martes, 16 de octubre de 2012

Cómo mejorar la relación entre padres e hijos Mtra. Rosario Salgado Cuevas


En esta ocasión queremos compartir un artículo realizado por la psicoanalista Rosario Salgado, el cual ya fue publicado en una revista dirigida al público general y que ha tenido gran éxito. Nos resulta interesante porque menciona una de las quejas que más se escuchan en los consultorios cuando se atienden niños y adolescentes, y que se refiere a la dificultad para la imposición de los límites a los hijos. Escrito en lenguaje coloquial, este trabajo da interesantes aportaciones.

Cómo mejorar la relación entre padres e hijos
Mtra. Rosario Salgado Cuevas
Cada vez mas nos sorprendemos de la manera en la cual las relaciones familiares se han deteriorado; a menudo nos topamos con historias de falta de respeto entre padres e hijos, historias que hablan de la dificultad de los padres para instaurar límites efectivos y de grandes problemas de conducta de los chicos, derivados de la falta de regulación en la dinámica familiar.
El objetivo del presente artículo es que podamos entender la importancia de la instauración pertinente y efectiva de límites educativos que permitan que el desarrollo emocional del niño suceda de manera estructurada, armoniosa y continuada; que lo lleve a un buen funcionamiento personal y familiar, que redunde en un adecuado sentimiento de autoestima; y que sobre todo permitan que la relación entre padres e hijos sea adecuada y gratificante.
¿Qué son los límites?
Son reglas que regulan el comportamiento. Suponen contener, guiar, proteger, prevenir y no sólo sancionar.
Los límites siempre son delimitaciones del camino, son cercos que protegen, que dan seguridad. 
Como padres de familia y educadores a menudo nos preguntamos por qué un niño se porta mal. La respuesta bien podría ser alguna de las siguientes:
  • Para recibir atención. A través de una conducta inadecuada el niño consigue captar la atención de sus figuras de autoridad y con ello obtiene sentimientos de pertenencia e importancia.
  • Para distraer de los conflictos familiares. Cuando un niño vive situaciones de dificultades entre sus padres, puede elegir conscientemente o inconscientemente portarse mal para de esta manera captar la atención en su conducta y distraer a sus padres del conflicto en el que se hallan.
  • Para obtener poder. A través del poder que el niño obtiene con su comportamiento, consigue sentimientos de control y dominio, a la vez que refuerza su omnipotencia.
  • Por enojo. De esta manera portarse mal le puede servir como descarga a la carga de enojo que lleva con él.
  • Por sentimiento de inadecuación. Al portarse mal consigue ser tomado en cuenta, aunque sea para lo malo. Para un niño siempre será preferible ser visto haciendo algo incorrecto, que ser ignorado.
La siguiente reflexión que nos ocupa es ¿qué tipo de padres no pueden poner límites?
Padres que han tenido una educación autoritaria y restrictiva, que han sido humillados o maltratados de alguna forma. La consecuencia es una nula exigencia hacia sus hijos para que no se sientan como ellos se han sentido. No quieren ser violentos ni distantes, desean complacer todos los gustos de sus hijos, aun a costa de grandes sacrificios. 
Padres que pasan por situaciones críticas: como un divorcio, ya que pueden tomar la actitud de sobreproteger desde su propio dolor o desde la culpa. A menudo se utiliza a los niños para hacerle daño al ex cónyuge, “comprando” su cariño con falta de límites.
Padres con poco tiempo y que delegan la educación en otros. Su sentimiento de culpa hace que no pongan límites ni reglas, también tratan de compensar la falta de tiempo, de afectividad, con un exceso de permisividad.
Padres que discrepan en la educación. Tienen entre sí opiniones distintas y suelen desacreditar al otro delante del niño. No existe respeto entre ellos y tampoco son coherentes. El niño va jugando con uno o con otro, dependiendo de lo que trate de conseguir.
Padres sobreprotectores. Temen tanto por sus hijos que no les ponen límites; ellos están siempre detrás del hijo. No le dejan enfrentarse a nada, siempre han estado volcados en el niño y cuando éste tiene que enfrentarse a la vida no puede hacerlo. Estos padres no le niegan nada al niño, viven por y para él, y acaban no pudiendo controlar sus exigencias. 
Padres autoritarios. Son el otro extremo de la permisividad. Son controladores, perfeccionistas y anulan la personalidad de los niños, puesto que sólo persiguen la obediencia para demostrar su poder y control. No negocian, son rígidos, inflexibles y abusan del poder. No existe comunicación, solo la obediencia por la obediencia. 
Padres que no pueden mantener el no. Es decir que no saben mantener claros los límites. El “No” no debe negociarse. Al poner un límite es muy importante estar muy claro hasta dónde aplicarlo; son irrealistas los “Nos” que se refieren a largo tiempo, como “no saldrás más”, porque lo más probable es que no podamos cumplirlo. 
