Sabina
Alazraki
A
partir de los textos sobre creatividad escritos por D. Anzieu, y del
desarrollo hecho por Mariam Alizalde acerca de la idea del Encuadre
Interno, se busca pensar la formación analítica, como un trabajo de
creación que lucha con la falta, la pérdida, el dolor, y también
con la posibilidad; es decir, con la elaboración de una nueva
identidad a través de la identificación con un “nuevo” objeto
amado y desaparecido, al que revive, esta vez, bajo la forma de los
personajes del analista en primer lugar, como representante materno,
y del Instituto en segundo lugar, como representante paterno; esta
nueva elaboración activa los sectores adormecidos de la libido, y
también de la pulsión de destrucción. Los años en el Instituto
constituyen la recreación de un espacio transicional que es la
condición necesaria para permitir al candidato recuperar o no, su
confianza en su propia continuidad, en su capacidad de establecer
nexos entre sí mismo y el mundo, los otros, en su facultad de jugar,
de simbolizar, de pensar, de crear.
Esta
es la elaboración terciaria a la que se refiere Green, que
redistribuye de manera diferente la interacción de los procesos
primarios y secundarios.
Se
busca hacer una revisión de los procesos que son o no facilitados en
esta experiencia formativa para ser psicoanalista.
Como
primera condición para crear, apunta Anzieu en “El Cuerpo de la
Obra” se requiere de una filiación simbólica con un creador
reconocido. Sin esta filiación y sin su rechazo posterior, no existe
paternidad posible de una obra.
La
formación analítica se distingue de un programa meramente
académico, en tanto sus objetivos no solo incluyen la adquisición
de conocimientos teóricos, sino la incorporación de valores, y la
introyección de marcos emocionales de experiencia en dónde los
conceptos y los valores adquieren un sentido cuya transmisión solo
puede suceder en el marco de una relación de intimidad
transferencial.
Así,
aunque en cualquier libro o seminario de técnica podamos comprender
la formalidad del encuadre, el ‘encuadre interno’ implica el
desarrollo de la capacidad de una empatía reflexiva, la sensibilidad
del analista a su propio inconsciente y al del paciente, la
transmisión, escucha, comunicación e interacción entre
inconscientes, y el despliegue de la creatividad y la sensibilidad en
el arte de escuchar, y eventualmente de curar.
“El
registro de lo inaudible y del territorio más allá de la palabra
forman parte de esta escucha. El trabajo con el silencio y el amplio
campo no formalizable de los afectos conforman un campo no
representacional de enorme potencial clínico.” (Mariam Alizalde,
1999)
El
desarrollo y buen manejo del encuadre interno construye
paulatinamente una base teórico-vivencial, a partir de la
experiencia integradora (como con un buen compañero de juegos) que
se da en la supervisión, sobre la cual se instala una suerte de
espontaneidad libremente flotante imprescindible para batallar con
los múltiples obstáculos de la cura.
Como
escribiera Alizade (2002): “El encuadre
interno participa de una fenomenología de lo invisible, de una
percepción puesta en acto no mensurable por manifestaciones
externas. Un encuadre externo excesivamente pautado puede oficiar de
regla inútil, constituirse incluso en un marco iatrogénico
inmovilizador sede de una analidad tanática. El analista debe estar
alerta a las consecuencias negativas de los mandatos de un super-yo
analítico ignorante de la plasticidad de las constelaciones
psíquicas y de la dinámica de los procesos que exigen rapidez
mental, inteligencia y creatividad.”
Es
producto de un matrimonio afortunado, o por lo menos de la
elaboración afortunada del matrimonio temporal entre el análisis
personal del candidato y la institución. De la re adquisición del
lenguaje de lo maternal y de lo paternal, como promesa o posibilidad
de un trabajo fecundo. Quisiera proponer también el espacio de
supervisión como un espacio transicional, que no es ni el espacio
analítico, ni el institucional propiamente, donde se puede jugar e
ir integrando de una manera personal todos estos ingredientes, en un
tiempo también muy personal, muy propio.
Así
como Didier Anzieu describe la función maternal de lo mental, como
aquellas estimulaciones maternas, que por una parte comunican las
experiencias que el niño integra muy tempranamente sobre el amor, o
sobre la ambivalencia, o sobre el narcisismo maternales, la
experiencia analítica durante el periodo de formación toma una
relevancia particular en tanto aquel primer lenguaje se resignifica,
no solo en el sentido del candidato como paciente, sino del candidato
haciendo un trabajo íntimo al servicio de poner su naciente
capacidad analítica, su encuadre interno al servicio de un paciente
por venir.
Según
Winnicott, la recreación de un espacio transicional (dado aquí por
este espacio de tres, supervisión aparte) es la condición
necesaria, para permitir al individuo, recuperar su confianza en su
propia continuidad, en su capacidad de establecer nexos, entre sí
mismo, el mundo, los otros, en su facultad de jugar, de simbolizar,
de pensar, de crear.
Pero
queda una pregunta ¿porqué entre el gran número de las personas o
candidatos que han conservado huellas importantes de fijación
simbiótica positiva con su madre o analista, tan pocas se convierten
en creadoras? Un amor materno abundante y estimulante puede
predisponer al niño a la empatía y a la creatividad. Pero como
propone Anzieu, también es necesaria una referencia de tipo paterno
para el despegue creador. Es decir, también es necesario lograr
beneficiarse de la presencia y de la influencia del tercero. Haciendo
referencia al proceso de la formación, está función la cumple la
institución psicoanalítica.
Señala Kaës (en Gimon 2002) que las instituciones nos
infligen varias heridas narcisistas: el darse cuenta, por ejemplo, de
que la institución no "está hecha para cada uno de nosotros
personalmente", y de que al mismo tiempo sostenemos la demanda
inconsciente de que el aparato psíquico grupal debe idealmente
poseer la capacidad de articular la fuerza y el sentido de las
interacciones entre sus miembros, de asegurar la existencia de "un
espacio de simbolización que acoja, administre y transforme los
elementos pulsionales insensatos que inmovilizan las formaciones
psíquicas comunes," y al mismo tiempo, debemos tratar con la
paradoja que de los lazos institucionales son puestos en evidencia
por una falta de esa misma regulación económica grupal, siempre
presente.
Kaes
(Gimon 2002) habla de la existencia en las instituciones de
ansiedades paranoides, del miedo a lo desconocido o a la situación
nueva (...) el miedo se produce frente a lo desconocido que cada
persona lleva dentro de sí bajo la forma de no-persona o de
no-identidad. No es solamente la novedad lo que provoca miedo, sino
también lo desconocido que existe al interior de lo conocido.
Me
parece que es legítimo deducir que en la medida en que las
condiciones institucionales, por un lado, más las condiciones de
angustia personal, por el otro, se anuden, estimulen y promuevan
estas ansiedades paranoides, de manera que éstas se incrementen,
generarán un efecto esterilizante en sus miembros.
Para
subrayar lo que decíamos antes, el maternaje por parte de una madre
atenta y amorosa no es suficiente para preparar al niño, o al
candidato en este caso, para convertirse en creador. Es preciso que
un padre o instituto tome el relevo; que sea al mismo tiempo y en
general, tolerante aunque firme, y favorezca y refuerce el deseo de
saber. “La capacidad de pasar de lo visto (o
de lo escuchado) a la concepción de un código está subordinada a
la existencia de un relevo paterno, en tanto que permite hacer del
fantasma un objeto de conquista más que de temor.”
(Anzieu, Pág. 95)
¿Cuál
sería entonces la función paterna en la concepción psíquica y
actitud mentalmente activa del yo en éste proceso formativo?
Según
Anzieu, lo masculino
existente en el pensamiento tiene que ver con hurgar una cuestión a
fondo; perfeccionar procedimientos y herramientas que aumenten la
fuerza, la habilidad, la precisión de la investigación; provocar;
vencer los obstáculos; explorar un espacio de idas y venidas;
ajustar los engranajes; buscar la configuración y el movimiento de
la llave que se hundirá en la cerradura y revelará su
funcionamiento; desencadenar el surgimiento de una evidencia por
insistencia de las manipulaciones mentales. Estas actitudes, que son
trasposiciones en el psiquismo de la actitud sexual masculina,
desempeñan una función en el paso entre el investir libidinal y
vigorosamente al representante psíquico, que a la vez es el más
misterioso y el más atractivo, y de ahí a partir de un código,
montar la obra como una maquinaria en un buen estado de
funcionamiento y que responda bien a los impulsos.
La función de lo materno,
en el trabajo del pensamiento creador, concierne esencialmente a la
experiencia afectiva de despertar, de explorar. Con ésta particular
experiencia analítica, la del diván, establecemos un primer marco
de trabajo, de experiencia y de pensamiento (análogo al de la vida
primaria) aún muy maleable; se establecen ritmos, afinidad a los
elementos suministrados por la receptividad y por la relación; la
flexibilidad de la envoltura, la capacidad de hacer eco, de un
continente dentro del cual puedan aparecer contenidos psíquicos como
tales; la capacidad de dejarse llevar por la ensoñación; y
entrenamiento en el juego simbólico. También a la génesis del
pensamiento, según Bion, como pensamiento del no-seno, es decir,
como pensamiento de la ausencia que de manera radical viene a cortar
el odio provocado espontáneamente por la frustración y permite
remplazar al objeto ausente por su representación.
Puede
hacer falta subrayar que ninguna de estas figuras, ni de estas
funciones en la formación, como en la vida, son puras.
Aunque
el análisis esté a cargo de ciertas funciones maternas en la
formación, hay un tercero que la estructura, que es el encuadre, y
sin duda, la interpretación. Y aunque hay una función
predominantemente estructurante por parte de la Institución, ésta
también tiene una función continente, de acompañamiento y que
ayuda a elaborar impulsos para ser traducidos a pensamientos.
La
supervisión queda incluida como "acompañante de juegos"
del candidato, que ayuda a integrar en un espacio transicional
particular la nueva manera de ir entendiendo la teoría, con la nueva
experiencia clínica, con el encuadre interno, y la madurez personal.
A veces reforzando el espacio analítico, a veces el institucional.
Parte de los dos, y a la vez con una mirada única de la intimidad
del trabajo clínico del candidato.
Trabajo
del sueño, trabajo del duelo, trabajo de la creación: tal es la
serie fundamental, según describe Anzieu, que la experiencia
psicoanalítica permite recorrer y al que la normalidad sirve para
iluminar a la patología y no a la inversa. Sueño, duelo y creación
tienen en común el que constituyen fases de crisis para el aparato
psíquico. Como en toda crisis, hay un desconcierto interior, una
exacerbación de la patología del individuo, un cuestionamiento de
las estructuras adquiridas, internas y externas, una regresión a
recursos no utilizados que es necesario no conformarse con entrever,
y de los que hay que apoderarse, y ello significa la fabricación
apresurada de un nuevo equilibrio, o la superación creadora; o si la
regresión solo encuentra el vacío, existe el riesgo de la
descompensación, de apartarse de la vida, de refugiarse en una
enfermedad, incluso la aceptación de la muerte, física o psíquica.
En
todo trabajo opera una transformación. El trabajo del sueño
transforma un contenido latente en contenido manifiesto, que a su vez
es modificado por la elaboración secundaria. El trabajo psíquico de
creación dispone de todos los procedimientos del sueño:
representación de un conflicto en un “escenario diferente”,
dramatización (es decir, puesta en imágenes de un deseo reprimido),
desplazamiento, condensación de cosas y palabras, figuración
simbólica, transformación en lo contrario. Contamos con nuestro
diván para elaborarlo.
Como
el trabajo del duelo, el de creación lucha con la falta, la pérdida,
el exilio, el dolor; realiza la identificación con el objeto amado y
desaparecido, al que revive, por ejemplo, en el encuentro de cada
sesión, de cada lectura, de cada discusión, de cada supervisión;
activa los sectores adormecidos de la libido, y también la pulsión
de destrucción.
Es
sobre todo, un trabajo para comprender los procesos de las
operaciones transformadoras: el tránsito entre la salud mental y los
desórdenes psíquicos, entre los desórdenes psíquicos y la cura,
entre la creatividad y la creación.
Así
la formación, tiene una función integradora de procesos internos y
externos, vinculares e íntimos, personales y sociales, existenciales
y profesionales.
Debe
facilitar un proceso de madurez, al tiempo que se reelabora un
renacimiento y un paso por una infancia regulada por unas relaciones
parentales en un diálogo muy particular. En el éxito de ésta
nueva triangulación se gesta la esperanza de la receptividad
creativa de la herencia cultural de esta “nueva” (en el mejor de
los casos) experiencia.
Sabemos
que una infancia estéril y empobrecida solo tiende a eternizarse. Y
que no sabe jugar, ni fantasear, ni generar nuevas posibilidades.
Se
trata de la metáfora de un transitar exitoso o no, entre pasar de
ser hijos y pacientes, a lograr ser padres fértiles por derecho
propio, y así analistas receptivos a una escucha propia, genuina,
original y generadora a su vez de nuevas historias, de nuevas
posibilidades creativas.
Bibliografía - ALIZADE, A. M. (1999). “El encuadre interno” Revista Zona erógena No 41. Las Neurosis en la actualidad. Buenos Aires, 1999.
- ALIZADE, A. M. (2002). ¨El encuadre interno: nuevas aportaciones¨. Conferencia presentada en Paris en el marco del primer encuentro APA-SPP.
- ANZIEU, D. (1993) El Cuerpo de la Obra, Ensayos psicoanalíticos sobre el trabajo creador. Siglo XXI Editores. México. 1981.
- GUIMON UGARTECHEA, J. “¿Se puede hablar de una Psicopatología institucional?” Revista Avances en salud mental relacional Vol. 1, núm. 1 - Marzo 2002
- KAES, R. (1996) El estatuto teórico-clínico del grupo. De la psicología social al psicoanálisis [Conferencia dictada el 16 de Abril 1996 en la Universidad Autónoma de México - Xochimilco]
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