El sábado 25 de enero en el auditorio de APM, se llevó a cabo la presentación del libro del Juan Vives. Rocabert “La Muerte y su Pulsión: Una Perspectiva Freudiana”, editado por Paidós.
En la presentación hubo comentarios del Dr. José Camacho, del Dr. Miguel Kolteniuk y de la Dra. Ruth Axelrod.
A continuación presentamos dos visiones del libro, de la mano del Dr. Miguel Kolteniuk y del Dr. José Camacho que aparecerán en el volumen XLVII números 1-2 del 2014 de los cuadernos de psicoanálisis de APM.
RESEÑA DE LA MUERTE Y SU PULSIÓN DEL
DR. JUAN VIVES.
Dr. Miguel Kolteniuk
¿Qué es la muerte? ¿Es algo deseable, intolerable, inevitable, negable y delirable? ¿Tiene algún sentido trascendente o es un acontecimiento fútil, sin sentido, que le ocurre al individuo? ¿Es la deuda que contrae cada hombre al nacer? ¿Es lo que le da sentido a la vida, lo que le quita su inservible y monótona prolongación? ¿Es la madre de la filosofía, tal como dijera Schopenhauer? O es la causa del absurdo de la vida, de la nausea, de la pasión inútil de ser Dios, como sostuvo Sartre. O es la entraña misma del amor, como lo afirma la literatura universal, desde los griegos, el romanticismo, hasta Freud.
Desde la perspectiva biológica, —sostiene Cereijido— la muerte tiene sus ventajas, se sacrifica al individuo para preservar la especie, tal como lo afirmara Schopenhauer y lo reafirmara Freud en Más Allá del principio del placer. Para los suicidas y los pesimistas, la muerte es una liberación del sufrimiento intolerable que significa la vida. Cioran tituló a uno de sus libros "Del inconveniente de haber nacido". Para Calderón, nacer constituye el peor de los delitos. Para los místicos, en cambio, la muerte es una bendición, al grado de hacer afirmar a Santa Teresa: "Vivo sin vivir en mi, y tan alta vida espero, que muero porque no muero". Para Heidegger es una determinación ontológica, "el hombre —afirma— es un ser para la muerte". Para Eichman, según Hanna Arendt, es un acto banal. Para Camus el único problema filosófico verdaderamente decisivo es el suicidio, mientras que para Mussolini, el grito de "Viva la muerte" era su justificación existencial. Y para la mayoría de nosotros, la muerte es lo que le ocurre al otro, no a mí. La renegación de la muerte es el mecanismo defensivo que nos permite transitar la vida sin excesivos sobresaltos, y a veces, con cierta felicidad.
La muerte y su pulsión. Que título más sorprendente y enigmático. Tal vez sin proponérselo, Juan Vives parecería sugerir que la muerte tiene una pulsión, que le pertenece a ella y no al sujeto viviente, único poseedor de las pulsiones. Me parece que esta paradoja apunta ya a señalar uno de los problemas centrales del libro: ¿qué es la pulsión de muerte? ¿Se trata verdaderamente de una pulsión, según las definiciones de Freud? ¿En cuantos sentidos podemos entender este concepto? ¿Cómo podemos sustentar su existencia? ¿Cuales serían los datos clínicos que permiten su postulación? ¿No se trata más bien de un concepto fantasioso de Freud, su "mitología"? ¿Existe algún fundamento biológico que lo apoye? ¿Es la reproducción sexual la madre de la muerte, tal como lo adelantó Goethe?
De esto y de muchas otras cosas se ocupa Juan Vives en lo que considero su obra cumbre, La muerte y su pulsión, una reflexión erudita y creativa sobre la pulsión de muerte, en la que el rigor y respeto al texto freudiano coexiste con el cuestionamiento crítico efectuado desde una perspectiva contemporánea multidisciplinaria. Este libro llena un gran vacío en la literatura psicoanalítica actual. Que yo sepa, no existe un tratado sobre el tema de tal extensión y profundidad, (por lo menos, en lengua española), que abarque la variedad de temas que giran en torno al controvertido concepto freudiano de la pulsión de muerte.
