domingo, 2 de septiembre de 2012

«Mis Libros y Yo» por Barbara Jacobs


En esta ocasión y a unos cuantos días de realizarse la presentación del libro de la escritora Barbara Jacobs, queremos compartir un texto autobiográfico de la autora. En este escrito se puede percibir la increíble sensibilidad que caracteriza el estilo de Barbara Jacobs. También compartimos una entrevista que Juan Domingo Argüelles le realizó en enero de este año.
Mis libros y yo
Por Barbara Jacobs

I.
Soy Bárbara Jacobs. Nací el domingo 19 de octubre de 1947 a las seis de la tarde en el Sanatorio de Beneficencia Española de la ciudad de México. Fui la segunda de cinco hijos. Tengo una hermana mayor que yo y tres hermanos menores. Mis cuatro abuelos fueron libaneses comerciantes que emigraron a América a principios del siglo XX. El lado menos próspero, el paterno, judío no practicante, emigró a Estados Unidos vía Nueva York, en donde nació mi papá, y el materno, próspero, maronita, medianamente practicante, emigró vía Veracruz a la ciudad de México, en donde nació mi mamá. Mis padres, que eran primos segundos, se conocieron, se casaron y vivieron primero en Estados Unidos y después en México. Cuando se mudaron de manera definitiva a la capital de este país, mi papá conservó la nacionalidad estadounidense al igual que el acento al hablar español (que había aprendido en España, cuando combatió en la guerra civil española, 1936-1939, como miembro de la Brigada Lincoln de las Brigadas Internacionales), lo que se sostuvo hasta su muerte a los noventa años en esta misma ciudad, en donde han quedado sus cenizas.
Pasé la infancia en circunstancias particulares. Fiel a su inclinación atávica de patriarca, a mediados de los años cuarenta del siglo XX, y tras la muerte de su hijo mayor, mi abuelo materno compró y amuralló una propiedad de una hectárea arbolada que en el siglo XVI había sido parte del huerto del Convento del Carmen, a un costado del Río de la Magdalena, en lo que entonces eran las afueras del suroeste de la ciudad de México. Su finalidad era vivir rodeado de sus hijos y sus respectivas familias: o que sus hijos y sus respectivas familias no vivieran sino bajo su manto y su mando. Se trataba de tres hijos hombres y sus familias, y una única hija mujer, mi mamá, y su familia, o sea su esposo y sus hijos, o sea mi papá y nosotros. Lo cierto es que los nietos de estos abuelos comunes crecimos juntos, dentro de un mismo jardín cercado y bajo una misma tutela, con las raíces compartidas enredadas tanto subterránea como mediterráneamente. Y aunque en sentido estricto cada uno vivió en casa de sus padres (salvo el nieto primogénito, al que de niño mandaron a vivir a La Habana con sus otros abuelos, y mi hermana y yo, que dormíamos y vivíamos a medias en la de nuestros abuelos maternos, o sea los abuelos que compartimos con el resto de los primos), todos más o menos fuimos beneficiados, o a veces no precisamente beneficiados, por el intercambio natural de tratos y afectos diversos que igualmente recibíamos por parte de los papás de los demás. Llegamos a ser casi veinte niñas y niños, y por más que todos recibimos lo mismo, repito, de lo bueno y de lo malo, finalmente cada uno, y aquí incluyo a nuestros respectivos padres, se las arregló como pudo, o no se las arregló, se desenredó, o se enredó todavía más intrincadamente, según se lo propiciaron y permitieron a cada quien sus características individuales respectivas, o su propio destino, para bien o para mal suyo o de los demás.
Por lo que hace a mí, que creo que entre mi hermana y hermanos desde que nací fui la más dócil y permeable a mamá, sus valores y sus principios, la seguí disciplinadamente en las tradiciones, las convenciones y las buenas maneras de la dama que era, de su alta y refinada condición y situación, y me temo que incluso en sus sueños y nostalgias. Con una que otra duda, y supongo que con una apreciación bastante personal, a diferencia de mi hermana y hermanos, yo fui una niña más bien religiosa. Más que en la redención y la vida eterna, que paradójicamente sentía que me estaban aseguradas, vivía temerosa de la condena inminente en la Tierra y padecía intensamente la condición del arrepentimiento y la culpa, por pecados de pensamiento (y palabra escrita), pues mi palabra (pronunciada) y mi obra no dependían, más que esporádica pero siempre reprobablemente, de mí, sino de mamá. Cuando a los doce años fui expulsada de forma abrupta de la primaria, mis padres creyeron solucionar el asunto al mandarme de interna a retomar el curso interrumpido, equivalente a la secundaria, a un convento en Canadá.
A mi regreso, con una pierna rota y más confundida que a mi partida, por instinto de supervivencia, o en busca intuitiva de autoconocimiento, o de una técnica de defensa personal, o sencillamente por lo mal o extraño que me sentía y por lo bien orientada que fui, quinceañera me sometí a mi primer tratamiento de psicoanálisis (a lo que mi papá accedió únicamente con la condición de que, salvo los primeros tres meses, que él costearía, el resto del tiempo que durara lo tendría que solventar yo sola como pudiera). Esta intervención concreta de mi papá en mi desarrollo, fue de las únicas que hubo en nuestra relación pero, al igual que las demás, fue hondamente aleccionadora para mí, clara, profunda y permanente. Para empezar ocasionó que la presencia de mi papá, más bien aislada dentro de la familia, como la de una persona retirada, silenciosa, detenida, apartada, dedicada a leer o a jugar bridge o ajedrez, cobrara un peso poderosamente sugestivo, en todo caso determinante y definitivo en mi existencia.
De niña, antes del estallido, me creía ángel y me proponía hacer el bien; de adolescente, cuando se me deslizó el disfraz, que incluía blancura y alas, no sé qué me creía, pero por mi aspecto y mis actitudes, pues adopté vestirme de negro, y me fui volviendo cada vez más introvertida, y empecé a circular con un libro, un lápiz y un cuaderno de arriba abajo, en una ocasión llegué a ser apedreada en la calle por unos niños, vecinos del barrio en donde yo vivía, tan hijos de familia como podía serlo yo.
La que recuerdo y declaro como mi vocación más temprana fue la medicina. En una covacha del jardín en el que crecí monté una enfermería con una de mis primas. Ofrecíamos primeros auxilios y hacíamos experimentos. Una vez abrimos, anestesiado y con bisturí, al gato de una vecina a la que suponíamos bruja de las malas, pero que era la bibliotecaria de no sé qué instituto, y que a partir de aquel episodio nos gritaba "¡Asesinas!" cada vez que se asomaba al balcón de su casa, que se desmoronaba de vieja, por la que trepaban hiedras secas y que parecía sostenida por una colección de escobas de vara de gruesos palos oscuros y torcidos.
Sin embargo, también me inclinaba por el baile, y durante años asistí a un estudio de ballet en la calle de Ámsterdam. Incluso algún fin de curso el grupo dio una demostración en un teatro, pero ésa fue la única función que concretó, en un par de fotografías, mi sueño de ser bailarina. (De mayor traté de retomar la ilusión y llegué a ser alumna de danza moderna en Ballet Nacional, pero de ser estudiante, aunque aventajada, no pasé.) En la primaria me entusiasmaban especialmente las asignaturas como la gramática, las lenguas, la literatura, la caligrafía y, muy en particular, la tarea que consistía en escribir "una composición". Batallé mucho para leer hasta conseguir comprender lo que leía y, sobre todo, encontrarlo interesante y entretenido, pero en cambio siempre me sentí dispuesta y a gusto al escribir "composiciones", de tema libre o establecido, me daba igual. Curiosamente, oír en la iglesia la lectura de los Evangelios o de pasajes del Antiguo Testamento que, libros sagrados, de inspiración divina o lo que fueran, son literatura, me encantaba. Tanto, que podría decir que si en primera instancia la literatura no me entró por la vista, me invadió por el oído. Quizá su música fue lo que despertó y atrajo mi imaginación.
No conservo ninguna de mis "composiciones" escolares, y no es éste el lugar para repetir lo que sucedió con el primer cuento que escribí, ni con el primer diario que llevé; pero recuerdo muy bien cuando, antes de esto, descubrí los juegos de palabras y el placer que experimentaba al urdirlos y practicarlos.
Aparte del español, manejo el inglés y el francés; pero no he retenido gran cosa del árabe que también oí en mi casa y que estudié en aquellas épocas. De hecho, de todo lo que leí, tanto en los cursos escolares como en mis propias lecturas, lo que me ha quedado es una mezcla de bruma y fantasía, a pesar de los primeros lugares que siempre alcancé y que de forma invariable fui considerada por mis maestros, aunque algo soñadora y sin iniciativa, como una buena estudiante, una de las mejores. Es decir, logré ser estudiosa y bien portada hasta que me volví adolescente y, si no mis estudios, mi conducta, de buena, pasó a ser mala, una de las peores, efectivamente como si de ángel me hubiera transformado en asesina.
