En esta ocasión queremos compartir un artículo realizado por la psicoanalista Rosario Salgado, el cual ya fue publicado en una revista dirigida al público general y que ha tenido gran éxito. Nos resulta interesante porque menciona una de las quejas que más se escuchan en los consultorios cuando se atienden niños y adolescentes, y que se refiere a la dificultad para la imposición de los límites a los hijos. Escrito en lenguaje coloquial, este trabajo da interesantes aportaciones.
Cómo
mejorar la relación entre padres e hijos
Mtra.
Rosario Salgado Cuevas
Cada
vez mas nos sorprendemos de la manera en la cual las relaciones
familiares se han deteriorado; a menudo nos topamos con historias de
falta de respeto entre padres e hijos, historias que hablan de la
dificultad de los padres para instaurar límites efectivos y de
grandes problemas de conducta de los chicos, derivados de la falta de
regulación en la dinámica familiar.
El
objetivo del presente artículo es que podamos entender la
importancia de la instauración pertinente y efectiva de límites
educativos que
permitan que el desarrollo emocional del niño suceda de manera
estructurada, armoniosa y continuada; que lo lleve a un buen
funcionamiento personal y familiar, que redunde en un adecuado
sentimiento de autoestima; y que sobre todo permitan que la relación
entre padres e hijos sea adecuada y gratificante.
¿Qué
son los límites?
Son
reglas que regulan el comportamiento. Suponen contener, guiar,
proteger, prevenir y no sólo sancionar.
Los
límites siempre son delimitaciones del camino, son cercos que
protegen, que dan seguridad.
Como
padres de familia y educadores a menudo nos preguntamos por qué un
niño se porta mal. La respuesta bien podría ser alguna de las
siguientes:
- Para recibir atención. A través de una conducta inadecuada el niño consigue captar la atención de sus figuras de autoridad y con ello obtiene sentimientos de pertenencia e importancia.
- Para distraer de los conflictos familiares. Cuando un niño vive situaciones de dificultades entre sus padres, puede elegir conscientemente o inconscientemente portarse mal para de esta manera captar la atención en su conducta y distraer a sus padres del conflicto en el que se hallan.
- Para obtener poder. A través del poder que el niño obtiene con su comportamiento, consigue sentimientos de control y dominio, a la vez que refuerza su omnipotencia.
- Por enojo. De esta manera portarse mal le puede servir como descarga a la carga de enojo que lleva con él.
- Por sentimiento de inadecuación. Al portarse mal consigue ser tomado en cuenta, aunque sea para lo malo. Para un niño siempre será preferible ser visto haciendo algo incorrecto, que ser ignorado.
La
siguiente reflexión que nos ocupa es ¿qué tipo de padres no pueden
poner límites?
Padres
que han tenido una educación autoritaria y restrictiva, que han sido
humillados o maltratados de alguna forma. La consecuencia es una
nula exigencia hacia sus hijos para que no se sientan como ellos se
han sentido. No quieren ser violentos ni distantes, desean complacer
todos los gustos de sus hijos, aun a costa de grandes sacrificios.
Padres
que pasan por situaciones críticas: como un divorcio, ya que pueden
tomar la actitud de sobreproteger desde su propio dolor o desde la
culpa. A menudo se utiliza a los niños para hacerle daño al ex
cónyuge, “comprando” su cariño con falta de límites.
Padres
con poco tiempo y que delegan la educación en otros. Su sentimiento
de culpa hace que no pongan límites ni reglas, también tratan de
compensar la falta de tiempo, de afectividad, con un exceso de
permisividad.
Padres
que discrepan en la educación. Tienen entre sí opiniones distintas
y suelen desacreditar al otro delante del niño. No existe respeto
entre ellos y tampoco son coherentes. El niño va jugando con uno o
con otro, dependiendo de lo que trate de conseguir.
Padres
sobreprotectores. Temen tanto por sus hijos que no les ponen
límites; ellos están siempre detrás del hijo. No le dejan
enfrentarse a nada, siempre han estado volcados en el niño y cuando
éste tiene que enfrentarse a la vida no puede hacerlo. Estos padres
no le niegan nada al niño, viven por y para él, y acaban no
pudiendo controlar sus exigencias.
Padres
autoritarios. Son el otro extremo de la permisividad. Son
controladores, perfeccionistas y anulan la personalidad de los niños,
puesto que sólo persiguen la obediencia para demostrar su poder y
control. No negocian, son rígidos, inflexibles y abusan del poder.
No existe comunicación, solo la obediencia por la obediencia.
Padres
que no pueden mantener el no. Es decir que no saben mantener claros
los límites. El “No” no debe negociarse. Al poner un límite es
muy importante estar muy claro hasta dónde aplicarlo; son
irrealistas los “Nos” que se refieren a largo tiempo, como “no
saldrás más”, porque lo más probable es que no podamos
cumplirlo.
Padres
inconsistentes. Muchas veces los límites o las prohibiciones
dependen del estado de ánimo de los padres. Hoy vengo cansado y te
dejo ver la televisión hasta las doce porque yo me voy a la cama, o
bien hoy estoy de mal humor y te grito por la misma situación. Lo
ideal es que las reglas y las consecuencias que se deriven de su
incumplimiento sean claras independientemente de nuestro estado de
ánimo.
Padres
que pierden el control. Un niño que vive entre gritos es un niño
acostumbrado a la violencia verbal, y muy probablemente responderá
de igual forma o será muy inseguro.
Padres
inseguros y con poca autoestima, que desean ser aceptados por sus
hijos, y que no confían en sus propias decisiones ni en su capacidad
para defenderlas.
Padres
con miedo al enfrentamiento. Tienen deseos de no tener conflictos
y por ello no intervienen. Los hijos hacen lo que quieren, aunque
pasen sobre los derechos de los demás.
Padres
poco informados. Padres que no conocen el desarrollo físico y
emocional por el que atraviesan sus hijos en las diferentes etapas
evolutivas, lo cual provoca que los padres no puedan comprender y
responder adecuadamente a las necesidades de sus hijos, que no sepan
diferenciar qué se les puede pedir en cada etapa. A veces los
padres son muy permisivos mientras los niños son pequeños, y
restrictivos y rígidos cuando llegan a la adolescencia. Otras mas
no son capaces de tolerar la separación de sus hijos e instituyen
normas inadecuadas para la edad.
Lo
anterior provoca una serie de consecuencias en el comportamiento de
los hijos, en casa, escuela o en su núcleo social, que en resumen
catalogamos con el título de “niño mal portado”:
- Problemas de conducta y de aprendizaje en la escuela.
- A pesar de ser inteligentes utilizan sus habilidades para manipular.
- Suelen ser egocéntricos, egoístas, intolerantes y caprichosos.
- No toleran un “No”. Tienen baja tolerancia a la frustración.
- Son omnipotentes, a menudo su pensamiento es mágico y creen que van a poder obtener cosas solo porque lo desean, sin que medie la disciplina.
- No saben ser pacientes, ni esforzarse por lo que quieren.
- Son tiranos, ellos mandan en casa; exigen y amenazan, aún a los padres o maestros cuando no les satisfacen sus necesidades.
- A menudo falta al respeto a los adultos.
- Suelen culpar a los demás de sus errores y faltas, en vez de asumirlos ellos.
- Se enfadan frecuentemente.
En
resumen son chicos que muestran una baja autoestima al no conseguir
lo que quieren por su propio esfuerzo sino manipulando. Sienten que
valen por lo que tienen, no por lo que son, con lo que su apetito de
cosas materiales se vuelve insaciable.
Muchas
veces son vistos por los demás como exhibiendo gran apatía,
desmotivación e inseguridad. Suelen reaccionar de manera violenta
cuando no consiguen lo que desean.
Cabe
esperar que la adolescencia que tendrán estos niños sea más
conflictiva, la relación con los padres sea más problemática, y
por lo tanto su futuro sea más incierto desde el punto de vista
emocional.
En
la otra cara de la moneda, cuando un niño tiene límites desarrolla
solidez, confianza y seguridad; se siente protegido y querido;
a su vez gana una estructura sólida y puntos de referencia para
guiar su camino.
Un
padre capaz de instaurar límites se erige como una imagen parental
fuerte, consistente, alguien admirable con el que el niño va a
desear identificarse.
De
igual manera un hijo con límites tiene mayor claridad de criterio y
desarrollo de empatía, al respetar y reconocer los límites de otras
personas.
A
su vez permiten que el niño se organice y tenga buenos hábitos con
lo que consigue un sentimiento de laboriosidad y disciplina que
alienta su creatividad.
Los
límites en etapas tempranas de desarrollo también son fuente de
información valiosísima ya que permiten que el niño distinga sus
emociones y las pueda regular, con lo que consigue autodominio, mismo
que le servirá como protección frente a violencia, alcohol y
drogas.
Las
familias con límites adecuados alientan el desarrollo
de pensamiento vs. la impulsividad, el autocontrol en sus miembros,
el cumplimiento de normas, mayor tolerancia a la frustración, a
poder enfrentar un “no”; y finalmente estimulan el desarrollo
de valores, entre los que se encuentran: orden, respeto, tolerancia,
justicia, templanza, fortaleza.
¿Cómo
aplicar límites efectivos y afectivos?
Imponer
límites no es fácil. Tenemos que ir enfrentándonos a muchas
discusiones y al hecho de que el niño “saltará” muchas veces
esos límites hasta que aprenda.
La
instauración de límites debe empezar desde el inicio de la vida,
con un trato organizado, contenedor y estructurado hacia el bebé.
Tan
pronto el bebé empieza a explorar es importante señalarle de manera
firme y cálida lo que puede hacer y lo que no puede hacer,
atendiendo al momento de desarrollo en el que se encuentre, sin
etiquetar sus conductas negativamente.
Hacia
los dos años el pequeño se halla en una etapa de autonomía en la
que explora sus facultades; es necesario estar vigilante de sus
logros y descubrimientos señalando y corrigiendo aquello que no deba
hacer. Recordando que el niño quiere probarse y probar a los
adultos. Es importante no ceder a las rabietas.
Los
límites deben irse adecuando a la edad del niño.
Las
metas deben ser realistas y hay que valorar lo que el niño hace y
animarle a continuar.
Los
límites deben ser claros y precisos. Requieren que las autoridades
del niño se pongan de acuerdo.
Deben
ser muy concretos porque así los niños los entenderán mejor.
No
deben ser generales sino específicos.
No
son necesarios los “rollos”, son más eficaces las normas breves
y claras.
Es
importante verificar la comprensión del límite.
Los
límites deben fijarse de antemano, no se debe dejarlos a la
improvisación o al momento de rabia.
Deben
ser firmes. (Ejemplo: horarios para dormir)
Es
necesario imponer los límites desde el ejemplo, en la mayoría de
los casos.
En
ciertos casos procurar dar opciones. Es una forma de ayudarle al niño
a tomar decisiones y de enseñarle autonomía.
Es
necesario darle tiempo: tener paciencia y saber que muchas veces
fallará. El niño necesita un período de aprendizaje y debemos
valorarlo.
El
elogio y acentuar lo positivo es lo que realmente cambia y modifica
conductas.
Debemos
mantenernos firmes. En cuestiones importantes es bueno aplicar el
límite sin titubeos. Para ser firme se ha de creer que se hace lo
correcto.
Debemos
distinguir qué límites son inamovibles. Existen normas que son
básicas que no pueden ser objeto de revisión o de diálogo, para
los que se requiere firmeza. Existen otras que son importantes, pero
que admiten revisión o que los hijos opinen, siempre previamente a
establecer dichas normas y otras más accesorias y que son más
negociables.
Sugiere
una alternativa.
El
mensaje o la norma debe centrarse sobre la conducta: Decírselo con
claridad, centrándonos en lo que queremos que haga o deje de hacer,
es decir, en la conducta en cuestión, no en la actitud o en la valía
del niño.
Hablar
con calma, no hace falta gritar: dar las órdenes o instrucciones en
un tono de voz normal puede trasmitir más firmeza que dar
un grito, que sólo significa que se empieza a perder el control en
uno mismo.
Debe
aplicarse la consecuencia preestablecida. Un límite es firme
si siempre lleva aparejada la consecuencia.
La consistencia es el punto más importante del
establecimiento de límites: cuando el niño sabe que siempre sus
padres actúan como han acordado, tendrá en cuenta la norma y
la respetará.
Ubícate
a su nivel para verle directamente a los ojos y pregúntale que le
pasa.
Escucha
y explica el por qué. Cuando un niño entiende el motivo de una
regla como una forma de prevenir situaciones peligrosas para sí
mismo y para otros, se sentirá más animado a obedecerla.
Entendiendo la razón, con pocas palabras, los niños pueden
desarrollar valores internos de conducta o comportamiento y crear su
propia conciencia.
Cuando
un niño está angustiado no puede pensar bien. No puede pensar
en lo que le decimos y por eso no hace lo que pedimos. Guarda
distancias.
¿Cómo
aplicar consecuencias?
El
castigo no debe usarse como algo habitual. Perderá eficacia, y al
niño no le enseñará nada.
La
consecuencia debe ser corta y proporcional a la acción. Si dura
mucho hay momentos en los que los niños no saben por qué se les ha
castigado.
Debemos
también darle la oportunidad de que con el cumplimiento de la norma
vuelva a tener los privilegios normales.
Las
consecuencias deben estar aparejadas con la falta.
No
retrases el castigo: si se va a castigar al niño, hazlo tan pronto
como sea posible después de la mala conducta. Las conductas se
controlan mediante consecuencias inmediatas. Es básico que nos vean
seguros y sin dudas.
Las
consecuencias deben ser comprendidas, debe saber por qué se queda
sin tele o porqué tiene que pedir perdón si ha ofendido a alguien.
Deben
ser firmes: siempre las mismas consecuencias para las mismas faltas.
Da
una oportunidad para la buena conducta: el efecto inmediato del
castigo es enseñar al niño lo que es correcto, pero hay que darle
la oportunidad de que demuestre lo que ha aprendido.
Los
castigos nunca deben atentar contra los derechos del niño, nunca
deben ser violentos, ni humillarle o ridiculizarle o exponerle a
castigos degradantes y por supuesto evitar que la consecuencia de una
falta del niño traiga también falta de amor, frases como “eres
malo, no te quiero” dañan profundamente.
Es
aún mucho más importante elogiar al niño ante aciertos reiterados,
es mucho más efectivo que los castigos. El elogio y la recompensa
pueden ser físicos, comentarios orgullosos acerca de lo que el niño
ha hecho, abrazos, besos, y también se pueden establecer unos
premios materiales o bien permisos extras si el niño consigue
reeducar una conducta. Hay que “cachar” al niño haciendo también
algo bueno, no siempre lo malo.
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