Cuando el autor me dio a leer su manuscrito, le dije, —Juan, has escrito tres libros, uno sobre la pulsión de muerte, otro sobre Freud como paciente y otro sobre psicopatología, sólo te van a publicar uno de los tres—, él me respondió, —y eso que no puse todo lo que quería decir—. Por fortuna, la editorial Paidos lo hizo entrar en razón y logró que reelaborara todo el material y nos obsequiara esta nueva síntesis, más integrada, más comprensible y más atractiva, en la forma de este libro, que tengo el honor de presentar el día de hoy.
Pero, aunque se trate de un libro estructurado y bien articulado, Vives logró introducir de manera subrepticia, el contenido de los tres libros plasmados en su manuscrito original. Desde mi punto de vista, en La muerte y su pulsión encontramos una presentación discutida y razonada de la metapsicología freudiana, encontramos un tratado de psicopatología en permanente correlación teórico clínica que es utilizada para ejemplificar, discutir y criticar la metapsicología, y en la que ofrece lecturas alternativas y propone desacuerdos muy bien fundamentados. Nos presenta, además el caso clínico de Freud, una historia clínica y una psicobiografía que incluye los hallazgos revelados por las investigaciones actuales y que Vives articula desde las perspectivas psicoanalíticas contemporáneas. Casi podría decir que es la parte que más me sorprendió y disfruté, porque era la primera vez que alguien me ofrecía una imagen más verdadera, más completa y mejor diagnosticada en comparación con sus biógrafos oficiales, Ernest Jones, Peter Gay y Max Schur. No les diré su diagnóstico psicodinámico para que lo busquen en el libro.
Pero la parte medular del libro comienza con un análisis, me atrevería a decir, deconstructivo del concepto freudiano de pulsión de muerte, en el que combina herramientas de la hermenéutica, el análisis del significado polisémico, el inventario de los distintos usos y contextos en los que aparece dicha expresión y la búsqueda de sinonimias, (todo esto perteneciente a la semántica), con el análisis lógico, guiado por los principios de coherencia y no contradicción entre sus derivaciones conceptuales que aparecen en la totalidad de la obra freudiana. Esta me pareció una tarea metodológica ejemplar. Sin embargo, esto acota solamente el nivel del análisis lógico y semántico del concepto de pulsión de muerte. El libro de Vives abarca mucho más.
El índice del libro resulta suficiente para señalar el trayecto conceptual que va a desarrollar el autor: 1.La muerte. 2.El concepto de pulsión. 3. Del concepto de agresión, sus derivados y transformaciones, a la noción de instinto de muerte. 4. El concepto de instinto de muerte en la obra de Freud. 5. Manifestaciones clínicas de la pulsión de muerte. 6. Discusión y 7. Conclusiones provisionales. Sería una insensatez ofrecer una síntesis de cada uno de los capítulos del libro. Para los propósitos de esta reseña me voy a limitar a comentar algunos aspectos del análisis crítico que Vives hace del concepto de pulsión de muerte, para terminar con un esquema muy sintético de la postura alternativa que nos propone el autor en contraposición a la postura freudiana. Juan Vives nos define de un plumazo el marco teórico metapsicológico en el que va iniciar la discusión de la pulsión de muerte. Este marco teórico pretende explicar:
- La comprensión e integración de un vasto territorio mental que es el mundo del inconsciente" (p.305).
- La hipótesis de un aparato psíquico que pasó por cinco etapas conceptuales desarrolladas en el curso de las reflexiones de su creador:
- aparato del lenguaje ...(Afasias)
- aparato neuronal...(Proyecto...)
- aparato de memoria...(Carta 52 y Block maravilloso...)
- aparato psíquico topográfico...(CAP. VII)
- aparato psíquico estructural...(El Yo y el Ello) (p. 306)
- Una teoría instintiva que evolucionó en tres períodos:
- el primer dualismo pulsional...(Tres ensayos)
- el par libido objetal versus libido narcisista... (Introducción al Narcisismo)
- el segundo dualismo pulsional...la pulsión de vida o Eros y la pulsión de muerte...(Más allá del principio del placer). (p. 399)
Para Juan Vives no existe una diferencia significativa entre los términos de instinto y pulsión para traducir el Trieb de Freud, y a lo largo del libro, los usa indistintamente, aunque cuando se trata de precisar algún concepto, lo específica en alemán, como cuando afirma que "esta ley de la selva ha sido altamente modulada en el hombre —es lo que va del instinkt al triebe— que tamiza, desplaza, posterga o modifica el deseo..." (p. 314, las cursivas son de Vives). De esta cita deduzco que, en el fondo, esta diferencia sí le resulta importante. Yo le preguntaría al autor qué piensa de este dato.
A Juan Vives le parece que el concepto de pulsión es excesivamente ambiguo y omniabarcante, de poca utilidad teórica, de manera que él propone sustituir el dualismo pulsional de vida y de muerte propuesto por Freud, por la existencia de "cinco grandes grupos de instintos, con diferentes niveles de complejidad: el grupo de los instintos sexuales, el grupo de los instintos
agresivos/destructivos, el instinto de muerte, los instintos epistemofílicos y los instintos vinculares (que explican los fenómenos de apego, las relaciones de pareja y familia), así como los tan discutidos instintos gregarios". (p. 316). En otras palabras, en lugar de dos instintos, propone cinco grupos de instintos.
En lo que respecta a la pulsión de muerte, el autor señala una gran dificultad para encuadrarla en la definición freudiana de pulsión, entendida como una energía que tiene una fuente, una fuerza, un objeto y una meta. La pulsión de muerte no tiene un origen que la haga pulsar. No podemos señalar ningún origen de ella, a menos que la interpretemos como una programación genética destinada a la terminación de la vida en el organismo, la apoptosis o suicidio celular, pero esto significaría dejar de ser una pulsión para convertirse en un programa biológico.
Tampoco podemos definir la fuerza de la pulsión de muerte porque su energía es muda y desvinculadora, no puede ser representada en el psiquismo porque implicaría algún tipo de ligadura. Por consiguiente, para el autor, hacer derivar la pulsión de destrucción de la pulsión de muerte es un contrasentido. Habría que diferenciar conceptualmente la supuesta pulsión de muerte, que es negatividad pura, de los fenómenos de la destructividad humana que son altamente positivos y simbolizables. Por consiguiente, el grupo de los instintos agresivos, que van desde los que son útiles para la supervivencia hasta la "agresión fría" innecesaria, deben ser conceptualizados al margen de la pulsión de muerte y no como su derivación.
En lo que se refiere al objeto de la pulsión de muerte, se trata sólo de un único objeto que es el sujeto mismo que la posee. El objeto deja de ser lo más variable de la pulsión para convertirse en su propia meta. Tampoco podemos afirmar que su finalidad consiste en regresar al organismo al estado inorgánico del que surgió, pues como dice el autor "no hay nada de cierto en la afirmación de que el hombre se haya originado de lo inorgánico, a menos que nos demos ciertas licencias de tipo poético o religioso". (p 327). En suma, a diferencia de los instintos sexuales, la pulsión de muerte no puede ser gratificada más que con la muerte misma, porque cualquier gratificación de los instintos destructivos en el mundo externo, deben ser entendidos desde otro lugar distinto a la pulsión de muerte. En suma, la pulsión de muerte no cumple con los requisitos que Freud estipuló para definir una pulsión tal como lo estableció en su artículo Pulsiones y destinos de pulsión. Por lo tanto, la pulsión de muerte no es una pulsión, sino un concepto contradictorio y ambiguo que confunde el programa mortífero, inscrito en el genoma, con las manifestaciones externas de la destructividad humana.
No contento con haber argumentado que la pulsión de muerte no cumple con los criterios definitorios del concepto estipulados por Freud, Vives dedica toda una sección del libro a derribar el sustento clínico que Freud utilizó para fundamentar su pulsión de muerte. Se trata de una lectura alternativa de los fenómenos que se derivan de la compulsión de repetición expuestos en Más allá del principio del placer: los sueños y los síntomas repetitivos de la neurosis traumática, el juego del carretel, los fenómenos de repetición de la transferencia y la fijación al trauma como resistencia del ello.
Para Juan Vives, Freud nunca distinguió los procesos de repetición elaborativa, esencial para la superación de lo traumático, al servicio de la pulsión de vida y promovido por las fuerzas libidinales, de la compulsión repetitiva al servicio del sufrimiento, el estancamiento, el deterioro y la destrucción. Desde esta perspectiva, los fenómenos repetitivos utilizados por Freud como fundamento de la pulsión de muerte, demuestran ser en realidad, procesos elaborativos al servicio de la pulsión de vida. Los ejemplos probatorios citados por Freud sirven para demostrar lo contrario de lo que argumenta. Esta es, a mi juicio, la ojbeción más fuerte que presenta Vives a la fundamentación clínica de la pulsión de muerte.
Sin embargo, matiza el autor, "debemos dejar claramente anotado que en la clínica existen repeticiones que no llevan a nada, que son como un disco rayado: se repite, compulsivamente, una y mil veces la frase sin adelantar ni atrasar...quizá deberíamos circunscribir dicha noción a estos casos, perfectamente asimilables a la idea de un instinto de muerte". (p. 355). Como puede verse, a pesar de sus objeciones, Vives deja viva a la pulsión de muerte, aunque mucho más acotada en sus alcances. Retomaré más adelante este punto.
No obstante, será hasta la parte final del libro donde Juan Vives nos va a revelar su propuesta central, altamente polémica y revolucionaria que nos obligará a hacer una relectura alternativa, si no es que opuesta, de la metapsicología freudiana, en la que los puntos de vista económico y dinámico van a ser profundamente transformados. A mi juicio, esta es la aportación más osada y cuestionadora del autor. En lugar del dualismo energético freudiano (libido-energía desvinculadora) Vives propone un monismo energético, y en lugar del dualismo pulsional dinámico (pulsión de vida-pulsión de muerte), Vives propone un pluralismo dinámico integrado por cinco grupos de instintos ínterrelacionados a la manera de los sistemas complejos, que, al agregarle el programa genético para la muerte, se convierten en seis:
- los instintos de vida
- los instintos de autoconservación o del yo
- un programa para la muerte al que se ha denominado instinto de muerte
- los instintos agresivo-destructivos
- los instintos epistemofílicos
- los instintos gregarios
"En este sentido, en el psicoanálisis también nos estaríamos enfrentando a una teoría instintiva de tipo monista, en el sentido de una sola forma de energía, quizás entendible en lo que se refiere al metabolismo corporal, que puede manifestarse en el psiquismo como psicosexualidad y ligadura o como muerte y disgregación. Freud —a pesar de sí mismo—, se acercó a este tipo de concepción cuando asumía la posibilidad de que en el psiquismo existiera un tipo de "energía desplazable, indiferente en sí, pero susceptible de agregarse a un impulso erótico o destructor, cualitativamente diferenciado, e intensificar su carga general" (El yo y el ello). Para Freud, dicha energía posiblemente metabólica es la que ingresa al psiquismo y ahí adquiere su cualidad, restableciendose el dualismo. A partir de esta hipótesis, asumimos que dicha energía, en su forma más simple puede manifestarse de las dos formas mencionadas, aparentemente opuestas" (p. 407-408).
En resumen, en franca oposición a Freud, Juan Vives nos propone un monismo energético y un pluralismo dinámico sin pulsión de muerte, pero con un programa genético mortal. Si esto es así, debemos reconocer que Juan Vives ha asumido una posición que va más allá, o más acá de Freud, según se quiera ver, pero definitivamente, se ha apartado de sus postulados fundamentales, ha abandonado la ortodoxia que definía el marco conceptual de sus trabajos anteriores. Para mí, esta es su aportación más polémica y valiosa, casi me atrevería a decir que Juan Vives ha dejado de ser freudiano para convertirse en postfreudiano.
Sin embargo, como señalé anteriormente, Vives ha dejado viva a la pulsión de muerte al reconocer que "debemos dejar claramente anotado que en la clínica existen repeticiones que no llevan a nada, que son como un disco rayado: se repite, compulsivamente, una y mil veces la frase sin adelantar ni atrasar...quizá deberíamos circunscribir dicha noción a estos casos, perfectamente asimilables a la idea de un instinto de muerte". (p. 355). Si a esta cita le agregamos los fenómenos desimbolizantes y desobjetalizantes estudiados por André Green así como los fenómenos en menos K, los elementos beta y los objetos bizarros, estudiados por Bion, sólo para mencionar a dos de los autores más notables, podemos entender que la pulsión de muerte se resista a morir.
La gravedad de algunos procesos de repetición compulsiva, de fijación de las situaciones traumáticas, las reacciones terapéuticas negativas, los duelos patológicos incoercibles, la tenacidad de ciertas patologías y la búsqueda de la autodestrucción llevó a Freud a postular la existencia de la pulsión de muerte. Más allá de que se trate de un concepto difícil de entender y de que contenga inconsistencias, pienso que posee un gran valor heurístico porque tiene un poder sugestivo insuperable para nombrar lo innombrable, lo irremediable, lo irreparable (otro título de un libro de Vives), y lo fatal. "Nuestras vidas —dice Jorge Manrique —son los ríos que van a dar a la mar que es el morir". Creo que esta dimensión poética y trascendental es la que quiso capturar Freud con su concepto de pulsión de muerte y creo que este hecho inquebrantable es el que se resiste a ser eliminado en el discurso psicoanalítico postfreudiano.
Creo que Juan Vives, en el fondo estaría de acuerdo conmigo, pero ¿para qué especular si tenemos presente al autor? Mejor preguntémosle directamente.
Muchas Gracias.
COMENTARIO
AL LIBRO LA MUERTE Y SU PULSIÓN DEL DR. JUAN VIVES
Dr. José Camacho
Agradezco a Juan la invitación a participar en el comentario de este texto, su mejor escrito, donde confluyen los caminos de su vasta experiencia y apasionada e inteligente entrega al psicoanálisis teórico, clínico y técnico. Hace ya muchos años junto con nuestro querido colega-amigo Hernán Solís comentábamos, a propósito del proceso creativo en la obra de García Márquez, que un escritor tenía un antes y después de su obra cúspide, en su caso Cien Años de Soledad, en aquel entonces recién publicada; pues bien, conozco a Juan desde finales de los años sesenta cuando trabajábamos en el Sanatorio psiquiátrico Rafael Lavista, desde entonces, se destacó por sus trabajos escritos y publicados, primero sobre psiquiatría, luego, siendo ya psicoanalista, generó incansablemente material para llenar las páginas de revistas y libros sobre esta profesión imposible; un camino largo, muy productivo que si bien no termina ahora, si llega a su obra más completa, donde desemboca el enorme caudal de conocimiento de Juan Vives médico, psiquiatra y psicoanalista escritor; ya después, vendrán las elaboraciones sobre lo que se encuentra plasmado magistralmente en este libro que culmina con un capítulo de conclusiones que llama provisionales, consciente de que en el tiempo seguirá evolucionando su pensamiento.
Lo que uno lee tiene varios valores, desde luego el contenido, su estructura e integración, la manera en que es escrito y las reflexiones que estimula en los lectores, en síntesis, forma y fondo, una forma clara que permita ver el fondo y que este tenga la cantidad y cualidad necesarias para aportar un conocimiento que estimule pensamiento reflexivo en el profesionista, lo que no sucede en los textos dogmáticos o manualizados que no generan más que creencias e instrucciones a seguir sin generar conocimiento; la obra que ahora tenemos para comentar pertenece a la primera categoría.
Este libro tiene la estructura para que sus contenidos sean leídos de una vertical y horizontalmente, lo secuencial evolutivo y cada paso es contextualizado en su entorno conceptual e histórico tanto del psicoanálisis como de la vida de Freud, un conocimiento apoya al siguiente eslabonados con fundamentos sólidos en los dos sentidos; son siete capítulos, como Más allá del principio del placer, trabajo central de apoyo a las investigaciones y reflexiones de Juan Vives sobre la pulsión de muerte; por lo tanto, desde ya tenemos una guía y complemento de calidad única para quienes estudien este trabajo de Freud que hizo que la teoría, la técnica y la comprensión de la psicopatología dieran un giro, ampliando su espectro, pues a partir de ahí la teoría de la libido deja de ser reina y soberana en el aparato psíquico para abrir el espacio a un más allá del principio del placer. Así, cada apartado del texto matriz es revisado con detenimiento desde diferentes ángulos de conocimiento destacando congruencias e incongruencias del mismo.
El autor nos traza la trayectoria que siguió Freud para construir un cuerpo teórico, con aplicaciones clínicas y técnicas a este punto crucial en 1920, con un antes inmediato, en Lo siniestro en el 19, y un después en el 23 con el Yo y el Ello, y en el 24 El problema Económico del Masoquismo; en el primero vislumbra la escisión, la repetición de lo igual, el fenómeno del doble y la presencia de algo que está en el más allá, no contenido en la represión de las representaciones, sino en aquella parte del yo que ha tenido que ser escindida por contener, no aquello que busca la satisfacción y el placer, lo reprimido, sino esa parte poblada por lo insuficientemente representado, que aparece como sensación siniestra, amenaza destructiva. En el 23, Freud habla de estructura, Yo, Ello y Superyó, siendo este último pensado como un puro cultivo de la pulsión de muerte, en un momento, en otro como el heredero de las prohibiciones y amenazas del complejo de Edipo. En 1924, en el problema económico del masoquismo, Juan nos muestra los destinos de la pulsión de muerte y el cambio que hace Freud en relación al masoquismo, inicialmente tratado en la teoría de la libido como una vuelta del sadismo contra el propio sujeto, y es a partir de ese tiempo que se le conceptualiza como algo primario dirigido hacia el sujeto y con origen distinto a la pulsión libidinal, es decir pulsión de muerte, de la cual deriva la agresión hacia afuera, al objeto, al sujeto, o en su forma más destructiva, la compulsión a atacar indiscriminadamente entorno, o hacia adentro en distintas formas de ataques al soma en los trastornos psicosomáticos diversos, o expresada en ataques al yo en la melancolía.
De las preguntas más fundamentales que se hace Juan en su libro está la de si la pulsión de muerte tiene al igual que la libido, fuente, fuerza, meta y objeto, respondiéndose que sí se puede hacer un paralelismo entre ambas, aunque se rijan con leyes diferentes, pero que a la vez son complementarias, ejemplifico esto con el siguiente párrafo, de las páginas 235 y 236:
“si tenemos en cuenta que el instinto de muerte arranca de un sustrato orgánico-recordemos que la definición de instinto es de ser representante psíquico de las fuerzas emergentes del cuerpo-, el masoquismo es, por necesidad, primario a toda manifestación derivada. Sólo de manera secundaria deviene “instinto de destrucción”, instinto de aprehensión o voluntad de poderío. Una parte de este instinto queda directamente al servicio de la función sexual”. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos trazar con nitidez un recorrido paralelo entre la libido y la energía del instinto de muerte, ya que así como la primera es, originariamente, libido narcisista (pues el primer objeto que catectiza es al propio yo del sujeto), de igual manera el primer objeto catectizado por el instinto de muerte es también el sujeto, y se manifiesta como masoquismo primario. Y así como la libido se origina corporalmente y tiene por objeto al propio cuerpo (la forma más elemental del yo), de igual forma tendríamos que postular también que el instinto de muerte se manifiesta en el yo corporal. Para algunos psicoanalistas, es tentador entender cierta patología desde los conceptos anteriores, en los padecimientos de tipo autoinmune y diversas formas de cáncer”.
Para llegar a una declaración como la anterior Juan tuvo que recorrer con su experiencia toda la obra freudiana deteniéndose en cada punto donde pudiera encontrar los eslabones que construyeron esta teoría en específico, pero poniendo en el contexto correspondiente cada uno de ellos para hacerlos confluir en un cuerpo teórico que antes no pudo haber conformado Freud, aunque tanto él como sus seguidores ya habían esbozado ideas precursoras del mismo. Freud no pudo haber construido antes esto, necesitó de todo lo desarrollado anteriormente para llegar aquí. Creo que Juan Vives tampoco pudo llegar antes a esta obra si no hubiera caminado con el esfuerzo y curiosidad de verdadero investigador por los caminos de la lectura, el ejercicio profesional y por haberlo plasmado por escrito, siempre con un lenguaje claro, llano, sin arrogantes neologismos, lacanianismos, psudointelectuales, con ganas de ser entendido en lo que piensa, y qué quiere decir, así como es él, un hombre franco, sencillo, sensible, honesto y congruente. Juan ni pudo estar antes aquí con su libro, ni después, llegó a tiempo, como dijo el poeta, para otorgarnos con generosidad este enorme documento que denota pasión e integridad profesional y conocimiento profundo muy reflexionado de los escritos freudianos, eje esencial del psicoanálisis.
No obstante que la triada, 1919, 1920 y 1924, sin dejar de incluir el yo y el ello del 23, es el centro para comprender la pulsión de muerte y sus destinos, el autor nos lleva a un trabajo fundamental en el que están los principios desarrollados muchos años después en los trabajos mencionados, me refiero al Proyecto de 1895, escrito y desaparecido por el mismo Freud en esa época, redescubierto en los años cincuenta; este contiene las tesis para la conceptualización de la pulsión de muerte; ahí vemos que el principio de inercia, la tendencia a la descarga total, encuentra su equivalente en el principio de nirvana, la tendencia al cero, y que por el apremio de la vida con la asistencia del objeto, cambia hacia el principio de constancia que mantiene siempre una tensión y carga para el funcionamiento del aparato psíquico; así lo que era una acción inespecífica que no producía más que una descarga, más no una verdadera satisfacción para una necesidad somática, se transformó en una acción específica asistida por el objeto que satisfizo la necesidad, y que ante la reaparición de esta última, se evocó la experiencia de esa satisfacción ya contenida en la memoria, es entonces un deseo representante psíquico de la necesidad somática que busca a lo que la satisface, y que al no existir en ese momento el objeto, lo recuerda y lo piensa, demora indispensable para reencontrarlo en la realidad; Juan nos muestra así dos pulsiones, formas diferentes de operación y expresión energética, uno busca el placer, el otro sólo la descarga, uno antecede al otro, uno es energía libre, el otro la liga, forma representaciones, estructuras y las une, a la vez que reprime; el otro no tiene representación, aunque si representa la pulsión de muerte y pugna solamente por aliviar la tensión de lo que ha sido desligado por esta misma fuerza, desde aquí que una de las resistencias al análisis se derivan del evitar la separación de elementos ya unidos, la desligadura.
En el camino para llegar a su meta, el autor hace una revisión extraordinaria de las distintas etapas por las que pasa la teoría pulsional: los tres ensayos, donde se separan las pulsiones del yo y las sexuales, luego, la segunda conceptualización en introducción al narcisismo 1914, junto con la metapsicología de 1915 con los instintos y sus destinos, continuada con duelo y melancolía en las que destaca las diferencias de libido narcisista y libido objetal, y en el último, la expresión en las distintas formas de depresión; finalmente, al escribir más allá del principio del placer, puede explicar por qué la autodestrucción y la destrucción de los demás y el entorno, tienen un estatus metapsicológico distinto al de ser parte de la pulsión sexual.
Una pregunta que se hace Juan es sobre el porqué del placer destructivo resaltando el segundo apartado de más allá del principio de placer, que tiene que ver con el fort da, y el gusto por adquirir la habilidad yoica en el dominio de lo traumático a base de repeticiones; esto me hizo pensar que hay un placer narcisista, es decir omnipotente en infligir el daño a otra persona de lo que se sufrió ante la situación de desamparo infantil en el proceso de formación del self, y que entre mayor sea el daño primario, más se descarga la pulsión destructiva envuelta bajo el ropaje del poder de su majestad el bebé vengativo, la venganza es privilegio de dioses, y goza poniendo en desamparo a los otros, sin poder pensar el propio, el dolor de la insuficiente ligadura o la ruptura traumática
Antes de lo anterior se cuestiona si existe un desarrollo de la pulsión de muerte, al igual que la libido ¡claro que sí!, si ambas emergen de las zonas somáticas, las dos modalidades de expresión de ambas se acompañan una a la otra en el proceso evolutivo, y en cada una, el cambio de cantidad a cualidad es modulado por la asistencia objeto, y dependiendo de la suficiencia de este en interacción con lo constitucional, predominará una u otra pulsión.
El libro, tiene partes históricas muy ilustrativas sobre la historia del psicoanálisis, de Freud en particular y la relación con sus discípulos, los eventos pasionales con ellos, las confesiones mutuas entre él y Jung sobre sus amoríos, el maestro con la cuñada, el alumno con Sabina, y ésta junto con Stekel como precursores en el estudio de la pulsión de muerte; vemos las vicisitudes de la vida de Freud, cuya melancolía derivada de la desinvestidura traumática materna por haber perdido al hermano menor de aquel, deja en creador del psicoanálisis una zona infartada en su psiquismo con manifestaciones depresivas, adictivas y somáticas que padecerá a lo largo de su vida; con el tiempo, después de haber desarrollado la teoría libidinal y el complejo de Edipo, ésta le sirvió, derivada de su interminable autoanálisis, para reflexionar sobre un estrato más antiguo de su ser y conceptualizar la pulsión de muerte cuando contaba con 64 años y una larga trayectoria de bregar en el psiquismo propio y ajeno, pudiendo ir más adentro para poder encontrar un nuevo instrumento teórico que le explicara desde un punto de vista distinto los orígenes de la destructividad humana, la melancolía, el suicidio, la compulsión a la repetición, (diferente al retorno de lo reprimido), la reacción terapéutica negativa, el sentimiento inconsciente de culpa, la psicosis, y mecanismos defensivos más allá de la represión, escisión y negación; sobre esta última se abunda en el libro y se cuestiona si esta se encuentra regida por el No que desintegra y une, o como un equivalente de la represión que permite se libere el pensamiento aunque luego se le niegue; en esto creo se trata de dos conceptos diferentes, el Sí de eros y el No de tánatos, por otro lado, la negación sustituta de la represión y la afirmación del juicio para rencontrar al objeto.
Para terminar, aclaro que no puedo exponer en esta breve presentación todo lo aprendido y reflexionado en la lectura, menos abarcar con justeza su contenido, eso les corresponde a los lectores de Juan Vives; los invito a leerlo, pensarlo, a tenerlo como libro de texto y de consulta porque es lo más completo y brillante de lo que él ha escrito.
Gracias Juan por compartir tu ser psicoanalista con la comunidad comprometida e interesada en el psicoanálisis.
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