Por Juan Tubert-Oklander
Texto
leído durante la XXVI Reunión Científica Sigmund Freud, con el
tema “Investigación en la Enseñanza y Clínica Psicoanalítica”.
México D. F., Asociación Psicoanalítica Mexicana, 9 de mayo
de 2014. Ésta es la versión de lectura, en la que se han omitido
todas las referencias bibliográficas. Posteriormente, se publicará
la versión completa.
La
propuesta de abordar las relaciones entre la investigación y la
educación psicoanalítica resulta, a la vez, provocativa e
intrigante, ya que implica articular dos conceptos y prácticas
sumamente complejos y polémicos. Comenzaré, por lo tanto, tratando
de definirlos, en función de cómo he de utilizarlos en esta
presentación.
Desde
los comienzos del psicoanálisis, nuestra comunidad profesional debió
enfrentarse al problema de cómo transmitir el conocimiento y la
experiencia psicoanalíticos a las nuevas generaciones de analistas.
Al principio, parecía bastar con un estudio profundo de la obra de
Freud y un autoanálisis, sobre todo por vía del análisis de los
propios sueños, tal como lo hiciera el creador de nuestra
disciplina. Sin embargo, pronto se tornó evidente que el futuro
analista debería vivir la experiencia personal de ser paciente en un
tratamiento psicoanalítico. Posteriormente, se planteó la necesidad
de una organización más formal de los estudios. Así fue que,
durante el Congreso de Budapest de 1918, surgió la propuesta de
“organizar un instituto para (a) la psicoterapia de las masas,
(b) la formación psicoanalítica y (c) la investigación
analítica”. Éste se financiaría con un generoso donativo del
rico industrial y doctor en filosofía Anton von Freund, organizador
con Ferenczi del Congreso de Budapest. No obstante, la gran inflación
padecida en Hungría dio cuenta de esos fondos, y sólo quedó una
pequeña suma que se envió a Viena y permitió la apertura de la
editorial psicoanalítica. En 1919, Sándor Ferenczi fue nombrado
como primer profesor universitario de psicoanálisis en el mundo, por
el nuevo gobierno de izquierda de su país, y se abrieron un
instituto psicoanalítico y una clínica en la Escuela de Medicina de
la Universidad de Budapest. Pero un nuevo vaivén de la política, al
darse un golpe de estado de extrema derecha, puso fin a este
promisorio comienzo. Anton von Freund murió de cáncer, a los
cuarenta años, en 1920, y unas pocas semanas después se abrió el
Instituto de Berlín, que habría de servir de modelo por muchas
décadas.
¿Pero
qué clase de enseñanza es la educación psicoanalítica? El término
más utilizado en la lengua inglesa es training, que significa
“adiestramiento” o “entrenamiento”. Esto sugiere una
adquisición reglada de conocimientos y habilidades profesionales;
también presupone que la instrucción tiene por objetivo dar un
producto final, cuyas características ya se conocen de antemano, es
decir, un profesional competente y responsable. En ello no diferiría
de otras profesiones con impacto social, tales como la medicina, la
ingeniería o el derecho.
En
los medios psicoanalíticos de habla castellana o francesa, en
cambio, preferimos el término “formación”. Según el
Diccionario de la lengua española, “formar” significa,
cuando es dicho de una persona: “Adquirir más o menos desarrollo,
aptitud o habilidad en lo físico o en lo moral”. “Formarse”
sería entonces el proceso de maduración y desarrollo de un
individuo, a partir de su experiencia de vida. Ello coincide con el
significado del vocablo alemán Bildung, que puede traducirse
como “educación”, “desarrollo”, “crecimiento” o
“maduración”. De allí surge un género literario característico
de la lengua alemana, el Bildungsroman, que es un tipo de
novela que narra el proceso de maduración y desarrollo del
protagonista, desde la infancia y a través de la adolescencia, hasta
llegar a la adultez, mostrándonos cómo y por qué evoluciona como
lo hace, en términos psicológicos y morales. Esto podría
traducirse como una “novela de formación”.
