lunes, 24 de junio de 2013

La formación como un trabajo psíquico de creación


Sabina Alazraki
partir de los textos sobre creatividad escritos por D. Anzieu, y del desarrollo hecho por Mariam Alizalde acerca de la idea del Encuadre Interno, se busca pensar la formación analítica, como un trabajo de creación que lucha con la falta, la pérdida, el dolor, y también con la posibilidad; es decir, con la elaboración de una nueva identidad a través de la identificación con un “nuevo” objeto amado y desaparecido, al que revive, esta vez, bajo la forma de los personajes del analista en primer lugar, como representante materno, y del Instituto en segundo lugar, como representante paterno; esta nueva elaboración activa los sectores adormecidos de la libido, y también de la pulsión de destrucción. Los años en el Instituto constituyen la recreación de un espacio transicional que es la condición necesaria para permitir al candidato recuperar o no, su confianza en su propia continuidad, en su capacidad de establecer nexos entre sí mismo y el mundo, los otros, en su facultad de jugar, de simbolizar, de pensar, de crear.
Esta es la elaboración terciaria a la que se refiere Green, que redistribuye de manera diferente la interacción de los procesos primarios y secundarios.
Se busca hacer una revisión de los procesos que son o no facilitados en esta experiencia formativa para ser psicoanalista.
Como primera condición para crear, apunta Anzieu en “El Cuerpo de la Obra” se requiere de una filiación simbólica con un creador reconocido. Sin esta filiación y sin su rechazo posterior, no existe paternidad posible de una obra.
La formación analítica se distingue de un programa meramente académico, en tanto sus objetivos no solo incluyen la adquisición de conocimientos teóricos, sino la incorporación de valores, y la introyección de marcos emocionales de experiencia en dónde los conceptos y los valores adquieren un sentido cuya transmisión solo puede suceder en el marco de una relación de intimidad transferencial.
Así, aunque en cualquier libro o seminario de técnica podamos comprender la formalidad del encuadre, el ‘encuadre interno’ implica el desarrollo de la capacidad de una empatía reflexiva, la sensibilidad del analista a su propio inconsciente y al del paciente, la transmisión, escucha, comunicación e interacción entre inconscientes, y el despliegue de la creatividad y la sensibilidad en el arte de escuchar, y eventualmente de curar.
El registro de lo inaudible y del territorio más allá de la palabra forman parte de esta escucha. El trabajo con el silencio y el amplio campo no formalizable de los afectos conforman un campo no representacional de enorme potencial clínico.” (Mariam Alizalde, 1999)
El desarrollo y buen manejo del encuadre interno construye paulatinamente una base teórico-vivencial, a partir de la experiencia integradora (como con un buen compañero de juegos) que se da en la supervisión, sobre la cual se instala una suerte de espontaneidad libremente flotante imprescindible para batallar con los múltiples obstáculos de la cura.
Como escribiera Alizade (2002): “El encuadre interno participa de una fenomenología de lo invisible, de una percepción puesta en acto no mensurable por manifestaciones externas. Un encuadre externo excesivamente pautado puede oficiar de regla inútil, constituirse incluso en un marco iatrogénico inmovilizador sede de una analidad tanática. El analista debe estar alerta a las consecuencias negativas de los mandatos de un super-yo analítico ignorante de la plasticidad de las constelaciones psíquicas y de la dinámica de los procesos que exigen rapidez mental, inteligencia y creatividad.”
Es producto de un matrimonio afortunado, o por lo menos de la elaboración afortunada del matrimonio temporal entre el análisis personal del candidato y la institución. De la re adquisición del lenguaje de lo maternal y de lo paternal, como promesa o posibilidad de un trabajo fecundo. Quisiera proponer también el espacio de supervisión como un espacio transicional, que no es ni el espacio analítico, ni el institucional propiamente, donde se puede jugar e ir integrando de una manera personal todos estos ingredientes, en un tiempo también muy personal, muy propio.
Así como Didier Anzieu describe la función maternal de lo mental, como aquellas estimulaciones maternas, que por una parte comunican las experiencias que el niño integra muy tempranamente sobre el amor, o sobre la ambivalencia, o sobre el narcisismo maternales, la experiencia analítica durante el periodo de formación toma una relevancia particular en tanto aquel primer lenguaje se resignifica, no solo en el sentido del candidato como paciente, sino del candidato haciendo un trabajo íntimo al servicio de poner su naciente capacidad analítica, su encuadre interno al servicio de un paciente por venir.
