adulto –padres, no solo para asegurar su supervivencia, seguridad, desarrollo físico, sino también para constituir su propia percepción y la del mundo, a través de la comunicación corporal, sensorial, emocional con vínculos de relaciones estables y gracias a la continuidad de ritmos, de espacios, y del ambiente cotidiano. Esta idea del adulto como tal es necesaria para que el niño pueda integrar sus propios límites corporales, relacionar los eventos, los diversos aspectos y fragmentos de su experiencia, para lograr diferenciar a las personas y las cosas. Todo esto para orientar, canalizar sus pulsiones, lo que es una condición esencial para su seguridad interna. Sin este acompañamiento, el niño estará condenado a desarrollar en sí mismo un mundo caótico.
Esto quiere decir que respetar al niño no significa abandonarlo en su omnipotencia. La ayuda del adulto inicia al niño en el mundo social, un mundo que aparecerá más coherente y comprensible. En ese mundo el respeto a sí mismo y el respeto al otro irán de la mano. Las normas sociales fundamentales necesarias para la continuación de la humanización del niño tienen por objetivo la seguridad y la integridad física tanto del otro como de él mismo, así como de los elementos del ambiente necesarios para el grupo familiar. Los límites que el adulto impone al niño funcionan como la luz del faro que lo guía para conducirse en el mundo.
El lugar que confiere la autoridad a los padres es la posición genealógica, y es el único lugar donde los padres pueden hacerse escuchar. Los padres son quienes se encargan de enseñar los límites a cada niño; aparecen así como los mediadores de una transmisión en la cual sus hijos fueron los beneficiarios. Les transmiten lo que ellos recibieron de sus propios padres, quienes les han permitido a ellos asumir su función de padres o no. En este último caso, se producen muchos y muy serios problemas.
Una permisividad sin límites provoca, tarde o temprano, situaciones de conflicto, exasperación y finalmente de rechazo. Para el niño la tarea es más complicada, puesto que se le presenta una imagen falsa e ilusoria del mundo, en comparación con lo que le espera en el mundo social, que va más allá del círculo familiar.
Los sermones y reprimendas, los incentivos insistentes a la solicitud o a las actitudes de reparación y ofrenda, lejos de ayudarlos a desarrollar una auténtica empatía por los otros, en realidad transmiten una cierta violencia. Los sermones inasimilables y desprovistos de verdadero significado provocan más bien la duda y la inseguridad en el niño y afectan finalmente la confianza y la credibilidad en la palabra del adulto, sin permitir realmente el paso a una nueva etapa.
Por
Jaime Espinoza.