Lo
que ocurre es que, como todos lo sabemos, la práctica del
psicoanálisis requiere mucho más que conocimientos teóricos y
habilidades técnicas —si bien ellos son indudablemente parte del
aprendizaje psicoanalítico—. Dado que nuestro principal, y tal vez
único, instrumento es nuestra propia persona, ello requiere que
vivamos una profunda transformación en nuestra personalidad que nos
permita percibir, sentir, pensar, comprender y actuar en los asuntos
humanos de una manera diferente. Y ésta es una evolución que no
tiene un punto de llegada, un producto final previsible de antemano,
sino un proceso sin fin de aprendizaje, desarrollo y maduración,
como Freud lo anticipara en “Análisis terminable e interminable”.
Uno no llega nunca a ser psicoanalista, sino que estamos
permanentemente en el proceso de devenirlo.
Pasando
ahora al segundo concepto, el de “investigación”, nuevamente
debemos preguntarnos a qué tipo de investigación nos referimos. La
investigación empírica, que sigue el modelo de las ciencias
naturales, resulta francamente inadecuada para indagar la realidad
humana y sus productos culturales, tales como el lenguaje, el arte,
la filosofía, la historia, la religión, las concepciones del mundo,
el psicoanálisis o la propia ciencia. Paradójicamente, cuando la
ciencia deja de ser un instrumento de estudio para transformarse en
objeto del mismo, como actividad humana, no es susceptible de ser
indagada por su propio método.
La
investigación en las llamadas “Ciencias Fácticas” —que
incluyen las Ciencias Naturales y algunos capítulos de las Ciencias
Sociales que pretenden operar con el mismo método— se enfoca en el
establecimiento de hechos accesibles a la observación por
medio de los órganos de los sentidos o de diversos instrumentos
creados para ello. Estos hechos deben ser controlables, repetibles y
observables por diversos investigadores que apliquen los mismos
instrumentos y métodos en las mismas circunstancias. El objetivo de
la investigación es lograr explicarlos por medio de hipótesis y
teorías, y predecir a partir de ello los nuevos hechos que han de
surgir; si esta predicción resulta exitosa, esto se considera una
corroboración de las hipótesis y teorías creadas para sustentar
las explicaciones y predicciones.
Este
tipo de ciencia se ocupa fundamentalmente del mundo material, regido
por el determinismo causal impersonal y sin intención alguna. En
cambio, las Ciencias Humanas y las Humanidades se ocupan de otra
dimensión bien diferente, que presenta tres características
básicas: la intencionalidad, el sentido y la
experiencia vivencial o vivencia (Erlebnis en
alemán). Las dos primeras fueron parte del psicoanálisis desde sus
comienzos. La intencionalidad, que significa que todo acto o
proceso psíquico tiene una intención, es decir, que tiende hacia
algo, es un concepto que Freud recibió de su maestro de filosofía,
Franz Brentano, y es inherente a la teoría psicoanalítica de la
motivación. El significado o sentido representa
aquellas ideas, emociones y tendencias que el acto expresa y
transmite, como Freud lo describió claramente en su Psicopatología
de la vida cotidiana. Estos dos conceptos son el prerrequisito
ineludible de toda interpretación psicoanalítica.
Freud
nos brinda una clara definición de los mismos en sus Lecciones
introductorias al psicoanálisis, al hablar sobre los actos
fallidos:
Pongámonos
de acuerdo una vez más sobre lo que entendemos por el “sentido”
de un proceso psíquico. Con esta palabra nos referimos
exclusivamente a la intención a la que dicho proceso sirve y a su
posición dentro de una serie psíquica. En la mayoría de nuestras
investigaciones podemos, por tanto, sustituir el término “sentido”
por los de “intención” o “tendencia”.