Hice la primaria en México en un colegio francés de monjas y de niñas ricas. Sin embargo, a pesar de haber sido de las alumnas fundadoras, cuando cumplí doce años y perdí el papel de ángel, las autoridades me expulsaron, basadas en el diagnóstico de la psicóloga de planta que me identificó, según consta en el documento correspondiente, como "la manzana podrida que amenaza con pudrir la fruta sana a su alrededor". Fue cuando mis padres me mandaron a Montreal a estudiar. (Destaqué en latín y en álgebra; empecé a esquiar en la nieve y a estudiar piano.) Al volver, como debí empezar a trabajar para pagarme el tratamiento psicoanalítico, a la vez que hacía la preparatoria y esperaba con entusiasmo mi ingreso a la universidad, me estrené como profesora y di clases de lengua inglesa. Las primeras, en la Escuela de Enfermeras de las Madres de la Caridad (mi primer sueldo me alcanzó para pagar mi análisis y además comprar mi primer escritorio, que conservo). También en ese periodo, con una amiga fundé el Dispensario de Chimalistac. Luego, pasado en México el Movimiento Estudiantil de 1968, la Masacre del 2 de octubre en Tlatelolco, y las Olimpiadas, por fin pude inscribirme en la Universidad Nacional Autónoma de México, ya liberada del ejército que la ocupó. En vista de que temía y me oponía a profesionalizar en cualquier sentido mi afición a la literatura y mi dedicación al oficio de escribir, y debido a que finalmente me había descubierto incapaz de estudiar medicina, la carrera a la que ingresé fue la de psicología clínica, de la cual, y tras un accidente de coche y en consecuencia dos cirugías de la columna vertebral, con retraso pero con una fuerte sensación de logro, me recibí en 1976 con una tesis sobre la risa.
Hasta aquí, suponía que mis diferentes inclinaciones podían coexistir activas sin entorpecerse unas a otras, y que con ellas yo me encaminaba hacia una existencia posible y armoniosa. Escritora, bailarina, psicoanalista, cada una con sus características (la de escribir, de aislamiento, silencio y quietud; la de bailar, de música y movimiento; y la de ser psicoanalista, de contacto con la gente, aunque fuera enferma). La primera alerta contra la realización de dicha existencia armoniosa tri dimensional en la que yo me visualizaba, fue la noción de que en la vida hay que "ganarse el pan", algo a lo que me había empezado a familiarizar al tener que pagar por mis propios medios mi tratamiento de psicoanálisis. Alcanzaba a darme cuenta de que como escritora y bailarina no me ganaría nunca ningún trozo de pan, y que para conseguirlo como psicoanalista, aparte de previamente haber tenido que esclarecer y estabilizar mis emociones y, en una palabra, toda mi existencia, si es que lo conseguía, me faltaban años de estudio y entrenamiento. (Quizás la idealización en que siempre tuve al psicoanalista o al poeta explique mi deserción definitiva de esos dos posibles destinos a los que ilusamente aspiré mientras los tuve en su pureza.)
Comoquiera que sea, a esta encrucijada o a este dilema se debió que durante años procurara "ganarme el pan" dando clases. Llegué a enseñar lengua inglesa tanto en la UNAM como en la Universidad Iberoamericana, aparte de las lecciones privadas y las que di en secundarias y preparatorias (nunca he dado ni daría clases en primarias; ni mucho menos a niños aun menores). Fui investigadora y profesora de traducción en El Colegio de México y, antes, de orientación vocacional en dos o tres secundarias. Conduje un taller de escritura de diario en Las Palmas de Gran Canaria, Mallorca, y otro, años más tarde, en León, Guanajuato.
Y puedo decir que he llegado a desempeñarme bien como profesora, si no como maestra, pero la anticipación del compromiso ha sido siempre demasiado angustiadora para mí. Equiparo mi padecimiento al que describen los actores, incluso los grandes actores, que lo llaman miedo escénico. (Uso este ejemplo, y no el del miedo a la página en blanco, porque en este caso lo que a mí me da miedo no es la página en blanco, sino la página escrita.)
Más adelante, las circunstancias se dieron y fui empleada de banco durante un par de años, pero a pesar de que se trataba de un trabajo muy diferente del de dar clases, fue tan angustiador para mí como el de ser maestra. Después de todo, quizá se deba a que el miedo escénico que padezco se aplica a toda modalidad de trato con la gente (me temo que incluso con la gente enferma). Me siento impedida de toda modalidad de trato con la gente, pero no de observarla. O comoquiera que sea, no sé de qué manera entender que tampoco hubiera logrado adaptarme como vendedora, pues en un momento dado también este empleo intenté. Fue cuando, con dos amigas, pusimos una tienda de arte y artesanía en la llamada Zona Rosa de la ciudad, el lugar de moda de entonces precisamente para este tipo de actividades. Establecimos ante notario nuestro negocio con el nombre Rodia, el término equivalente griego al español granada.
Otro oficio que emprendí fue de traductora. Sin embargo, por tratarse la traducción de un quehacer absorbente y hasta apasionante, y aun cuando ocuparse en él no implique mayor trato social, a mí llegó a angustiarme tanto como dar clases o vender grabados, joyería, cerámica y tapices, de modo que traducir fue uno más de los empleos en los que, por una razón u otra, tampoco progresé. Y que en ningún momento me hubiera de veras visto capaz de ejercer como psicóloga es indicio asimismo de que, con o sin justificación, rechazaba y rechazaría todo y cualquier quehacer, mejor o peor remunerado, que no fuera leer y escribir todas las horas del día y de la noche de todos los días y las noches del año cada año, así tuviera que arreglármelas o "ganarme el pan" a la buena de Dios, como las flores del campo.
En síntesis, después de conformarme idealmente una vida armoniosa estructurada con ocupaciones diferentes pero que se complementaban; después de hacer conciencia de la noción de "ganarse el pan" como una necesidad existencial, y después de la variedad de trabajos y empleos que emprendí con este fin, llegué a la convicción, hasta convertirla en mi primera naturaleza, de que lo único que podía (quería, debía) hacer era escribir y por lo tanto ser escritora, y que todo lo demás tendría que supeditarse a esta realidad, la única realidad de existencia que yo veía como posible para mí.
Así, por lo que respecta entonces y estrictamente a la más incondicional y arraigada de mis vocaciones, que es la de escritora (ideal para alguien más afecto a la soledad, la observación y el silencio que a cualquier otra cosa), diré que los más inconfundibles indicios y disposiciones siempre estuvieron presentes. De forma espontánea, anterior y luego paralela a todo esto, había empezado a llevar diario a los doce años de edad, práctica que he mantenido sin interrupción hasta el día de hoy, cuando estoy por cumplir sesenta y cinco años. En mis diarios me he ejercitado en todos los géneros que luego he ido y voy abordando y desarrollando en mi oficio de escritora. En ellos he recogido desde poemas (sin pretender ser poeta) hasta esbozos de novelas, ensayos y dramas, aparte de conversaciones, sueños, crónicas, viajes, dudas, discusiones, confesiones, enumeraciones, pleitos, experiencias, recuerdos, anotaciones y recordatorios de todo tipo, enojos, inventarios, ideas, lecturas, promesas, retratos de gente, estudios de caracteres, análisis de la personalidad de conocidos y desconocidos, observaciones, propósitos, juramentos (por lo general desatendidos), principios, intimidades, alertas, tramas, argumentos, temas, coincidencias curiosas, intrigas, paradojas, oraciones y lamentos, cada vez más oraciones, cada vez menos lamentos. (Últimamente, a este diario que he descrito he añadido otro, paralelo, que llamo de trabajo y que ocupo sobre todo para borradores.)
De manera que, sin mayor conciencia de lo que hacía, pero ya a los veintidós años, una tarde entresaqué un texto de alguno de mis diarios, lo pasé a máquina y, en respuesta al ofrecimiento de uno de mis profesores de psicología en la universidad, se lo entregué a él para que lo llevara por mí al director de la página cultural de un periódico (que se trataba de un escritor de novela policial que era amigo suyo, y que además resultó ser coterráneo y amigo de mis abuelos maternos). Así, lo primero que publiqué fue un cuento, pero sólo más tarde me enteré de que pertenecía al género de literatura fantástica (el editor definió el tema como uno de transubstanciación). El acontecimiento, que en gran parte fue producto del impulso y el azar, tuvo lugar en el mes de julio de 1970, casualmente un domingo de elecciones presidenciales, que por otra parte fue la primera vez que yo votaba.
En octubre del mismo 1970 de mi primera publicación, me inscribí en el taller de cuento que coordinaba Augusto Monterroso en la UNAM. A partir de esa fecha, y sin dejar de ser nunca discípula de Monterroso, pasé a ser su mujer, su esposa y, treinta y dos años más tarde, su viuda (que, como papel, no asumí).