Padres inconsistentes. Muchas veces los límites o las prohibiciones dependen del estado de ánimo de los padres. Hoy vengo cansado y te dejo ver la televisión hasta las doce porque yo me voy a la cama, o bien hoy estoy de mal humor y te grito por la misma situación. Lo ideal es que las reglas y las consecuencias que se deriven de su incumplimiento sean claras independientemente de nuestro estado de ánimo.
Padres que pierden el control. Un niño que vive entre gritos es un niño acostumbrado a la violencia verbal, y muy probablemente responderá de igual forma o será muy inseguro.
Padres inseguros y con poca autoestima, que desean ser aceptados por sus hijos, y que no confían en sus propias decisiones ni en su capacidad para defenderlas.
Padres con miedo al enfrentamiento. Tienen deseos de no tener conflictos y por ello no intervienen. Los hijos hacen lo que quieren, aunque pasen sobre los derechos de los demás.
Padres poco informados. Padres que no conocen el desarrollo físico y emocional por el que atraviesan sus hijos en las diferentes etapas evolutivas, lo cual provoca que los padres no puedan comprender y responder adecuadamente a las necesidades de sus hijos, que no sepan diferenciar qué se les puede pedir en cada etapa.  A veces los padres son muy permisivos mientras los niños son pequeños, y restrictivos y rígidos cuando llegan a la adolescencia. Otras mas no son capaces de tolerar la separación de sus hijos e instituyen normas inadecuadas para la edad.
Lo anterior provoca una serie de consecuencias en el comportamiento de los hijos, en casa, escuela o en su núcleo social, que en resumen catalogamos con el título de “niño mal portado”:
  • Problemas de conducta y de aprendizaje en la escuela.
  • A pesar de ser inteligentes utilizan sus habilidades para manipular.
  • Suelen ser egocéntricos, egoístas, intolerantes y caprichosos. 
  • No toleran un “No”. Tienen baja tolerancia a la frustración.
  • Son omnipotentes, a menudo su pensamiento es mágico y creen que van a poder obtener cosas solo porque lo desean, sin que medie la disciplina.
  • No saben ser pacientes, ni esforzarse por lo que quieren.
  • Son tiranos, ellos mandan en casa; exigen y amenazan, aún a los padres o maestros cuando no les satisfacen sus necesidades. 
  • A menudo falta al respeto a los adultos.
  • Suelen culpar a los demás de sus errores y faltas, en vez de asumirlos ellos.
  • Se enfadan frecuentemente.
En resumen son chicos que muestran una baja autoestima al no conseguir lo que quieren por su propio esfuerzo sino manipulando. Sienten que valen por lo que tienen, no por lo que son, con lo que su apetito de cosas materiales se vuelve insaciable.
Muchas veces son vistos por los demás como exhibiendo gran apatía, desmotivación e inseguridad. Suelen reaccionar de manera violenta cuando no consiguen lo que desean.
Cabe esperar que la adolescencia que tendrán estos niños sea más conflictiva, la relación con los padres sea más problemática, y por lo tanto su futuro sea más incierto desde el punto de vista emocional. 
En la otra cara de la moneda, cuando un niño tiene límites desarrolla solidez, confianza y seguridad; se siente protegido  y querido; a su vez gana una estructura sólida y puntos de referencia para guiar su camino.
Un padre capaz de instaurar límites se erige como una imagen parental fuerte, consistente, alguien admirable con el que el niño va a desear identificarse.
De igual manera un hijo con límites tiene mayor claridad de criterio y desarrollo de empatía, al respetar y reconocer los límites de otras personas.
A su vez permiten que el niño se organice y tenga buenos hábitos con lo que consigue un sentimiento de laboriosidad y disciplina que alienta su creatividad.
Los límites en etapas tempranas de desarrollo también son fuente de información valiosísima ya que permiten que el niño distinga sus emociones y las pueda regular, con lo que consigue autodominio, mismo que le servirá como protección frente a violencia, alcohol y drogas.
Las familias con límites adecuados alientan el desarrollo de pensamiento vs. la impulsividad, el autocontrol en sus miembros, el cumplimiento de normas, mayor tolerancia a la frustración, a poder enfrentar un “no”; y finalmente estimulan el desarrollo de valores, entre los que se encuentran: orden, respeto, tolerancia, justicia, templanza, fortaleza.
¿Cómo aplicar límites efectivos y afectivos?
Imponer límites no es fácil. Tenemos que ir enfrentándonos a muchas discusiones y al hecho de que el niño “saltará” muchas veces esos límites hasta que aprenda.
La instauración de límites debe empezar desde el inicio de la vida, con un trato organizado, contenedor y estructurado hacia el bebé.
Tan pronto el bebé empieza a explorar es importante señalarle de manera firme y cálida lo que puede hacer y lo que no puede hacer, atendiendo al momento de desarrollo en el que se encuentre, sin etiquetar sus conductas negativamente.
Hacia los dos años el pequeño se halla en una etapa de autonomía en la que explora sus facultades; es necesario estar vigilante de sus logros y descubrimientos señalando y corrigiendo aquello que no deba hacer. Recordando que el niño quiere probarse y probar a los adultos. Es importante no ceder a las rabietas.
Los límites deben irse adecuando a la edad del niño.
Las metas deben ser realistas y hay que valorar lo que el niño hace y animarle a continuar.
Los límites deben ser claros y precisos. Requieren que las autoridades del niño se pongan de acuerdo.
Deben ser muy concretos porque así los niños los entenderán mejor.
No deben ser generales sino específicos.
No son necesarios los “rollos”, son más eficaces las normas breves y claras.
Es importante verificar la comprensión del límite. 
Los límites deben fijarse de antemano, no se debe dejarlos a la improvisación o al momento de rabia.
Deben ser firmes. (Ejemplo: horarios para dormir)
Es necesario imponer los límites desde el ejemplo, en la mayoría de los casos.
En ciertos casos procurar dar opciones. Es una forma de ayudarle al niño a tomar decisiones y de enseñarle autonomía.
Es necesario darle tiempo: tener paciencia y saber que muchas veces fallará. El niño necesita un período de aprendizaje y debemos valorarlo.
El elogio y acentuar lo positivo es lo que realmente cambia y modifica conductas.  
Debemos mantenernos firmes. En cuestiones importantes es bueno aplicar el límite sin titubeos. Para ser firme se ha de creer que se hace lo correcto.
Debemos distinguir qué límites son inamovibles. Existen normas que son básicas que no pueden ser objeto de revisión o de diálogo, para los que se requiere firmeza. Existen otras que son importantes, pero que admiten revisión o que los hijos opinen, siempre previamente a establecer dichas normas y otras más accesorias y que son más negociables.
Sugiere una alternativa.
El mensaje o la norma debe centrarse sobre la conducta: Decírselo con claridad, centrándonos en lo que queremos que haga o deje de hacer, es decir, en la conducta en cuestión, no en la actitud o en la valía del niño.
Hablar con calma, no hace falta gritar: dar las órdenes o instrucciones en un tono de voz normal puede trasmitir más firmeza que dar un grito, que sólo significa que se empieza a perder el control en uno mismo.
Debe aplicarse la consecuencia preestablecida.  Un límite es firme si siempre lleva aparejada la consecuencia. La consistencia es el punto más importante del establecimiento de límites: cuando el niño sabe que siempre sus padres actúan como han acordado, tendrá en cuenta la norma y la respetará.
Ubícate a su nivel para verle directamente a los ojos y pregúntale que le pasa.
Escucha y explica el por qué. Cuando un niño entiende el motivo de una regla como una forma de prevenir situaciones peligrosas para sí mismo y para otros, se sentirá más animado a obedecerla. Entendiendo la razón, con pocas palabras, los niños pueden desarrollar valores internos de conducta o comportamiento y crear su propia conciencia.
Cuando un niño está angustiado no puede pensar bien. No puede pensar en lo que le decimos y por eso no hace lo que pedimos. Guarda distancias.
¿Cómo aplicar consecuencias?
El castigo no debe usarse como algo habitual. Perderá eficacia, y al niño no le enseñará nada.
La consecuencia debe ser corta y proporcional a la acción. Si dura mucho hay momentos en los que los niños no saben por qué se les ha castigado.
Debemos también darle la oportunidad de que con el cumplimiento de la norma vuelva a tener los privilegios normales.
Las consecuencias deben estar aparejadas con la falta.
No retrases el castigo: si se va a castigar al niño, hazlo tan pronto como sea posible después de la mala conducta. Las conductas se controlan mediante consecuencias inmediatas. Es básico que nos vean seguros y sin dudas. 
Las consecuencias deben ser comprendidas, debe saber por qué se queda sin tele o porqué tiene que pedir perdón si ha ofendido a alguien. 
Deben ser firmes: siempre las mismas consecuencias para las mismas faltas.
Da una oportunidad para la buena conducta: el efecto inmediato del castigo es enseñar al niño lo que es correcto, pero hay que darle la oportunidad de que demuestre lo que ha aprendido.
Los castigos nunca deben atentar contra los derechos del niño, nunca deben ser violentos, ni humillarle o ridiculizarle o exponerle a castigos degradantes y por supuesto evitar que la consecuencia de una falta del niño traiga también falta de amor, frases como “eres malo, no te quiero” dañan profundamente.
Es aún mucho más importante elogiar al niño ante aciertos reiterados, es mucho más efectivo que los castigos. El elogio y la recompensa pueden ser físicos, comentarios orgullosos acerca de lo que el niño ha hecho, abrazos, besos, y también se pueden establecer unos premios materiales o bien permisos extras si el niño consigue reeducar una conducta. Hay que “cachar” al niño haciendo también algo bueno, no siempre lo malo.

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