Muy
diferente fue, en cambio, su actitud frente al concepto de
“experiencia”. Cuando Ferenczi y Rank publicaron, en 1924, su
libro El desarrollo del psicoanálisis, en el que ubicaban a
la experiencia analítica como el centro del tratamiento y la fuente
de convicción sobre los descubrimientos de un psicoanálisis, la
reacción del grupo analítico fue de violento rechazo. Abraham y
Jones, en particular, temían que se tratara de una nueva “herejía”
y “un renacimiento de las ideas de Jung con una nueva apariencia”,
al abandonar el terreno de la ciencia positiva para adentrarse en el
del misticismo, y así se lo comunicaron a Freud. A él tampoco le
gustó mucho el libro, pero adoptó una actitud mucho más moderada y
tolerante, alentándolos a continuar sus investigaciones, aunque
claramente suponía que, tarde o temprano, habrían de reconocer su
error y retomar el buen camino.
La
posición de estos autores quedó claramente enunciada en la
siguiente cita:
Una
particular dificultad en la naturaleza del propio psicoanálisis hace
que el problema del efecto recíproco entre la teoría y la práctica
sea aún más complicado en este caso de lo que es, tal vez, en otras
esferas del conocimiento. La técnica psicoanalítica fue
originalmente, y continúa siendo hoy, un medio para el logro de una
terapia causal de las neurosis, y apunta a aliviar los síntomas al
hacer conscientes sus raíces inconscientes. La terapia misma parece
apoyarse, por lo tanto, en un tipo de “conocimiento” que estaría
entonces íntimamente relacionado con el conocimiento teórico. Pero
sólo el psicoanálisis pudo, por vez primera, mostrar claramente que
hay, por así decirlo, dos tipos de conocimiento: uno intelectual y
el otro basado en una “convicción” más profunda; la neta
distinción entre estos dos, particularmente en la esfera del
psicoanálisis, debe considerarse entre los primeros y más estrictos
requisitos. Ésta parece ser una de las razones por las cuales el
psicoanálisis afirma tener derecho a una posición particular, ya
que aquí la “plausibilidad” y la “necesidad lógica” no son
suficientes como criterios de verdad, sino más bien se necesita una
percepción directa de los problemas en cuestión, para lograr una
convicción [itálicas agregadas].
Y
esta necesidad de una “percepción directa” como fuente de
convicción es lo que diferencia netamente al Psicoanálisis de las
llamadas “Ciencias Fácticas”. También marca una distancia con
el resto de las Ciencias Humanas, con las que guarda sin embargo una
significativa área de superposición. Tanto el Psicoanálisis como
las Humanidades son disciplinas interpretativas, en tanto que
exploran los múltiples niveles de significado de las manifestaciones
del ser humano. Ello los ubica de lleno en el campo epistemológico
marcado por la Hermenéutica. Pero el psicoanálisis posee algo de lo
que estas otras disciplinas carecen, y es la experiencia directa,
vivida y compartida por analizado y analista, de ese fenómeno único
y característico que emerge de su práctica, que es la experiencia
analítica.
Por
lo tanto, la investigación analítica, en la que la interpretación
de la intencionalidad, el sentido y los múltiples significados
inconscientes se conjuga con la experiencia analítica que le da
verosimilitud, convicción y solidez, mal puede seguir los cauces del
modelo explicativo causal de las ciencias fácticas. Su objeto de
estudio es un proceso viviente evolutivo, del cual el investigador es
también parte integral, lo cual excluye el criterio convencional de
objetividad. Éste deberá ser reemplazado por una nueva forma de
validez, sustentada en la indagación de la subjetividad de ambas
partes, tal como se manifiestan en el proceso, y la posibilidad de
llegar a un acuerdo interpretativo, surgido del diálogo entre los
participantes. Aquí, la validez de nuestros descubrimientos se
deriva, no de su contrastación con los hechos, sino del propio
proceso por el que los alcanzamos. Y lo que es válido para el
tratamiento analítico también lo es para ese otro proceso
hipercomplejo que es la formación psicoanalítica.
Lo
anterior no implica en modo alguno descalificar la investigación
empírica sobre el psicoanálisis basada en la metodología de las
ciencias fácticas, pero ésa es precisamente investigación sobre
el psicoanálisis y no investigación psicoanalítica. El
psicoanálisis puede ser investigado, al igual que cualquier otra
actividad humana, desde una perspectiva positivista, y los resultados
pueden ser útiles, pero es importante destacar las limitaciones de
este tipo de indagación. La investigación empírica sólo puede
estudiar aquellos fenómenos susceptibles de ser indagados con su
metodología, pero entonces se corre el riesgo de que las
investigaciones se limiten a algunas cuestiones menores o marginales,
ya que los principales interrogantes de nuestra profesión no pueden
ni siquiera concebirse, mucho menos formularse, en términos de estos
métodos.
Por
ejemplo, los estudios empíricos sobre los resultados de tratamientos
psicoanalíticos acaban concentrándose en verificar la desaparición
de síntomas concretos, lo que hace posible comparar estos resultados
con los de otras formas de tratamiento. Estas investigaciones
resultan útiles para la ímproba tarea de convencer a personas,
grupos o instituciones que nada saben del psicoanálisis —como las
compañías de seguros o los sistemas nacionales de salud— acerca
de los beneficios de nuestros tratamientos, presentados como una
terapia entre otras. No obstante, creo que todos los psicoanalistas
estaríamos de acuerdo en que nada dicen sobre el tipo de resultados
analíticos que nosotros esperamos de ellos.
Lo
mismo ocurre cuando pretendemos aplicar métodos empíricos para
investigar la efectividad de la enseñanza del psicoanálisis. Un
estudio semejante puede valorar los conocimientos y las competencias
adquiridas. Esto equivale a valorar la educación psicoanalítica
como si se tratara de un entrenamiento, pero eso es
precisamente lo que la formación psicoanalítica no es. La
capacidad de un estudiante o un egresado para responder preguntas
teóricas o realizar ciertas operaciones técnicas o intelectuales no
nos informa acerca de si ha ingresado o no al tipo de proceso
evolutivo que supone el devenir analista, o cuál es su grado de
desarrollo en el mismo (en el caso de que éste pudiera cuantificarse
de alguna manera). En ello, estamos en una situación parecida a la
que se da en la enseñanza de las artes: un estudiante puede contar
con amplia información sobre la historia del arte y las teorías al
respecto, y puede haber aprendido todas las técnicas propias de su
especialidad, sin haber captado en absoluto la esencia de aquello de
lo que su arte trata. Pero un verdadero maestro puede distinguir a
primera vista entre un artista creativo en ciernes y un mero
repetidor. ¿Y cómo es que lo hace? Por medio de una percepción
directa, semejante a la que Ferenczi y Rank consideraban
característica del método psicoanalítico.
Por
lo tanto, considero que la evolución de procesos tales como el
tratamiento o la formación psicoanalíticos sólo puede investigarse
por medio del método analítico. ¿Y cómo podremos hacerlo
en el caso de la formación? Creo que ello requeriría que
revisáramos algunos aspectos hasta hace poco tiempo incuestionados
de nuestra tradición.
El
clásico modelo de enseñanza del psicoanálisis nacido en el
Instituto de Berlín —el llamado “Modelo Eitington”, que aún
continúa representando la ortodoxia en este campo— está centrado
en la autoridad, el orden y el control por parte de un pequeño grupo
selecto de administradores y maestros, llamados “analistas
didácticos”, que ejercen simultáneamente cuatro funciones: el
análisis de los candidatos, la supervisión o “control”
de sus primeros casos clínicos, la impartición de los
seminarios teóricos y la conducción político-administrativa
del Instituto. En general se exige una frecuencia de cuatro a
cinco sesiones por semana en el tratamiento del analista en
formación, realizado por un analista didáctico. En el aspecto
teórico, se insiste en una gran coherencia de la teoría que se
enseña, si bien pueden incluirse cursos informativos sobre otras
orientaciones psicoanalíticas. Pero la principal característica de
este modelo, que se ha mantenido inmodificada hasta la fecha, incluso
en los otros modelos actuales, es la neta separación de las tres
áreas de la enseñanza: el análisis personal, las
supervisiones y los seminarios teóricos.
Los
otros dos modelos de formación reconocidos en la actualidad son el
francés y el uruguayo. En el Modelo Francés no hay analistas
didácticos y los candidatos pueden analizarse con cualquier miembro
de la IPA, con una frecuencia de tres sesiones por semana, y suele
completarse antes de iniciar la formación; en el estudio teórico,
el énfasis está puesto en la obra de Freud. En el Modelo Uruguayo,
se han dividido las diversas funciones que antes cumplían los
analistas didácticos (admisión, supervisión, análisis personal y
enseñanza), las cuales son asumidas por los miembros de comisiones
específicas. En el análisis se acepta la frecuencia de tres
sesiones por semana, que puede cambiarse, ocasionalmente a una mayor
intensidad; los cursos, seminarios y supervisiones siguen un modelo
universitario pluralista, que permite a los alumnos desarrollar sus
intereses personales, y, finalmente, los estudiantes tienen
participación en los ámbitos deliberativos y resolutivos del
Instituto. No obstante, todos los modelos mantienen la tradicional
separación entre el análisis personal, las supervisiones y la
enseñanza teórica.
Obviamente,
la coexistencia de tres modalidades diferentes de formación
psicoanalítica, cuya existencia fue reconocida con la aprobación
del informe de la Comisión de Enseñanza de la IPA en el Congreso de
Río de Janeiro de 2005, plantea la pregunta de qué consecuencias
tiene cada una de ellas y, en última instancia, cuál resultaría
preferible, más allá del indudable peso que tiene aquella tradición
psicoanalítica en la que uno se ha formado. Pero ello requeriría
desarrollar investigaciones al respecto, cuya metodología está
todavía por establecerse.
Michael
Balint destacó, en su artículo de 1948 “Sobre el sistema de
entrenamiento psicoanalítico”, la casi total ausencia de
documentos publicados, en aquel momento, sobre la formación
psicoanalítica, no sólo de artículos de discusión teórica, sino
también de las minutas del Comité de Docencia, por lo que resultaba
imposible saber sobre qué bases se fundaban las decisiones que se
tomaron. Aparentemente, todo lo referente a la conducción de la
formación psicoanalítica se tramitaba en condiciones de total
opacidad y secreto, lo cual impedía cualquier investigación al
respecto. Afortunadamente, esta situación se ha corregido en la
actualidad, pero todavía estamos lejos de contar con los elementos
necesarios para evaluar las diferentes tradiciones formativas.
Un
punto que interesaba particularmente a Balint era el de la total
omisión de cualquier referencia al “Modelo Húngaro”, en cuyo
desarrollo él había participado en Budapest, junto con Sándor
Ferenczi. En dicho modelo de formación no se aplicaba la neta
diferenciación y separación entre las tres áreas básicas de la
enseñanza del psicoanálisis. En particular, se proponía que la
primera supervisión fuera realizada por el propio analista del
candidato, con el fin de poder explorar y analizar la
contratransferencia del mismo, en relación con la transferencia del
paciente. Esto fue sumariamente desechado, a favor de la total
separación de las dos actividades planteada por el Modelo Berlín,
sin que hubiera registros publicados de discusión alguna al
respecto, ni mucho menos de un estudio comparativo que sustentara
esta decisión. En posible que en ello intervinieran factores
culturales, ya que a una cultura autoritaria y obsesiva como la
alemana debía resultarle inaceptable este borroneo de los límites,
a diferencia de la cultura húngara, mucho más emocional e híbrida.
Esta
cuestión planteada por Balint ha permanecido en el olvido. No
obstante, ella resulta fundamental si adherimos a la idea de que el
psicoanálisis debiera enseñarse e investigarse psicoanalíticamente,
y no utilizando otros métodos no analíticos, e incluso
antianalíticos. Por ejemplo, hay una flagrante contradicción entre
la libertad de pensamiento que caracteriza al tratamiento
psicoanalítico y el uso de supervisiones normativas, centradas en
“lo que se debe hacer”, o de seminarios repetitivos y dogmáticos
en la enseñanza del psicoanálisis.
¿Y
cómo podríamos realizar una investigación del proceso de la
enseñanza-aprendizaje del psicoanálisis, siguiendo un método
analítico? Tal vez una primera aproximación a una respuesta sea
señalar cuáles son los obstáculos que se oponen a ello en cada una
de las áreas de la formación.
En
primer lugar, sabemos muy poco respecto de lo que ocurre en los
análisis didácticos, ya que habitualmente estos son casos clínicos
que no se comparten ni se publican, por razones de confidencialidad.
Desde luego, hay analistas didácticos que publican sus casos, y
muchos de ellos deben ser de colegas en formación, pero tienen
especial cuidado en ocultar la identidad del paciente, ya que
habitualmente, en el reducido medio de los institutos
psicoanalíticos, todos saben quién se analiza con quién. Optan,
entonces, por omitir un dato fundamental, que es el carácter
didáctico de ese análisis. Los pacientes se transforman entonces en
médicos, maestros, investigadores o artistas. Pero ello lleva a
dejar de lado los aspectos específicos de los análisis didácticos,
tales como la transferencia con Freud u otras figuras icónicas de la
escuela analítica a la que pertenecen analista y analizado por
igual, con el instituto y con el propio psicoanálisis,
concentrándose en cambio en lo que este análisis tiene en común
con cualquier otro tratamiento. Otro aspecto que suele omitirse, no
sólo en los reportes publicados, sino también en el propio
análisis, es que en éste se manifiesta también una amplia gama de
conflictos políticos e ideológicos institucionales, los cuales
también debieran analizarse, sobre todo en sus implicaciones
inconscientes.
En
cuanto a la supervisión, la separación respecto del análisis
didáctico exigida por el Modelo Eitington genera un área ciega, que
impide la exploración plena del campo de la
transferencia-contratransferencia. Es frecuente, por ejemplo, que un
analista en formación se encuentre que, cuando plantea su
contratransferencia a su supervisor, éste le indica que debe verla
en su análisis. ¡Pero cuando la lleva al análisis, el analista le
dice que es tema de supervisión! A lo sumo, analiza los
determinantes infantiles de esa reacción ante el paciente, mientras
que el supervisor señala (a veces) las proyecciones del paciente que
las inducen, pero ¿cómo hará entonces el estudiante para aprender
y comprender la profunda unidad inconsciente de la
transferencia-contratransferencia?
Finalmente,
en los seminarios, lo más frecuente es que el maestro recurra a
técnicas tradicionales de enseñanza que han sido objeto de extensas
críticas en la pedagogía contemporánea, tales como la exposición
magistral, leer línea por línea los materiales de estudio en clase
o pedir a uno de los alumnos que exponga el tema del día. Todo ello
constituye una forma de reproducción del conocimiento establecido,
en vez de procurar la generación de nuevos conocimientos a través
del diálogo y el pensamiento crítico compartido, lo cual sería
mucho más compatible con el espíritu del psicoanálisis, así como
con la hermenéutica dialógica de Hans-Georg Gadamer y la pedagogía
de Paulo Freire. Por otra parte, no podemos ignorar el hecho,
claramente establecido, de que en el curso de una discusión teórica
grupal se mueven una serie de procesos inconscientes colectivos, que
deben tomarse en cuenta y de alguna manera manejarse. Estos
trascienden la dinámica meramente individual e incluyen diversos
aspectos de la relación de los alumnos con el maestro, el grupo, la
institución y los materiales teóricos que se están estudiando.
Resulta, en consecuencia, imposible que todos estos aspectos
inconscientes del aprendizaje puedan explorarse satisfactoriamente en
los análisis personales de los estudiantes, que es el ámbito al que
solemos relegar estos problemas.