(En el orden existencial, por estas fechas de mi primera publicación y mi encuentro con Monterroso, y después de haber prácticamente memorizado A Room of One's Own, hice el primer intento, que resultó fallido, de salirme del cerco familiar y vivir por mi cuenta. Puse un departamento que, en homenaje a Thoreau, llamé Walden. Pero por razones médicas tuve que dejarlo y volver a la casa paterna. Cuando me casé hice el segundo intento de separarme del cerco familiar, pero las circunstancias se dieron para que, tras unos años de vivir extramuros, de nuevo regresara, pues la casa que había sido de mis padres, y que en el testamento de mis abuelos maternos estaba adjudicada a mí, se desocupó, y mi esposo aceptó la invitación que nos hizo mi mamá a que de una vez la ocupáramos nosotros.)
Antes de conocer a Monterroso, yo había leído mucho (incluso a Monterroso). Pero, por mucho que hubiera leído, ciertamente no había leído "todos los libros" que quería Mallarmé. Además, había leído como entre brumas. Sin embargo, a partir de mi encuentro con Monterroso, me dediqué a leer, ahora sí, "todos los libros", a leerlos bien, despejada cuanto pude de la bruma, si no tanto de la fantasía, de la que, por otra parte, parece que no me puedo acabar nunca de desembarazar, de ahí los falsos recuerdos, las distorsiones, la fragilidad, en el conocimiento. Pero lo que digo del progreso de que fue objeto mi aproximación a la lectura a partir de mi encuentro con Monterroso, lo podría decir del oficio de escribir, que de igual modo evolucionó.
En síntesis, por lo que hace a mi ejercicio de escritora, a lo largo de poco más de las tres décadas que Monterroso y yo convivimos, publiqué once libros.
Al enviudar hace casi diez años, empecé una vida nueva, con Vicente Rojo, que también acababa de enviudar. A pesar de que Vicente y yo nos conocemos casi desde que yo conocí a Monterroso en 1970, y a pesar de que las dos parejas fuimos amigas muy cercanas durante los más de treinta años que coincidimos como tales, ahora que vivo con Vicente me parece no tanto que lo conozco por primera vez, sino que me estoy conociendo a mí por primera vez también. No sé a qué se deba, si a que la vida que empezamos a vivir juntos Vicente y yo es lógicamente nueva, o a que la vida es básicamente la misma pero quien es nueva en ella soy yo. O no sé cómo explicarme la impresión que tengo, y que he tenido desde que empecé a vivir con Vicente, de que soy una extranjera que llegó a un país desconocido, y que este país la recibió y diariamente le enseña a hablar su lengua y a desenvolverse en él con una libertad abierta y sin fronteras. Estas impresiones en parte se deben, quizás, a que mi vida con Vicente se desenvuelve en forma definitiva, y por primera vez para mí, afuera o externamente del cerco familiar.
Comoquiera que sea, por lo que hace a mi ejercicio de escritora, en estos años con Vicente he publicado cinco libros más. Tengo otros dos en prensa y estoy por cerrar todavía otros dos. Aparte, en diciembre de este 2012 cumpliré diecinueve años como articulista quincenal de la página de cultura del diario La Jornada.
En cuanto al tema del viaje como conocimiento directo del mundo, diré que, aun cuando siempre fue por decisiones y circunstancias ajenas a mi iniciativa y a mi voluntad, desde niña he estado viajando dentro y fuera de México. Así, conozco bien todas las Américas y El Caribe, toda Europa y algunos países de lo que fue la Unión Soviética. En algunas ciudades de estos países he llegado a pasar temporadas largas. A pesar de que me pliego al dicho que sostiene "No me gusta viajar, pero me encanta haber viajado", últimamente entretengo por primera vez la ilusión de hacer dos largos viajes. Uno de ellos por barco, de un año de duración o más, y el otro por tren, que puede ser a lo largo y ancho de Europa, Estados Unidos o Canadá. Tengo deseos de conocer Líbano, Egipto y, específicamente, Jerusalén. Sin embargo, el lugar al que quiero volver, y en el único en el que quiero vivir es la ciudad de México, específicamente en la zona en la que siempre he vivido, que es la de San Ángel, Chimalistac y Coyoacán.
Por último, puedo decir que con mis libros me ha ido bien, y en ocasiones hasta muy bien. Por ejemplo, he sido becaria del Sistema Nacional de Creadores de Arte, y antes que esto, recibí el Premio Xavier Villaurrutia. Fue en 1987, por mi primera novela, Las hojas muertas, que además ha sido traducida al inglés, el italiano y el portugués, y en dos ocasiones seleccionada, con tirajes de treinta mil ejemplares cada una, por la Secretaría de Educación Pública para bibliotecas públicas del país y librerías. Además, en este 2012, Las hojas muertas cumple XXV años como libro vivo, lo que quiere decir que en todo este tiempo no ha dejado de reimprimirse, reeditarse y estar en librerías. Aparte, algunos otros de mis libros, aunado a su edición impresa, ahora se encuentran en formato electrónico. Otro reconocimiento que he recibido fue que Carlos Fuentes me invitara como jurado al Premio Formentor de las Letras 2012.
Es cierto que de tanto en tanto me he topado con bemoles editoriales de toda índole, pero en general reconozco que me ha ido bien. Si puede ser que de base se deba a que en todos sentidos he sido privilegiada, también es cierto que he tenido con qué respaldar los privilegios, y repito que la prueba son tanto las relaciones afectivas que he sostenido, como mis libros, tanto los publicados como los que están en vías de preparación o de publicación, que, unos, otros, así como también lo que está aún en mero esbozo de ser, tratan y se ocupan de todo lo que se puede desprender y entresacar de Mis libros y yo, un "todo" que, se sobreentiende, para hacerse libro ha sido, o deberá ser, elaborado y transformado en literatura, de ficción o de no ficción.
II.
A continuación registro comentarios sobre mis libros, ordenados por género y de forma cronológica. Con algunas excepciones, se trata de las cuartas de forros de las primeras ediciones, así como de fragmentos de notas firmadas y sus fuentes.
Cuento:
Doce cuentos en contra, Martín Casillas Editores, México, 1982: "Bárbara Jacobs ha escrito en este volumen una serie de afilados textos en contra de la vida cotidiana, de la elaboración sorda y doméstica de las desdichas incurables, de los usos vacuos de la sociedad literaria, del silencio en que sufren niños y adolescentes el barullo sin sentido del mundo adulto.
En los cuentos de Bárbara Jacobs, las adolescentes contemplan el mundo, su mezquindad, su violencia, su oportunismo, con una lucidez sólo velada por la bruma opaca que producen los incesantes mensajes de su propio cuerpo: obsesionadas por sus avatares físicos, las desdichadas noticias que les llegan del entorno se incorporan como nuevas tachas y fallas y dudas en su piel, sus cabellos, sus humores y olores.
Todo ello se realiza en Doce cuentos en contra con una frialdad terca y sin resquicios, sorprendente en nuestras letras. A lo largo de sus pulidas y serenas páginas, se revela el oficio de una escritura sabia, arteramente ingenua, capaz del humor más inesperado y de una prosa rápida que va directamente a su meta." (Cuarta de forros de la edición de Ediciones Era)
Bárbara Jacobs, autora que puede transcribir al papel el lenguaje real de las niñas; el lenguaje hablado y el pensado; cosa que, tratándose de infantes, sólo hemos encontrado en un Dylan Thomas o un James Joyce”, Francisco Zendejas, 1982.
En Doce cuentos en contra se advierte ya un magnífico conocimiento y un extraordinario manejo de los resortes que dominan y entretejen el cuento literario. La autora muestra un notable dominio y una singular maestría para construir una atmósfera literaria narrativa de cierta relevancia; y alguno de los cuentos ofrece enorme belleza, una peculiar perfección”, Luis de la Peña, Babelia, El País, Madrid, 1996.
Vidas en vilo, Cultura Urbana Libros/Colofón/Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, 2007: "Colección de veinticinco relatos escritos en distintos periodos de la vida de su autora, el más antiguo tiene veintiún años. Su común denominador es la presencia de personajes cuyas vidas se ven marcadas por la incertidumbre, por caminos que se han perdido en el horizonte. La asombrosa limpieza con que están escritos, que da su sello a toda la obra de Jacobs, transcurre por una prosa literariamente sabia y conocedora del género humano al que retrata en sus intrincados rincones. Cada frase impresa en Vidas en vilo está fundamentada en una intensa entrega a la escritura, en la que la frivolidad o la intrascendencia son inadmisibles, y en una observación minuciosa de la cotidianeidad llena de matices reveladores, sorpresivos, incluso extraños."
Relatos de observación, de trazos delicados, escritos a lo largo de los años, por lo que cristalizan en su materia un alto saber literario. Con ellos Bárbara Jacobs ha consumado un libro notable: Vidas en vilo. La mayor habilidad se vierte en describir caracteres, figuras, conductas de cara al tiempo en un disfrute extremo del mundo y su espesor capcioso”, El Ángel, Reforma, México, 2008.