Según Winnicott, la recreación de un espacio transicional (dado aquí por este espacio de tres, supervisión aparte) es la condición necesaria, para permitir al individuo, recuperar su confianza en su propia continuidad, en su capacidad de establecer nexos, entre sí mismo, el mundo, los otros, en su facultad de jugar, de simbolizar, de pensar, de crear.
Pero queda una pregunta ¿porqué entre el gran número de las personas o candidatos que han conservado huellas importantes de fijación simbiótica positiva con su madre o analista, tan pocas se convierten en creadoras? Un amor materno abundante y estimulante puede predisponer al niño a la empatía y a la creatividad. Pero como propone Anzieu, también es necesaria una referencia de tipo paterno para el despegue creador. Es decir, también es necesario lograr beneficiarse de la presencia y de la influencia del tercero. Haciendo referencia al proceso de la formación, está función la cumple la institución psicoanalítica.
Señala Kaës (en Gimon 2002) que las instituciones nos infligen varias heridas narcisistas: el darse cuenta, por ejemplo, de que la institución no "está hecha para cada uno de nosotros personalmente", y de que al mismo tiempo sostenemos la demanda inconsciente de que el aparato psíquico grupal debe idealmente poseer la capacidad de articular la fuerza y el sentido de las interacciones entre sus miembros, de asegurar la existencia de "un espacio de simbolización que acoja, administre y transforme los elementos pulsionales insensatos que inmovilizan las formaciones psíquicas comunes," y al mismo tiempo, debemos tratar con la paradoja que de los lazos institucionales son puestos en evidencia por una falta de esa misma regulación económica grupal, siempre presente.
Kaes (Gimon 2002) habla de la existencia en las instituciones de ansiedades paranoides, del miedo a lo desconocido o a la situación nueva (...) el miedo se produce frente a lo desconocido que cada persona lleva dentro de sí bajo la forma de no-persona o de no-identidad. No es solamente la novedad lo que provoca miedo, sino también lo desconocido que existe al interior de lo conocido.
Me parece que es legítimo deducir que en la medida en que las condiciones institucionales, por un lado, más las condiciones de angustia personal, por el otro, se anuden, estimulen y promuevan estas ansiedades paranoides, de manera que éstas se incrementen, generarán un efecto esterilizante en sus miembros.
Para subrayar lo que decíamos antes, el maternaje por parte de una madre atenta y amorosa no es suficiente para preparar al niño, o al candidato en este caso, para convertirse en creador. Es preciso que un padre o instituto tome el relevo; que sea al mismo tiempo y en general, tolerante aunque firme, y favorezca y refuerce el deseo de saber. “La capacidad de pasar de lo visto (o de lo escuchado) a la concepción de un código está subordinada a la existencia de un relevo paterno, en tanto que permite hacer del fantasma un objeto de conquista más que de temor.” (Anzieu, Pág. 95)
¿Cuál sería entonces la función paterna en la concepción psíquica y actitud mentalmente activa del yo en éste proceso formativo?
Según Anzieu, lo masculino existente en el pensamiento tiene que ver con hurgar una cuestión a fondo; perfeccionar procedimientos y herramientas que aumenten la fuerza, la habilidad, la precisión de la investigación; provocar; vencer los obstáculos; explorar un espacio de idas y venidas; ajustar los engranajes; buscar la configuración y el movimiento de la llave que se hundirá en la cerradura y revelará su funcionamiento; desencadenar el surgimiento de una evidencia por insistencia de las manipulaciones mentales. Estas actitudes, que son trasposiciones en el psiquismo de la actitud sexual masculina, desempeñan una función en el paso entre el investir libidinal y vigorosamente al representante psíquico, que a la vez es el más misterioso y el más atractivo, y de ahí a partir de un código, montar la obra como una maquinaria en un buen estado de funcionamiento y que responda bien a los impulsos.
La función de lo materno, en el trabajo del pensamiento creador, concierne esencialmente a la experiencia afectiva de despertar, de explorar. Con ésta particular experiencia analítica, la del diván, establecemos un primer marco de trabajo, de experiencia y de pensamiento (análogo al de la vida primaria) aún muy maleable; se establecen ritmos, afinidad a los elementos suministrados por la receptividad y por la relación; la flexibilidad de la envoltura, la capacidad de hacer eco, de un continente dentro del cual puedan aparecer contenidos psíquicos como tales; la capacidad de dejarse llevar por la ensoñación; y entrenamiento en el juego simbólico. También a la génesis del pensamiento, según Bion, como pensamiento del no-seno, es decir, como pensamiento de la ausencia que de manera radical viene a cortar el odio provocado espontáneamente por la frustración y permite remplazar al objeto ausente por su representación.
Puede hacer falta subrayar que ninguna de estas figuras, ni de estas funciones en la formación, como en la vida, son puras.
Aunque el análisis esté a cargo de ciertas funciones maternas en la formación, hay un tercero que la estructura, que es el encuadre, y sin duda, la interpretación. Y aunque hay una función predominantemente estructurante por parte de la Institución, ésta también tiene una función continente, de acompañamiento y que ayuda a elaborar impulsos para ser traducidos a pensamientos.
La supervisión queda incluida como "acompañante de juegos" del candidato, que ayuda a integrar en un espacio transicional particular la nueva manera de ir entendiendo la teoría, con la nueva experiencia clínica, con el encuadre interno, y la madurez personal. A veces reforzando el espacio analítico, a veces el institucional. Parte de los dos, y a la vez con una mirada única de la intimidad del trabajo clínico del candidato.
Trabajo del sueño, trabajo del duelo, trabajo de la creación: tal es la serie fundamental, según describe Anzieu, que la experiencia psicoanalítica permite recorrer y al que la normalidad sirve para iluminar a la patología y no a la inversa. Sueño, duelo y creación tienen en común el que constituyen fases de crisis para el aparato psíquico. Como en toda crisis, hay un desconcierto interior, una exacerbación de la patología del individuo, un cuestionamiento de las estructuras adquiridas, internas y externas, una regresión a recursos no utilizados que es necesario no conformarse con entrever, y de los que hay que apoderarse, y ello significa la fabricación apresurada de un nuevo equilibrio, o la superación creadora; o si la regresión solo encuentra el vacío, existe el riesgo de la descompensación, de apartarse de la vida, de refugiarse en una enfermedad, incluso la aceptación de la muerte, física o psíquica.
En todo trabajo opera una transformación. El trabajo del sueño transforma un contenido latente en contenido manifiesto, que a su vez es modificado por la elaboración secundaria. El trabajo psíquico de creación dispone de todos los procedimientos del sueño: representación de un conflicto en un “escenario diferente”, dramatización (es decir, puesta en imágenes de un deseo reprimido), desplazamiento, condensación de cosas y palabras, figuración simbólica, transformación en lo contrario. Contamos con nuestro diván para elaborarlo.
Como el trabajo del duelo, el de creación lucha con la falta, la pérdida, el exilio, el dolor; realiza la identificación con el objeto amado y desaparecido, al que revive, por ejemplo, en el encuentro de cada sesión, de cada lectura, de cada discusión, de cada supervisión; activa los sectores adormecidos de la libido, y también la pulsión de destrucción.
Es sobre todo, un trabajo para comprender los procesos de las operaciones transformadoras: el tránsito entre la salud mental y los desórdenes psíquicos, entre los desórdenes psíquicos y la cura, entre la creatividad y la creación.
Así la formación, tiene una función integradora de procesos internos y externos, vinculares e íntimos, personales y sociales, existenciales y profesionales.
Debe facilitar un proceso de madurez, al tiempo que se reelabora un renacimiento y un paso por una infancia regulada por unas relaciones parentales en un diálogo muy particular. En el éxito de ésta nueva triangulación se gesta la esperanza de la receptividad creativa de la herencia cultural de esta “nueva” (en el mejor de los casos) experiencia.
Sabemos que una infancia estéril y empobrecida solo tiende a eternizarse. Y que no sabe jugar, ni fantasear, ni generar nuevas posibilidades.
Se trata de la metáfora de un transitar exitoso o no, entre pasar de ser hijos y pacientes, a lograr ser padres fértiles por derecho propio, y así analistas receptivos a una escucha propia, genuina, original y generadora a su vez de nuevas historias, de nuevas posibilidades creativas.
Bibliografía 
  • ALIZADE, A. M. (1999). “El encuadre interno” Revista Zona erógena No 41. Las Neurosis en la  actualidad. Buenos Aires, 1999. 
  • ALIZADE, A. M. (2002). ¨El encuadre interno: nuevas aportaciones¨. Conferencia presentada en Paris en el marco del primer encuentro APA-SPP. 
  • ANZIEU, D. (1993) El Cuerpo de la Obra, Ensayos psicoanalíticos sobre el trabajo creador. Siglo XXI Editores. México. 1981. 
  • GUIMON UGARTECHEA, J. “¿Se puede hablar de una Psicopatología institucional?” Revista Avances en salud mental relacional Vol. 1, núm. 1 - Marzo 2002
  • KAES, R. (1996) El estatuto teórico-clínico del grupo. De la psicología social al psicoanálisis [Conferencia dictada el 16 de Abril 1996 en la Universidad Autónoma de México - Xochimilco]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario