En los últimos años el concepto de autoestima ha sido sometido a un abordaje múltiple por varias disciplinas. La autoestima no señala un núcleo estable. Está sujeta a un constante proceso de cambio y transformación.Compartiremos un artículo publicado en el muro de Facebook de LUIS HORNSTEIN.
La autoestima desempeña la función de termostato emocional modulando el impacto de las emociones negativas, evitando que se extiendan al resto de la vida. Se manifiesta a través de las emociones, de los pensamientos y la acción: influye en nuestras relaciones sociales y proyectos. Nadie carece de ideas acerca de sí mismo y de su valor. Y estas ideas influyen en nuestras acciones y sentimientos. Se nutre también de los signos de reconocimiento social: así como por nuestros logros y acciones consideradas exitosas. También de nuestros vínculos y proyectos. La autoestima facilita la acción: la acción alienta, modela y construye la autoestima.
La autoestima actúa como el sistema inmunológico del psiquismo, proporcionándonos resistencia, fortaleza y capacidad de recuperación. Una baja autoestima nos torna vulnerables ante los problemas de la vida. Si no creemos en nosotros mismos, en nuestra eficacia, ni en nuestra capacidad de ser amados, el mundo es un lugar aterrador.
La autoestima es una experiencia íntima: es lo que pienso y lo que siento sobre mí mismo, no lo que piensa o siente alguna otra persona acerca de mí. Mi familia, mi pareja y mis amigos pueden amarme, y aun así puede que yo no me ame. Mis compañeros de trabajo pueden admirarme y aun así yo me veo como alguien insignificante. Puedo proyectar una imagen de seguridad y aplomo que “engañe” a todo el mundo y aun así temblar por mis sentimientos de insuficiencia. Puedo satisfacer las expectativas de otros y aun así fracasar en mi propia vida. Puedo ganar todos los honores y aun así sentir que no he conseguido nada.Millones de personas pueden admirarme y aun así me levanto cada mañana con un doloroso sentimiento de fraude y un vacío interno. Pensemos en los “ricos y famosos” que no pueden pasar un día sin drogas.
Conseguir el éxito sin lograr primero una autoestima equilibrada es condenarse a sentirse como un impostor y a sufrir esperando que la verdad salga a la luz. De dos modos se obtiene el reconocimiento: por conformidad (ser como los demás) o por distinción (ser distinto y hacer que los demás valoren esa diferencia). Ser como los demás representa una garantía de aceptación social. Buscar el reconocimiento por distinción es más frecuente en adolescentes, porque les sirve para afirmarse en su autoestima e identidad. Hay adultos que también tienen un reconocimiento por distinción. Quizá porque siguen conservando la frescura juvenil.
La admiración de los demás no crea nuestra autoestima, ni tampoco la erudición, o la maternidad, ni las posesiones materiales, las conquistas sexuales o la cirugía estética. A veces, estas cosas pueden ayudarnos a sentirnos mejor con nosotros mismos o a sentirnos más cómodos en situaciones concretas. Pero la comodidad no es autoestima. La “zona de confort” genera solo estabilidad.
Estos breves párrafos resumen ideas presentes en Autoestima e identidad (F.C.E., 2011) y Las encrucijadas actuales del psicoanálisis (F.C.E., 2013)
Sin embargo, esa mirada-juicio sobre uno mismo es vital. Cuando es positiva, permite actuar con aplomo, sentirse a gusto consigo mismo, enfrentar dificultades. Cuando es negativa, engendra sufrimientos que afectan la vida cotidiana. Nos dejamos llevar más por el deseo de ahorrarnos dolor que por el de buscar alegría.
¿Quién soy? ¿Cuáles son mis cualidades? ¿Cuáles mis talones de Aquiles? ¿De qué soy capaz? ¿Cuáles son mis éxitos y mis fracasos, mis habilidades y mis limitaciones? ¿Cuánto valgo para mí y para la gente que me importa? ¿Merezco el afecto, el amor y respeto de los demás o siento que no puedo ser querido, valorado y amado? ¿Siento una brecha enorme entre lo que quisiera ser y lo que creo que soy? ¿Qué puedo hacer por mi mismo? ¿Estoy tomando demasiado (y no porque me lo digan los demás, yo mismo me lo digo)? O tomo menos o trato de que no me importe. ¿Lucho o me dejo estar?
Los componentes de la autoestima. La autoestima contiene múltiples facetas. Es posible tener una buena autoestima en el terreno intelectual que contrasta con una frágil en lo afectivo.
Puede ser variable en distintas actividades y prácticas: laboral, afectivo, intelectual, corporal, sexual. El niño interioriza las imágenes y las propuestas que los otros tienen de él. Y puede elaborarlas para construir a ese adulto que será. Pero una persona no es una unidad sino una multiplicidad.
Todos sus diversos aspectos: el Profesional, el familiar, el amoroso, el social son relativamente autónomos los unos respecto de los otros.
Es probable que un éxito o un fracaso en un sector tengan consecuencias en los otros. Un desengaño amoroso acarreará una vivencia de pérdida de valor personal. A la inversa, un éxito en un campo determinado puede beneficiar la autoestima. Es difícil que ciertas heridas narcisistas no irradien sobre otros sectores. Por suerte, también irradian los logros.
Los componentes de la autoestima son interdependientes.
Puede alguien tener dificultades en el amor por sí mismo: aún habiendo logrado una aceptable trayectoria personal ante un fracaso sentimental se le impondrán dudas insoportables. También puede suceder que padezca de falta de confianza porque los padres lo han sobreprotegido evitándole la confrontación con la realidad por lo cual, pese al afecto recibido, tendrá dudas torturantes ante sus logros.
La autoestima no puede ser abordada sino desde el paradigma de la complejidad.
Puede haber un desequilibrio neuroquímico pero lo que siempre habrá será la acción conjunta, y difícilmente deslindable, de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos neuróticos y humanos, las condiciones histórico-sociales y las vivencias.
Me extendí en ellos en diversos capítulos de Autoestima e identidad.
Hasta hace pocas décadas predominó en la ciencia la aspiración de simplicidad. Es simple y puede ser aislado, aislamiento que permite a los especialistas ser expertos. Pero esa lógica extiende sobre la sociedad y las relaciones.
Abordaré la autoestima siguiendo tanto la sugerencia de S. Freud (1901) quien dijo:
“Una manera de escribir clara e inequívoca nos avisa que el autor está acorde consigo mismo; y donde hallamos una expresión forzada y retorcida, que, según la acertada frase, hace guiños en varios sentidos, podemos discernir la presencia de un pensamiento no bien tramitado”. Por su parte Pierre Bourdieu advirtió sobre la tendencia de los intelectuales al “esteticismo filosófico” y también alertó sobre otra tentación: la “esloganización” típica de los opinólogos que se quieren hacer pasar por sabios. El intelectual crítico está en las antípodas de ambas actitudes. Es un explorador con varios desafíos: encontrar la verdad, hacer una traducción que vuelva sensibles las cuestiones abstractas, destruir la falsedad y hallar los instrumentos que le den fuerza a esa verdad. Todo ello soslayando el academicismo. El academicismo es la sumisión exagerada a las reglas de la escuela o de la tradición, en detrimento de la libertad, la originalidad, y la audacia. Es el gusto inmoderado por el estilo culto o universitario: una forma de dirigirse a los de la propia parroquia antes que al lector interesado en el tema propuesto.
Nuestra autoestima depende de múltiples espejos aunque también existe un espejo interior pero no es “objetivo” y está enturbiado por la mirada de los demás. ¿Estoy trabajando bien? ¿Mis hijos me quieren? ¿No tengo entusiasmo para nada? ¿Soy íntegro en mi vida? ¿Descuidé a mis personas queridas? ¿Aporto algo a la comunidad? ¿Mi vida es acorde a mi ética?
La autoestima es sentirnos competentes para enfrentarnos a los desafíos y creernos
merecedores de recompensa. Contiene varios aspectos: confianza en nuestra capacidad de pensar, aprender, elegir y tomar decisiones adecuadas y convicción en nuestro derecho a ser reconocidos por los demás y por nosotros mismos.
Todas las personas, aun las menos dadas a la introspección y a observar a los demás,
tienen una somera idea de lo que es la autoestima. Veamos si podemos aclararla desde distintos puntos de vista. En la autoestima participan no sólo sentimientos, sino también pensamientos yactitudes. Existe un elemento afectivo, una valoración positiva o negativa según ciertos ideales.
Por autoestima entendemos esa autoevaluación que expresa aprobación/desaprobación.
¿Cómo definir los diversos componentes de la autoestima? Ellos son:
1- “Creer en las capacidades para actuar con eficacia en el logro de las metas”
2- “Estar satisfecho con la forma de actuar” .
3- “Tomar decisiones y perseverar en ellas”.
4- “Tener una mirada benevolente hacia uno mismo”.
5- “Lograr una imagen aceptable de sí mismo”.
6- “Evaluar logros y relaciones afectivas en función de los proyectos personales”.
Los alimentos afectivos: del desamparo a la autonomía
El niño se alimenta del amor que recibe de sus padres. El niño lo percibe, le permite no padecer un sufrimiento devastador, daños irreparables, pero si ese amor no es acompañado con actos y gestos concretos su autoestima e identidad serán lesionadas, humanas restricciones y funciones propios de una máquina y de la visión mecanicista que origina. Hay complejidad cuando son inseparables los elementos que constituyen un todo (como el económico, el político, el sociológico, el psicológico, el afectivo, el mitológico)
En Autoestima e identidad diferencié ética de moral pero adelantaré que la ética para Foucault se distingue de la moralidad porque esta contiene sistemas de conminación y prohibición y remiten a algún código formalizado. La ética, por su parte, se refiere al ámbito de cómo debe uno conducirse en su existencia cotidiana.
Los bebes que se crían en hogares demasiado tristes, caóticos o negligentes probablemente vivirán con una visión derrotista, sin esperar ningún estimulo o interés de los otros.
Este riesgo es mayor para los hijos de padres ineptos (inmaduros, consumidores de drogas, deprimidos o carente de objetivos).
La crianza consiste en dar a un hijo primero raíces (para crecer) y luego alas (para volar). En las primeras relaciones un bebé puede experimentar la seguridad o bien el terror y la inestabilidad. En las posteriores un niño puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado. Algunos niños experimentan un equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobreprotección que los infantiliza. Padres que dan pescado en vez de enseñar a pescar. Otros niños están subprotegidos, es decir sobreexigidos. Se los pone en un botecito en alta mar.
Los niños descubren que son valiosos porque sus progenitores los tratan con afecto y porque ciertos valores son reforzados. Y estos niños se respetan porque observan cómo actúan sus padres hacia ellos y hacia otras personas. Recíprocamente, las fallas en la autoestima suelen originarse en la indiferencia parental, en la soberbia o en el maltrato.
La autoestima es un proceso continuo de interiorización del mundo exterior: la lengua que hablo, las categorías de la experiencia sensible o del pensamiento de las que me sirvo, la presión de las comunidades, la pertenencia a un género, una edad, una clase.
Las grandes depresiones y los pequeños bajones a menudo derivan de un discurso familiar en que prevalecía una actitud crítica e inhibidora para con el niño. No estamos condenados por esa mirada cruel. Si estamos condenados es porque no tuvimos posteriormente oportunidades de reemplazarla o no supimos aprovecharlas. También es cierto que a lo largo de nuestra vida debemos desechar mensajes y miradas que reforzarían este discurso que transmite insatisfacción con uno mismo.
Lo perturbador no es recibir cuestionamientos sino recibirlos de manera constante. La actitud hipercrítica es más nociva cuando no es balanceada por miradas benevolentes. Esa hipercrítica obedece a un perfeccionismo patológico. A veces puede ayudar a conseguir los objetivos en ámbitos limitados y bien definidos pero su costo emocional es elevado. ¿Qué precio tienen los éxitos en una atmósfera tóxica?
Los otros van cambiando. Apenas nacidos, somos pura necesidad. Enseguida conocemos el placer de ser abrazados. Después tenemos relaciones amorosas y sexuales.
Después el placer del trabajo y de otras actividades. Pero no pasamos automáticamente. No se trata de una transición natural, sino de una transición regada por el lenguaje, la simbolización, la creatividad, que los otros nos procuraron hasta que estuvimos en condiciones de procurárnosla por nosotros mismos.
La autoestima que tenemos hoy se fue amasando con distintos ingredientes a partir del primer día de vida e incluso antes, en el proyecto de los padres para ese hijo y en la propia autoestima de los padres. Es un residuo, un destilado de esa retorta. Un destilado alimentado también por la influencia del futuro en el presente.
En Autoestima e identidad dediqué un capítulo a La construcción de la autoestima.
La autoestima inicial tiene mejores posibilidades:
a) si el niño experimenta que se aceptan sus pensamientos, sentimientos y el valor de su persona.
b) si lo invitan a jugar un juego limpio, con límites definidos con claridad; con una “libertad” limitada, no solo experimenta una sensación de seguridad, sino que cuenta con elementos para evaluar su propio juego;
c) si los padres no recurren a la violencia o la humillación; si para calificar toman en cuenta las necesidades y deseos del niño.
Esa convicción se transmite por el cuidado respetuoso y no intrusivo. El amor no se siente consistente cuando se utiliza para manipular obediencia o sometimiento. Un niño cuyos pensamientos y sentimientos son tomados en cuenta aprende a aceptarse a sí mismo.
Las cuatro modalidades de la autoestima
La autoestima fluctúa: puede ser más o menos alta, más o menos estable y necesita ser alimentada, en grados diversos, desde el exterior. Aunque las bases se construyan durante la infancia, la autoestima no es inalterable en otras etapas de la vida. Sigue fluctuando.
La autoestima es un estuario caudaloso, turbulento, con cambiantes mareas. El Paraná cuando desemboca en el Río de la Plata. Los ríos que desembocan en la autoestima son la infancia, las realizaciones, la trama de relaciones significativas, pero también los proyectos (individuales y colectivos) que desde el futuro hacen posible el presente. Repitamos esto: sin futuro no hay presente. Por supuesto que con tantos afluentes la autoestima es turbulenta, inestable.
A) Alta y estable
Las circunstancias “exteriores” y los acontecimientos de vida “normales” tienen poca influencia sobre la autoestima. El individuo está fuera de la manada, sin obedecer ni polemizar con los demás. No consagra mucho tiempo ni energía a la defensa o la promoción de su imagen. No necesita defenderla.
En todo caso se defiende sola. Pero la excesiva confianza en el propio valor y eficacia podría hacernos más vulnerables a los peligros por cierta omnipotencia que nos impide reconocer nuestros límites y limitaciones.
Las personas con una buena autoestima no vacilan en pedir ayuda a los demás. Están seguras de que la ayuda es un préstamo que podrán devolver. Y los demás son como los bancos: le prestan al que tiene con qué responder. Dicho de otra manera, ayúdate que te ayudarán.
B) Alta e inestable
Aunque elevada, la autoestima de estas personas padece grandes altibajos. “Se ponen locos” ante las críticas y fracasos, percibiéndolos como amenazas y nos refriegan en las narices sus éxitos y sus virtudes. Los sujetos de autoestima alta y estable son mucho más atemperados y positivos, mientras que los de autoestima inestable siempre están pendientes de desafíos o del reconocimiento de los otros. La presencia constante de amenazas revela la habilidad de la autoestima. Hay dos modos de reaccionar al fracaso. O aceptarlo y sacar una enseñanza o se echa la culpa a los demás.
A partir de un acontecimiento dado, tendemos a atribuirle ciertas características: lo que ha ocurrido depende de mí o del exterior, va a reproducirse o será un hecho aislado, es representativo o limitado.
Este sentimiento de fragilidad conduce a situar la autoestima como preocupación central. Así como les exige preservarla a cualquier precio y apelar a una actitud agresiva (para promoverla) o bien pasiva (para protegerla). Ambas actitudes responden a un sentimiento de vulnerabilidad, consciente cuando corresponde a una autoestima baja, y a veces inconsciente, en el caso de una autoestima elevada pero frágil.
Las personas con autoestima elevada pero inestable luchan denodadamente. Sus tentativas son constantes para destacarse, dominar, hacerse querer o admirar. La imagen les reluce pero no es oro. Cuando se empaña asoma una inquietante inseguridad. Estos perfiles de autoestima se encuentra como base de diversos trastornos psicológicos: ira incontrolable, abuso del alcohol y drogas, adicción al trabajo, depresiones y colapsos narcisistas.
El éxito es postizo cuando se siente como un implante, una prótesis, cuando implica desgaste emocional, ansiedad excesiva y riesgo depresivo. Así como un sentimiento de fragilidad que provoca inquietud o vulnerabilidad ante las agresiones (reales o imaginarias) sobre la autoestima. Los logros nunca aportan demasiada seguridad. El equilibrio narcisista esta perturbado, hipotecado en defenderse de las experiencias negativas. Tienen la tentación de la huida hacia adelante, de brillar para no dudar.
C) Baja e inestable
Su autoestima es vulnerable. Debido a éxitos o satisfacciones puede subir un poco. Sin embargo, ese sentimiento es frágil y su autoestima se resiente cuando amagan las dificultades.
Las personas con baja autoestima pagan tributo al juicio de los otros. Su temor a engañarse o engañar a los demás los expone a dudas, a sentirse tránsfugas, impostores. La vivencia de impostura transforma los aplausos en dudas constantes acerca del mérito real. Son indecisos por temor a equivocarse. Con el pretexto de desensillar hasta que aclare (prudencia), terminan montando poco y nada el caballo (pusilanimidad).
En Las encrucijadas actuales del psicoanálisis (F.C.E., 2013) caractericé las estrategias de victimización e infantilización. Véase Las depresiones (Paidós, 2006).
El síndrome del impostor puede ser crónico en sujetos con baja autoestima que suelen pensar que no están a la altura del reconocimiento logrado. Padecen de una ansiedad permanente en el cumplimiento de sus tareas. Esta ansiedad los expone a estados depresivos a pesar de “éxitos” notables. Su incomodidad ante el éxito se basa en que éste les produce
“disonancia cognitiva” producto de la contradicción entre la idea que tienen de sí mismos y la mirada de los otros. Si bien necesitan los logros, los temen porque los colocan ante una enorme exigencia.
D) Baja y estable
En este caso, la autoestima se ve poco afectada por los acontecimientos exteriores favorables. Están resignados y hacen pocos esfuerzos para valorarse a sus propios ojos o a los de los demás. Si no se sienten queridos tenderán a replegarse en lugar de renovar vínculos satisfactorios. Si creen haber fracasado, tenderán al autorreproche y a paralizarse sin darse otras oportunidades. Se ilusionan con fantasías de éxito y gloria, pero el temor a las decepciones los paralizan. Dependen excesivamente del reconocimiento de los otros.
En personas con baja autoestima predominan las emociones negativas (vergüenza, cólera, inquietud, tristeza, envidia) y padecen de un sentimiento de vulnerabilidad al sentirse amenazadas por las vicisitudes de la vida cotidiana. Cualquier riesgo es una amenaza. Se dedican más a la protección de su autoestima que a su despliegue, más a la prevención de los fracasos que al asumir riesgos. Evitar arriesgarse a la crítica o al rechazo. Permanecen en la sombra, porque no están dispuestas a exponerse.
Cuando la autoestima es baja disminuye la resistencia frente a las adversidades y las personas encallan frente a vicisitudes superables. El déficit en la autoestima no supone incapacidad para logros ya que se puede tener el talento y empuje necesarios para lograrlos.
Sin embargo disminuye la eficiencia y la capacidad de alegrarse con sus logros que serán vivenciados como insuficientes.
¿Existe una autoestima equilibrada?
No creemos que sea posible establecer un “justo medio”. En rigor se trata de una “autoestima llevadera”, o sea “suficientemente buena”. Para simplificar a veces la llamaremos autoestima “equilibrada” o “consolidada”.
Con una autoestima equilibrada las ilusiones suelen ser un preámbulo de la acción, en vez de representar una alternativa: su modo de actuar (aceptar riesgos, intentar desarrollar sus competencias, ampliar sus límites) permite consolidar la autoestima.
¿Cuándo la ilusión es “buena” y cuándo es “mala”? Es negativa cuando es un sustituto de la acción. En el lenguaje corriente ilusión quiere decir muchas cosas: creencia, fantasía, proyecto, etc. Acá tratamos de darle un significado preciso. Lo primero será separarla de la noción de error. Los errores saltan a la vista. Las ilusiones falsas no. El error es una carencia (de conocimiento). La ilusión, un exceso de creencia, de imaginación. Hacerse ilusiones es tomar los propios deseos por la realidad. Puedo equivocarme sin que sea en función de mis deseos (entonces se trata de un error, no de una ilusión). La ilusión, aunque pueda ser falsa, y aunque lo sea la mayoría de las veces, no es error. Es una creencia.
Las personas con autoestima equilibrada soportan una evaluación mientras que los de baja exigen aprobación. No se trata de miedo al fracaso, sino de alergia al fracaso. Cuando la autoestima es baja disminuye la resistencia frente a las adversidades y las personas se atascan en escollos superables. Una baja autoestima disminuye la capacidad de alegrarse con sus logros que siempre serán vivenciados como insuficientes. Prefieren tener un lugarcito asegurado en un grupo poco valorizado socialmente a esforzarse para defender un lugar en un grupo competitivo. Están dispuestos a compartir los éxitos grupales y encuentran allí la seguridad de una dilución de las responsabilidades si las cosas terminan mal.
La autoestima necesita estrategias de sostenimiento, desarrollo y protección. Algunos necesitan enormes esfuerzos para protegerla: negación de la realidad, huida o evasión, agresividad hacia los demás. Sacrifican mucho de la calidad de vida y se torturan ante exigencias por expectativas propias y ajenas. ¿Cómo sobreponerse al temor y afrontar lo nuevo? Entrenándose con frustraciones que no lo tumben y con gratificaciones que lo compensen, aunque no sean inmediatas, aunque sean promesas. Las personas autoevalúan su habilidad en la ejecución de tareas, su concordancia con los patrones éticos y estéticos, la forma en que otros las aman o aceptan y el grado de poder que ejercen.
Resumiendo: los cimientos necesarios para una autoestima equilibrada implica que los
otros primordiales lo hayan criado con amor y respeto, le ofrecieron reglas estables y razonables que contribuyeron a generar expectativas adecuadas, sin recurrir al ridículo, la humillación o maltrato físico y que tuvieron confianza en sus capacidades.
AUTOESTIMA Y MALTRATO SOCIAL
El psicoanálisis describe las vicisitudes de la autoestima según la relación entre el yo y sus ideales. Éstos se convierten en los depositarios de la omnipotencia narcisista original y el yo disfruta de autoestima en la medida en que su imagen se acerca a sus valores éticos y estéticos. Ellos contienen múltiples identificaciones con los padres, así como identificaciones posteriores con hermanos, contemporáneos y adultos admirados.
El niño al percibir su desvalimiento, pierde la ilusión de una fusión perfecta con la madre. Percibe que necesita, que tiene que pedir. La ilusión de autosuficiencia deja paso a un sentimiento de inferioridad. Para congraciarse, el niño se vuelve casi una réplica. Acepta todo de los padres. Incorpora sus valores y sus prohibiciones. El temor a que dejen de quererlo queda siempre flotando, mientras se va constituyendo el superyó, que es el mismo tirano con distinto bozal. Con la aclaración de que “el papá dentro de uno”, por terrible que sea, no deja de ser una creación del sujeto.
No hay en el ser humano una facultad “natural” que le permita distinguir entre el bien y el mal. La ética no es innata sino adquirida. Le es impuesta al niño por un dictamen exterior, que paulatinamente irá haciendo suyo. Se somete porque es débil. Se somete cuando lo instan (para un desarrollo más extenso del tema remito al lector a mis libros anteriores (Narcisismo y Las depresiones) a controlar sus esfínteres. ¿O usted piensa que él tiene alguna gana de controlar? Los padres bajan línea. A veces como vicarios de leyes que están en la cultura (controlar los esfínteres), a veces como déspotas caprichosos.
La autocrítica (superyó) es la internalización de deseos y tabúes, anhelos y prohibiciones. Tiene historia, es cambiante. Día a día va haciéndose cargo del “mundo externo” y, particularmente, de los valores de la cultura como un todo. El niño y el adulto necesitan ser amados por su superyó, como también necesitan ser amados por las personas de su entorno y necesitan que sus logros sean respetados por la cultura (o por su microcultura o cultura alternativa).
Una de las primeras cosas que aprende el bebé es a observar el semblante de esos seres todopoderosos que lo cuidan. Peor para él si están disgustados. Otra cosa que aprende es que sus progenitores se alegran cuando hace algo (empezar a gatear, etc.) y se intranquilizan cuando hace algo (llorar, etc.). En los padres y en él hay, binariamente, cosas buenas y malas.
Las aspiraciones acerca de lo que se debe ser y tener (ideal del yo), así como las consignas acerca de lo que no se debe hacer (consciencia moral) están conformadas por las aspiraciones parentales y sus sustitutos. La amenaza de la pérdida de amor está siempre flotando.
El camello, el león y el niño. Según Nietzsche, el hombre pasa por tres estadios. En el primero, el hombre es un “camello”, cargado con puros “tú debes”. En el segundo, ha descubierto su “yo quiero” y lucha como un león contra el “tú debes”, pero sin poder zafar. Hay todavía demasiadas cuentas pendientes que impiden la soltura del querer creador y la autonomía consecuente. Esto se logra cuando se llega a ser niño y se consigue la espontaneidad.
La persona incrementa su autoestima en la medida en que se siente más próxima a los
proyectos que demandan sus ideales. Una frustración narcisista puede precipitar una depresión al producir un colapso parcial o completo de la autoestima si el sujeto se siente incapaz de vivir acorde con sus aspiraciones. Esas aspiraciones pueden estar a años luz o relativamente cercanas. Cuanto más lejos estén, más recursos se dedicarán a disimular ese hiato. .
Frente al estallido de las normas tradicionales, el individuo cuenta (o debiera contar) con una guía interior que extrae de la mirada de los otros y la suya propia. La búsqueda de autoestima es como toda búsqueda, la prueba de que uno está vivo e implica someternos a ciertas exigencias.
La persona sumergida en valores múltiples y contradictorios debe reconstruir ideales
para encontrar patrones de medida para su autoestima. Cada uno se las arregla como puede frente a la multiplicidad y la movilidad de los referentes colectivos que fundan el reconocimiento social. En la actualidad los vínculos sociales son más inestables. Y entonces la construcción de la autoestima y su preservación en las azarosas calles de la urbe están más basadas en la autonomía y la eficacia personal.
La autoestima se resquebraja cuando la sociedad “maltrata” al sujeto y se desmantelan ciertos soportes necesarios. La degradación de los valores colectivos incide sobre los valores personales, “instalados” en la infancia pero siempre “actualizándose”, como un programa de computación. ¿Cómo recuperar una credibilidad apuntalada por convicciones éticas compartidas y compartibles? La falta de brújulas éticas no puede sino hacer tambalear la autoestima.
Podríamos hablar de efectos inherentes a la globalización y de efectos indeseados.
Mientras tanto, podemos constatar que se han debilitado los lazos sociales y se ha borrado una dimensión: la de la vida pública. Faltan referentes, brújulas que indiquen por qué latitud y longitud navega nuestro barco. El río está revuelto, y lo está porque así son los ríos, pero también porque la corrupción y la apatía de los honestos permiten que se contaminen.
La autoestima también se ve afectada por fenómenos como el desempleo, la marginación y la crisis en los valores e ideales. Los duelos masivos y traumas hacen zozobrar vínculos, identidades y proyectos personales y colectivos.
No se trata de cruzarse de brazos ante procesos destructivos. Nuestro país vive socavado por la desocupación, por la pauperización generalizada, por la decepción con la corporación política y su imposibilidad de mirar otra cosa que sus prebendas y sus rituales.
Para vivir, para que la vida tenga sentido, debe haber proyectos. Evitar el “sálvese quien pueda”. La trama cultural puede ser productora de un narcisismo trófico, que apuntala identidades, proyectos, ideales. Para ello se requiere encarar las secuelas del terrorismo de Estado, de la hiperinflación, del terror en todas sus facetas, de la corrupción y de la fragilidad institucional. Nada de guiños cómplices: solidaridad en vez de complicidad.
El que elude enfrentar estas crisis tiene que encerrarse en un búnker al que no afectará el afuera, sus turbulencias diversas, sus duelos masivos. Hemos vivido “dentro” de esa crisis multidimensional (política, social, económica y ética) que nos asedia en las últimas décadas. ¿Cómo historizar sin que la nostalgia corte las alas de la creación? No cruzarse de brazos supone creer en la transformación. Reivindico un “utopismo crítico” que elabora proyectos y se oponga tanto al voluntarismo sin fundamentos teóricos como a cierto fatalismo que condujo a idealizar el desencanto por identificar lucidez con pesimismo.
Un proyecto terapéutico supone la elaboración de ciertos duelos y tiene como protagonista la diferencia. Apostar al “utopismo crítico” no es sólo una irresponsable, fogosa e inconducente actitud juvenil sino la única manera de refundar la esperanza.
Luis Hornstein
Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus últimos libros
son Narcisismo (Paidós, 2000), Intersubjetividad y Clínica (Paidós, 2003), Proyecto
terapéutico (Paidós, 2004), Las depresiones (Paidós, 2006), Autoestima e identidad
(F.C.E., 2011) Las encrucijadas actuales del psicoanálisisis (F.C.E, 2013). Puedes
escribirle a su email: luishornstein@gmail.com o consultar su página
www.LuisHornstein.com
qué estupendo escrito.
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