El común denominador de los relatos de Vidas en vilo es la presencia de personajes cuyas vidas se ven marcadas por la incertidumbre, por caminos que se han perdido en el horizonte. La limpieza con que están escritos, que da su sello a toda la obra de Jacobs, transcurre por una prosa literariamente conocedora del género humano”, Economista, México, 2008.


Ensayo:
Escrito en el tiempo, Ediciones Era, México, 1985: "Reúne cincuenta y tres cartas no enviadas a la revista norteamericana Time, no enviadas pero sí provocadas por algo recogido en las páginas de sus cincuenta y tres números a lo largo de 1984: la mención de un autor, la reseña de un libro, la muerte de un artista, la inminente visita de un cometa; hechos y acontecimientos de mayor o menor trascendencia que Bárbara Jacobs, al advertirlos, desarrolla a su manera y transforma en literatura moderna, fresca, nueva. Desprendiéndose de su punto de partida e impulsándose por su cuenta, la imaginación de la autora corre finalmente con entera libertad no hacia la mencionada publicación sino hacia el tiempo, en forma de cartas convertidas ya en una amalgama de ensayo y cuento, recuerdos, asociaciones de ideas, tanteos y experimentos en el campo de la literatura, que es su campo, y en el tiempo: el tiempo que les dio vida y el tiempo en que se escribieron, que es el suyo y el nuestro."
En Escrito en el tiempo, Bárbara Jacobs nos sabe dar, con sabrosa e inteligente malicia, testimonio de su personalísima y aguda manera de ver a las gentes y el mundo que éstas crean a su alrededor. En este libro, Bárbara Jacobs ha mostrado un juicio certero y un sentido del humor de una eficacia demoledora”, Álvaro Mutis, 1986.
Escrito en el tiempo es un libro fascinante; un libro único. El humor no admite aquí colores neutros y por eso no resulta extraña la piedad que siente el lector ante las grandezas y miserias de lo cotidiano hecho noticia”, Rafael Humberto Moreno-Durán, 1988.
Juego limpio (Ensayos y apostillas), Alfaguara, México, 1997: "Reúne ensayos literarios, no académicos, escritos a lo largo de los últimos veinte años. Aunque algunos de ellos han sido publicados en suplementos de periódicos o revistas tanto de México, Alemania, España, Centroamérica o el Caribe, otros sólo fueron leídos a manera de conferencias en estos mismos lugares o en los Estados Unidos; otros son inéditos.
Si hemos de unificarlos con un hilo conductor, tal vez éste sería el de su intención ensayística concebida como forma conglomerante de géneros, tendiente más al juego entre el comentario y la vivencia, que a la búsqueda de reflexiones profundas o conclusiones definitivas.
En Juego limpio Bárbara Jacobs anticipa y continúa puntos de encuentro ubicables en sus libros anteriores: Escrito en el tiempo y Vida con mi amigo."
El juego intelectual y prosístico de Bárbara Jacobs en Juego limpio es, además de pulcro, elegante”, Adolfo Castañón, 1997.
Atormentados, Alfaguara, México, 2002: "Atormentados nos confronta con mujeres y hombres que no aceptan la imposición de un modo de vida. El genio está a su lado en forma de literatura, danza, música, pintura o filosofía, y todo lector encontrará que comparten algo con él: la conciencia de que existir bajo los términos de los otros no siempre es una opción.
Con ensayos breves y contundentes, Bárbara Jacobs nos muestra los lazos entre las acciones de estos artistas, su obra y nuestra psique; nos adentra en un tema tan fundamental como apasionante: la condición humana con todas sus impurezas, sus giros imprevistos y, siempre acechando, la locura.
Ambrose Bierce, Horacio Quiroga, Van Gogh, William Faulkner, Charles Baudelaire, Cesare Pavese..." (Cuarta de forros)

Atormentados es una particular nave de los locos en la que los odiados alternan con los odiadores, pintores, músicos, escritores; y es, sobre todo, un ejercicio de lectura y admiración que desborda el límite de sus páginas”, Javier Rodríguez Marcos, Babelia, El País, Madrid, 2003.
Leer, escribir, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2011:
Reúne ensayos personales precisamente alrededor de los temas de leer y escribir, aparte del de la iniciación de la autora en estas actividades, la descripción de su biblioteca personal, o la mención de algunos de sus autores o libros favoritos.
"Leer, escribir, este intenso y lúcido libro, no es otra cosa que una vuelta de tuerca, o más bien otra vuelta a las muchas otras que Bárbara Jacobs le ha dado a la tuerca de la lectura y la escritura. Pocas veces, como en este caso, es más cierta la afirmación de que la biografía de un escritor está en sus libros, pero no sólo en los libros que ha escrito, sino también en su biblioteca", Juan Domingo Argüelles, La Jornada, 2012.

Relato biográfico:
Vida con mi amigo, Alfaguara Hispánica, Madrid, 1994: "A través de una serie de conversaciones que poco a poco nos van revelando el mundo interior y profundo de una pareja ligada ante todo por el amor, Vida con mi amigo nos conduce a la literatura por distintos viajes, tanto literarios, como geográficos y espirituales. Con una prosa clara y sólida, Jacobs pretende, en sus propias palabras, 'devolver a la literatura el carácter de territorio para iniciados que tiene lo sagrado'. Vida con mi amigo retoma el diálogo como pretexto para compartir con el lector su bibliofilia y permitirle entrever la intimidad de una relación tan imaginativa como real."
Bárbara Jacobs describe en Vida con mi amigo un viaje psicológico mediante una conversación convulsa y cálida a la vez”, Carlos Fuentes, 1994.

Ensayo narrativo:
Nin reír, Taller Ditoria / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, colección Autoria, México, 2009: "Nin reír es un ensayo narrativo sobre la risa a lo largo de la historia, la ciencia, el arte, la vida de la autora y la literatura."
Nin reír es un libro sobre la risa, la sonrisa, el buen humor y el humor negro, o más bien sobre la melancolía –ese otro humor negro--, los sentimientos azules y la pesadilla, para la cual Bárbara Jacobs propone un neologismo que no me parece apropiado: caossueño”, Adolfo Castañón, Letras Libres, México, 2010.

Novela:
Las hojas muertas, Ediciones Era, México, 1987: "En Las hojas muertas una voz múltiple relata la trayectoria de un hombre cuyo principio fundamental en la vida fue luchar: de joven por causas que creyó, con razón, que beneficiarían a la humanidad; en la vejez y hasta el final, por causas que cree, sin razón, que lo benefician sólo a él.
Miembro de una familia de emigrantes libaneses, el protagonista pasa de niño vendedor de periódicos en una pequeña localidad del este de los Estados Unidos, a corresponsal de una revista neoyorquina en el Moscú de los años treinta y a combatiente de la Brigada Lincoln en la Guerra Civil española; más tarde, entre varios oficios y quehaceres, establece y dirige un hotel en la ciudad de México. Mientras tanto, su arraigada pasión por la lectura se convierte en su ocupación diaria, sólo interrumpida de vez en cuando por miradas al pasado, que ve como una época ciertamente más feliz.
La espontaneidad y fluidez con que Bárbara Jacobs escribe esta novela hace que los grandes y mínimos acontecimientos que cuenta, la acumulación de experiencias trascendentes y conmovedoras que vive el personaje central se transformen, a través de su lenguaje intenso y moderno, en un hecho narrativo de primer orden."
Las hojas muertas consagra a Bárbara Jacobs. Es la pequeña y anónima historia de una inmensa desdicha. Es la poética de la ternura de un fracaso o de los fracasos de todo aquello que la paradoja de la existencia confirma o, quizás despiadadamente, armoniza: vida y derrota, elevación y abismo; de todo aquello que acarrea los pasajeros triunfos”, Luis Mario Schneider, 1988.
Las hojas muertas es la metáfora de una generación que participó en todas las batallas y perdió todas las batallas. Contada con fuerza y encanto narrativo”, Amalia Iglesias, Diario 16, Madrid, 1989.
De una cierta manera, los narradores, los hijos ya maduros, parecen recoger en sus brazos la vida entera del padre, el júbilo político de la juventud oscureciéndose con la edad. Recogen todas estas hojas verdes y muertas y nos las entregan como un regalo en sólo ciento veinte páginas. Las hojas muertas es un bello libro”, Grace Paley, 1993.

Con Las hojas muertas Jacobs ha escrito un libro raro y delicado”, Susan Spano, The New York Times Book Review, 1993.