Lo
que necesitamos, evidentemente, es una nueva metodología para la
conducción y la investigación de la enseñanza-aprendizaje del
psicoanálisis, una que tome en cuenta e incluya los descubrimientos
y la experiencia de nuestra propia disciplina. Ya se han dado los
primeros pasos con la introducción del Análisis Grupal de S.
H. Foulkes, en Gran Bretaña, y de los Grupos Operativos de
Enrique Pichon-Rivière en Argentina, dos enfoques que han resultado
ser complementarios y confluentes. Estos van mucho más allá de ser
una forma de psicoterapia de grupo basada en el psicoanálisis, para
abarcar grupos de enseñanza-aprendizaje, de trabajo, de discusión y
de investigación, en los que el coordinador interpreta, e invita a
los miembros del grupo a explorar con él, la dinámica inconsciente
que se da en el grupo, particularmente en relación con la tarea
asignada, sin tocar el tipo de determinantes personales que serían
el tema central de un tratamiento psicoanalítico o una psicoterapia
de grupo. En este tipo de grupo confluyen la enseñanza, el
aprendizaje, la experiencia vivencial de los temas tratados, la
investigación y la creación de nuevos conocimientos.
Evidentemente,
algo así es lo que necesitamos. Pero no se trata simplemente de
importar técnicas procedentes de otras disciplinas, sino de repensar
a fondo e investigar la formación psicoanalítica, partiendo de
nuestra extensa experiencia y tradición, pero estando abiertos a la
experiencia acumulada en otras tradiciones y a los nuevos
descubrimientos que pudieran surgir de nuestra indagación.
Afortunadamente,
esta es una tendencia que está floreciendo en el psicoanálisis
contemporáneo. Así quedó consignado en la Síntesis del “XVII
Encuentro de Institutos de Fepal”, realizado en noviembre de 2013,
en la que se anota lo siguiente:
Tal
vez ya es hora de trascender los modelos [existentes de formación] y
abrir una discusión acerca de lo que hay de no negociable en el
psicoanálisis. En otras palabras, ¿qué es lo específico del
psicoanálisis o cuáles son sus invariantes? ¿Qué esperar de un
psicoanalista al final de su educación?
De
esto es lo que trata la investigación de la formación
psicoanalítica en el momento actual, no sólo de la investigación
de la formación, sino de la propia formación como una forma de
investigación. Así nos aproximaríamos a cumplir con los tres
objetivos planteados originalmente para los institutos
psicoanalíticos: formación, investigación y asistencia a la
población. De estos tres, la mayor parte de nuestra atención se ha
centrado, durante mucho tiempo, fundamentalmente en el primero,
dejando de lado los otros dos. Si lográramos que la formación
psicoanalítica fuera a su vez investigación, sólo nos quedaría
pendiente el transformar nuestras clínicas psicoanalíticas en
verdaderas instituciones de asistencia con significación social.
Existen,
desde luego, muchos obstáculos en el camino, tanto externos, es
decir, provenientes del entorno social, como internos, propios del
funcionamiento de nuestras instituciones psicoanalíticas. Al
respecto, no podemos ignorar que nuestra comunidad profesional
presenta escisiones y conflictos de naturaleza política e
ideológica, por los que diferentes grupos pugnan por alcanzar el
control de la institución y, muy particularmente, de la formación
que en ella se imparte. Esto es inevitable y debe reconocerse y
enfrentarse abiertamente, buscando soluciones a través de la
discusión racional y la negociación. Es fundamental que conduzcamos
nuestros asuntos societarios dentro del espíritu de veracidad,
transparencia, tolerancia y racionalidad que caracteriza al
psicoanálisis. Sólo así podrá la institución acoger, cobijar y
cuidar el desarrollo psicoanalítico de las nuevas generaciones en
formación, transformándonos en una comunidad de colegas, con
diversos grados de experiencia, que comparten la apasionante aventura
de la investigación de lo inconsciente, iniciada por Freud y que a
nosotros nos toca continuar.
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