Las siete fugas de Saab, alias El Rizos, Alfaguara, Colección Botella al mar / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1992: "Muchísimas cosas ocurren en la familia de Saab; algunas un poco tristes y otras francamente divertidas, como sucede en todas las familias. Los hijos, adolescentes como tú, observan el mundo de los adultos sin comprenderlo del todo y hablan a su modo de sus propios problemas: los cambios de su cuerpo, las discusiones de sus padres, la posible huida de casa, el amor, las drogas...
En las graciosas cartas que escribe a Saab su hermana menor o en el diario de la joven que teme ser diferente a sus compañeras, seguramente encontrarás muchos puntos de afinidad. La escritora mexicana Bárbara Jacobs, autora de esta novela, aborda con humor y ternura muchos temas que forman parte de tu vida cotidiana y de los que no siempre es fácil hablar."
"Las siete fugas de Saab, alias El Rizos, perpetrado por Bárbara Jacobs e ilustrado fluidamente por Eko, es un librito asombroso, donde la autora honró su nombre al hacer caber sin darle a lo cursi gasmoñoso, las drogas, la incipiente y plural sexualidad adolescente, la desintegración familiar, la delincuencia juvenil; en un clima de auténtica melancolía y soledad en la que ensueñan, aprenden, se ahogan, los protagonistas Saab y su hermana Serafina. Sin dejar de lado un especial sentido del humor, es uno de los pocos libros modernos de aventuras juveniles sin final feliz", Una Pérez Ruiz, Impacto, 1993.
"Ojalá que Las siete fugas de Saab, alias El Rizos, sea sólo la primera novela para jóvenes de Bárbara Jacobs. Ojalá que se entusiasme y escriba otras en las que se interne nuevamente en su propia experiencia para regalarle al lector la comprensión del mundo del adolescente; pero una comprensión tierna y llena de sentido del humor al mismo tiempo, inteligente y escrita con claridad, con sentido del juego, del divertimento de escribir para lectores igualmente inteligentes y perspicaces", Silvia Molina, Nexos, 1992.
Adiós humanidad, Alfaguara, México, 2000: "Los fragmentos de una vida inesperada se integran a las múltiples rupturas del texto. Cool Charlie anota, indaga y define las voces contenidas en el cuaderno de la vida que se aleja, y para hacerla suya delira en precisiones, se anticipa a su memoria, anhela descifrar el alfabeto que se inicia pronunciando las palabras en familia, transcurre en otras conocidas al exilio, y se refugia en las del testimonio y la leyenda.
Quien escribe en Adiós humanidad, ya sea el hijo, el hermano, el nieto, el sobrino, el hombre, el ser al que todo el mundo aspira, vuelve sobre el blanco vacío que lo concibió --unos lo llaman deseo, otros destino y algunos más misterio--; así transcribe con tinta indeleble el principio de su angustia, pues a golpe de letra la historia acontece, la frase se rompe y el diario de un encuentro inesperado se lee como el viaje sin retorno hacia una despedida.
Con Adiós humanidad, Bárbara Jacobs trasciende las fronteras de los géneros para anunciar la madurez de un estilo desenfadado e irónico y reafirmar la vitalidad de su prosa."
Una escritura fragmentaria permite narrar una vida interrumpida. En Adiós humanidad, Bárbara Jacobs explora el suicidio como un acto heroico, una forma lícita de renunciar a la hipocresía de la sociedad, a un mundo sin felicidad. Críptica, esta novela indaga en el alma de un hombre cruzado por las historias, los símbolos, los sueños”, Silvia Isabel Gámez, Reforma, 2000.
Florencia y Ruiseñor, Alfaguara, México, 2006: "'Vi entrar en esta Casa a un ser deslumbrante, me vi caer a sus pies y, al hacerlo, se me desamarró la bata y mostré a la niñamujer recién llegada lo que es el cuerpo de un hombre debajo del ombligo. ¿Hay algo más franco, honesto y directo en el amor?' Éste es el momento más luminoso en la vida de Ruiseñor Tornero, un hombre que al tratar de esclarecer el posible asesinato de Quiquiriquí es recluido en la Casa del Cerro, que el común de la gente llama manicomio, donde pasa sus días tratando de descubrir quién es él y los otros, fumando su pipa en el jardín y mirando la lejanía, nunca a la espera de algo importante, porque así el placer es doble cuando llega, y vaya que lo fue cuando vio entrar a Nadia.
Esta novela, en la que hay ecos del Manifiesto surrealista de Breton, nos convida a la memoria; a la imaginación y fantasía como actos de libertad por excelencia; al arte como más alto producto de ésta; a la literatura ligando los sueños con la realidad y el horror de la locura. Una novela jocosa pensada para la reconciliación del individuo con el mundo."
Florencia y Ruiseñor, la más reciente obra de Bárbara Jacobs, enlaza un extraño tejido novelístico en el que la locura y la lucidez se entremezclan… La narración se urde con la conciencia de que la fragilidad es el soporte de la literatura y forma parte de la esencia del ser y de su memoria”, Nilo Palenzuela, El Ángel, Reforma, México, 2007.

Lunas, Ediciones Era/Dirección de Literatura, Difusión Cultural, UNAM, México, 2010: "Algún día tendremos que estudiar con el mayor cuidado los comentarios que Bárbara Jacobs suele anticipar en las reflexiones intensas y lúcidas de los mismos libros que está escribiendo. Aún en el transcurso de sus versiones finales, mientras se escudriña a sí misma para poner a sus lectores cautivos contra la pared de sus propias incertidumbres creativas, todavía parece preguntarse cómo pudo escribir el libro suyo que estamos leyendo con tanto placer.
Creo que ella no es sólo uno de los buenos escritores en estos tiempos de libros fáciles, sino que no conozco muchos que sepan anticipar con la misma honradez casi suicida el largo y doloroso calvario de su gestación y escritura. Podría pensarse de mala fe que es un truco de astucia para ganar méritos, pero sus lectores cautivos sabemos que es en realidad un caso de honradez inusitada aun a riesgo de su propia obra. Su terror es quizá el mismo y pocas veces confesable que otros escritores picapedreros padecemos desde las primeras tentativas de nuestros textos, pero creo que muy pocos lo vivimos de un modo tan encarnizado como ella en la pesquisa ansiosa de cada palabra perdida, de cada frase banal, de cada átomo del corazón y consciente como pocos de las dificultades inmensas con las que nuestros propios libros empiezan a acosarnos desde mucho antes de ser concebidos.
Soy uno de sus muchos lectores puntuales, y mi admiración por sus libros es apenas comparable con la que tengo por su fidelidad a sí misma."
Gabriel García Márquez

En Lunas, esta originalísima novela sin certezas, narrada desde tres puntos de vista distintos, la autora de Las hojas muertas explora las tensiones entre vida privada y literatura, historia familiar y creación, arte, sueño y psicoanálisis, biografía, discreción e indiscreción, con un estilo que se pregunta urgentemente y duda sin pausa, mientras crea un entramado de voces tentativas preciso y tembloroso a la vez”, Ediciones Era, México, 2010.

"En apariencia, Bárbara Jacobs es una escritora de tono decimonónico y pose tradicional; en realidad no lo es, pues ha sido tocada por la gracia intemporal de Lewis Carroll, el autor que la heroína de Lunas, con consecuencias nefastas, traduce. [...] El final del libro es lírico, es trágico-cómico, es insospechado; una verdadera meditación sobre qué es y qué no es escribir: mediante el epitafio, se penetra en la naturaleza del fracaso, en la existencia vicaria de quien vive a la sombra de la vida, como los diarios y las cartas sobreviven a la caducidad atribuida a los poemas y a las novelas", Christopher Domínguez Michael, Letras Libres, 2011.

Antologías:
Antología del cuento triste, Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs, Editorial Hermes, Barcelona, 1993: "'La tristeza es como la alegría: si te detienes a examinar sus causas acabas con ella. ¿Y quién quiere acabar con la tristeza? ¿O deberíamos decir; quién puede acabar ella? La vida es triste. Si es verdad que en un buen cuento se concentra toda la vida, y si la vida es triste, un buen cuento será siempre un cuento triste.' Guiándose por el criterio de la tristeza tanto como por el de la calidad literaria, Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs han recogido en esta antología los cuentos más tristes de la literatura occidental en el último siglo. Una galería de autores que va desde Chéjov a Carson McCullers, pasando por Thomas Mann y Faulkner, sin olvidar algunos grandes nombres de la literatura en lengua castellana, como Clarín u Onetti."
Carol dice y otros textos, Antología personal, Universidad Nacional Autónoma de México / Ediciones Era, México, 2000: Consiste en una antología de mis libros: Doce cuentos en contra, Escrito en el tiempo, Las hojas muertas, Las siete fugas de Saab, alias El Rizos, Vida con mi amigo y Juego limpo, con un prólogo de la investigadora y crítica española Alicia Llarena, "Espacios íntimos, discursos híbridos", y un epílogo, a manera de entrevista, de Roberto García Bonilla.
Los mejores cuentos mexicanos Edición 2001, selección e introducción de Bárbara Jacobs, con la colaboración de Alberto Arriaga, Joaquín Mortiz / Editorial Planeta Mexicana, México, 2001: "Esta nueva edición de Los mejores cuentos mexicanos, que año con año convoca la editorial Joaquín Mortiz, estuvo a cargo de la escritora Bárbara Jacobs. La selección de estos 23 cuentos, hecha a partir de las revistas y suplementos culturales publicados en el 2000, incluye los escritos de destacados narradores mexicanos de diferentes generaciones y tendencias, así como de otros que apenas empiezan su aventura literaria. Dice Bárbara Jacobs en su introducción: 'Quiero que el lector de esta selección de cuentos se deje prender por ellos como me dejé yo, porque se va a sentir acompañado por experiencias ajenas a la suya, llevado por ellas, como sobre una nube, a territorios diversos.'"

En prensa:
Antología del caos al orden, Editorial Planeta Mexicana / Joaquín Mortiz, México, ... Como digo en mi presentación, "Formé la Antología del caos al orden para acercar al lector a las bellas artes a través de la lectura de expresiones escritas, ya fuera de escritores propiamente dichos, o de músicos, bailarines, pintores o cineastas que, en algún momento, hubieran recurrido también a la pluma para expresarse. Quiero reiterar la idea, además, de que la creación artística suele surgir en condiciones de vida adversas, como fueron las que enfrentaron los veintidós creadores que reuní en estas páginas. [...] [y que] si al tener presente que los veintidós autores y artistas incluidos son grandes, y que a todos, sin excepción, para serlo les tocó desafiar contrariedades enormes, yo podría hacer frente a mi día y sus gajes y conflictos, que en comparación siempre serán menores."
Un amor de Simone, Dirección General de Publicaciones / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, ... Se trata de un ensayo básicamente sobre la relación amorosa de Simone de Beauvoir y Nelson Algren que, me atrevo a insinuar, fue el verdadero y el único amor pasional de Simone de Beauvoir. De paso, también insinúo que si ese amor hubiera prosperado, el pensamiento feminista de Simone de Beauvoir habría sido otro y su vida, ciertamente, más placentera.

En preparación:
Perfil de literaturas: Es una historia de la literatura occidental de la primera mitad del siglo XX a través de los géneros literarios. Clasifiqué treinta géneros; todos, abordados por escritores creadores, cuatro por género, y entre ellos al menos una mujer y un autor de lengua española. Para los géneros clásicos, como la poesía, el cuento, la novela, el drama, mi criterio parece sobrante; pero, para otros, adquiere relevancia. Como por ejemplo, para la traducción o el periodismo.
El libro consiste de una introducción general y un capítulo por género. No lo he decidido, pero creo que llevará algunos apéndices.
La dueña del Hotel Poe es una novela que se definiría mejor si se considerara como la develación y análisis de una mujer múltiple en vías de integración. Se trata de una escritora en sus sesentas, narradora y ensayista, establecida y reconocida en el mundo del lector sofisticado y la más prestigiosa crítica, que de pronto publica, de forma anónima, una novela comercial de gran éxito que la convierte en popular. Con las ganancias inesperadas que recibe, recupera un viejo hotel de la familia en la zona hotelera de la ciudad de México, y en su primer aniversario celebra, pese a la prevención de su esposo y del decano de los huéspedes, una fiesta en el penthouse. Por carta invita a una veintena de amigos suyos que, también por carta y desde diferentes países, aceptan o rechazan la invitación. El intercambio epistolar es la fiesta en sí, y el último capítulo del libro.

Entrevista a Bárbara Jacobs
por Juan Domingo Argüelles
Ciudad de México, 7 de enero de 2012

1. ¿Cómo te hiciste lectora?
BJ: Recojo con cierta extensión la historia completa en un ensayo que incluí en Leer, escribir (Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2011). Pero en síntesis, te confieso que, a pesar de ser hija de un gran lector, y de haber nacido en una casa llena de libros, a mí me costó mucho trabajo empezar a leer y, mucho tiempo, a leer con provecho y con gusto. Lo que finalmente venció mi resistencia fue creer que, si lograba imitar bien a mi papá, y específicamente a dos amigas mías de la infancia (diez, doce años de edad), que eran lectoras muy tempranas y muy agudas, yo les iba a caer mejor.
2. ¿Qué libros marcaron tu vida?
BJ: ¿No preguntas por los libros que me catapultaron hacia la lectura, verdad? En todo caso, algunos de los que marcaron mis años formativos son The Catcher in the Rye, de J. D. Salinger; Un cœur simple, de Gustave Flaubert; Rayuela, de Julio Cortázar; La Oveja Negra y demás fábulas, de Augusto Monterroso; The Garden Party, de Katherine Mansfield, en este orden, cada uno en su lengua original y, los cinco, quizá tardíos, pero de antes de que yo cumpliera veintitrés años de edad.
3. ¿Favoreció la escuela tu vocación lectora?
BJ: Por buena suerte, en los diferentes colegios a los que asistí (primaria, secundaria), en la Ciudad de México y en Montreal, Canadá, tuve profesoras y profesores de lengua y literatura (español, inglés, francés, latín) que amaban las materias que enseñaban. Además, mis disciplinas preferidas, y en las que siempre obtuve las mejores notas, fueron Gramática, Composición y Literatura, aun en los primeros años, cuando tenía miedo de leer.
4. Los libros, ¿mejoran la existencia?
BJ: Los libros, no sé; pero la lectura a mí sí. Cuando estoy leyendo un libro que me gusta mucho, incluso tener que ir a las oficinas de Administración Tributaria me hace reír.
5. La lectura, ¿hace mejores a las personas?
BJ: Si las hace reír o sonreír, sí; supongo que sí.
6. ¿Existen libros específicos para mujeres?
BJ: No sé.
7. ¿Te identificas con la llamada "literatura femenina"?
BJ: Creo que no me identifico con la "literatura femenina", porque ni siquiera sé muy bien a qué se refiere el término. Pero en cambio, con las causas de la emancipación de la mujer y sus luchas sí me he identificado y, aunque siempre de forma individual y alejada, por principio, de toda y cualquier tipo de agrupación o multitud, me identifico plenamente. Lo que me da pena (de pesar) es que, mientras tanto, el hombre siga atado a la noción de su supremacía y no haga nada por su emancipación. ¡Pero mejor no darle ideas! Mejor seguir en mi propia lucha, por mi propia emancipación, un poco en el plan de ¡Sálvese quien pueda!
8. ¿Qué tipo de biblioteca has conformado?
BJ: Perdona, pero me voy a autocitar ("Biblioteca personal", en Leer, escribir, UANL, Monterrey, 2011): "Soy dueña de por lo menos tres bibliotecas personales, la de los libros que poseo físicamente, la de los que leí y por mil razones no guardé y la de los que quiero leer o aunque sea sólo tener pero que no he encontrado todavía. También, de la de los libros sobre los que he oído o leído tanto que me parece que yo misma ya los leí. Y además soy dueña de los únicos libros sin los que de verdad prácticamente no podría vivir, que son los diccionarios, de todo tipo..."
9. ¿Sor Juana es un símbolo de qué?
BJ: Sor Juana es un símbolo de las mujeres excepcionales.
10. ¿Desde cuándo tienes una habitación propia?
BJ: He tenido una habitación propia desde que empecé a llevar diario, que fue a los doce años de edad, una práctica que, a mis sesenta y cuatro, no he interrumpido un solo día.
11. ¿Mujer que sabe latín ni encuentra marido ni tiene buen fin?
BJ: Perdona, pero creo que cada quien habla de la feria según le va en ella.
No sé cuál irá a ser mi fin, pero aprendí latín, tuve marido durante treinta y dos años y, al enviudar, he vuelto a encontrar marido, así que...
12. ¿Cuál es tu género literario favorito?
BJ: Supongo que todos. Después de diez años de trabajar en él, he terminado un libro precisamente sobre los géneros literarios. Encontré cerca de treinta. Y puedo decir que me gustaría ensayar los que todavía no he practicado.
13. Los libros, ¿llevan a la acción o sólo a la reflexión?
BJ: La reflexión también puede llevar a la acción. A veces no termino de leer un libro que me esté entusiasmando mucho porque su estímulo me ha hecho dejarlo y me ha lanzado de inmediato a proyectar o de plano escribir algo propio.
14. ¿Son diferentes las lectoras de los lectores?
BJ: Y las lectoras de las lectoras y los lectores de los lectores. Es decir, cada lector es diferente de otro, como cada lectora de otra y, por lo tanto, sí, las lectoras somos diferentes de los lectores, y nosotras entre nosotras, y los lectores entre los lectores.
15. ¿Qué libro nunca recomendarías y por qué?
BJ: Al contestarte lo estaría recomendando.
16. ¿Lees más en papel o en pantalla?
BJ: Estoy abierta a ambos medios, y cada vez recurro con mayor frecuencia al electrónico, pero, aquí entre nos, ahora que superé el prejuicio al electrónico, prefiero el libro impreso.
17. ¿Te interesa la política?
BJ: En la política, me oriento más con el corazón que con el entendimiento. Incluso podría decir que debo mi vida a la política y sus cuestiones. Así que le doy las gracias todos los días, aunque no le entienda mayormente. Me explico: soy hija de un neoyorquino miembro de las Brigadas Internacionales que lucharon al lado de la República en la Guerra Civil de España; soy viuda de un escritor guatemalteco que huyó de la cárcel de un dictador y por fortuna para mí se exilió en México; y ahora soy mujer de un pintor refugiado español que también vino a dar a este país, con tan buen espíritu político que se considera a sí mismo "un republicano mexicano".
18. ¿Qué libro de una mujer te ha dado envidia de la buena?
BJ: ¿Sólo uno? Digamos, La Plaza del Diamante, de Mercè Rodoreda.
19. ¿Hay algún libro de un autor que te hubiera gustado escribir?
BJ: El lazarillo de Tormes, aunque por ser Anónimo, la autoría puede atribuirse tanto a un autor como a una autora, por ejemplo, Santa Teresa, según me gusta a mí suponer.
20. ¿Qué dirías de la frase de Schopenhauer: "ideas cortas, cabellos largos"?
BJ: Como frase, pienso que es una ecuación sin sentido. Ahora, como la definición urdida por Schopenhauer de la mujer, resulta demasiado sujeta a la moda, lo cual la hace perder sentido. O ganar otro. El hombre ha llevado el pelo largo en diferentes épocas, y cuando no se le ha ondulado o rizado tanto como el de la mujer, ha llevado peluca, de pelo largo, rizado y ondulado. ¿Cómo se habría referido Schopenhauer a Voltaire, que llevaba peluca de pelo largo y es el indiscutible amo del aforismo? El propio Schopenhauer era aforista, y hacía todo porque el pelo que le crecía, si no en el centro del cráneo, sí a los lados, sobre las sienes, se le alargara y enrizara lo más posible. ¿Y se habría burlado del pelo más bien largo de Einstein y su idea cortísima, contenida en sólo tres letras y un número? Por cierto, no sé qué tan sintéticamente se puedan expresar las ideas y las fórmulas de Marie Curie, pero es la única persona, y mujer de pelo largo, que ha ganado el Premio Nobel en dos ocasiones. En todo caso, esta respuesta ya se me alargó demasiado y, además, desde hace un buen tiempo yo, que soy mujer, prefiero llevar el pelo corto, para bien o para mal.
21. ¿Cuál es el peor lugar común que has escuchado sobre las mujeres?
BJ: Que somos seres de pelo largo e ideas cortas.
22. ¿Cuál es la mayor mentira que has escuchado sobre la lectura?
BJ: La que establece que todo alfabetizado sabe leer.
23. ¿Qué opinión tienes de las campañas de lectura?
BJ: Que son bien intencionadas.
24: ¿Se nace con la inclinación lectora?
BJ: Soy un caso que muestra que no necesariamente se nace con la inclinación lectora.
25. ¿Para qué leer?
BJ: Si haces la diferencia entre leer sólo como alfabetizado, y leer como quien sabe leer, hay que leer para ser libres (cuidado con las erratas y los chistes fáciles; dije libres, con e, no libros, con o. Pero, pensándolo bien, la errata o el chiste fácil que convirtieran libre en libro, no sólo no dañaría la palabra libre sino que enriquecería la palabra libro).
26. ¿Cuál es el futuro del libro?
BJ: ¿Libro impreso, libro electrónico? ¿A qué te refieres? En todo caso, por desgracia no soy adivina ni tampoco ninguna buena especuladora, ni siquiera moderadamente científica. Aunque, por otra parte, como soy mujer, sí soy intuitiva. De modo que, para contestar tu pregunta, te diré simplemente que me late que el libro, en la modalidad que quieras, pero como el hombre de Faulkner, prevalecerá.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario