En
esta ocasión y a unos cuantos días de realizarse la presentación
del libro de la escritora Barbara Jacobs, queremos compartir un texto
autobiográfico de la autora. En este escrito se puede percibir la
increíble sensibilidad que caracteriza el estilo de Barbara Jacobs.
También compartimos una entrevista que Juan Domingo Argüelles le
realizó en enero de este año.
Mis
libros y yo
Por Barbara Jacobs
I.
Soy
Bárbara Jacobs. Nací el domingo 19 de octubre de 1947 a las seis de
la tarde en el Sanatorio de Beneficencia Española de la ciudad de
México. Fui la segunda de cinco hijos. Tengo una hermana mayor que
yo y tres hermanos menores. Mis cuatro abuelos fueron libaneses
comerciantes que emigraron a América a principios del siglo XX. El
lado menos próspero, el paterno, judío no practicante, emigró a
Estados Unidos vía Nueva York, en donde nació mi papá, y el
materno, próspero, maronita, medianamente practicante, emigró vía
Veracruz a la ciudad de México, en donde nació mi mamá. Mis
padres, que eran primos segundos, se conocieron, se casaron y
vivieron primero en Estados Unidos y después en México. Cuando se
mudaron de manera definitiva a la capital de este país, mi papá
conservó la nacionalidad estadounidense al igual que el acento al
hablar español (que había aprendido en España, cuando combatió en
la guerra civil española, 1936-1939, como miembro de la Brigada
Lincoln de las Brigadas Internacionales), lo que se sostuvo hasta su
muerte a los noventa años en esta misma ciudad, en donde han quedado
sus cenizas.
Pasé
la infancia en circunstancias particulares. Fiel a su inclinación
atávica de patriarca, a mediados de los años cuarenta del siglo XX,
y tras la muerte de su hijo mayor, mi abuelo materno compró y
amuralló una propiedad de una hectárea arbolada que en el siglo XVI
había sido parte del huerto del Convento del Carmen, a un costado
del Río de la Magdalena, en lo que entonces eran las afueras del
suroeste de la ciudad de México. Su finalidad era vivir rodeado de
sus hijos y sus respectivas familias: o que sus hijos y sus
respectivas familias no vivieran sino bajo su manto y su mando. Se
trataba de tres hijos hombres y sus familias, y una única hija
mujer, mi mamá, y su familia, o sea su esposo y sus hijos, o sea mi
papá y nosotros. Lo cierto es que los nietos de estos abuelos
comunes crecimos juntos, dentro de un mismo jardín cercado y bajo
una misma tutela, con las raíces compartidas enredadas tanto
subterránea como mediterráneamente. Y aunque en sentido estricto
cada uno vivió en casa de sus padres (salvo el nieto primogénito,
al que de niño mandaron a vivir a La Habana con sus otros abuelos, y
mi hermana y yo, que dormíamos y vivíamos a medias en la de
nuestros abuelos maternos, o sea los abuelos que compartimos con el
resto de los primos), todos más o menos fuimos beneficiados, o a
veces no precisamente beneficiados, por el intercambio natural de
tratos y afectos diversos que igualmente recibíamos por parte de los
papás de los demás. Llegamos a ser casi veinte niñas y niños, y
por más que todos recibimos lo mismo, repito, de lo bueno y de lo
malo, finalmente cada uno, y aquí incluyo a nuestros respectivos
padres, se las arregló como pudo, o no se las arregló, se
desenredó, o se enredó todavía más intrincadamente, según se lo
propiciaron y permitieron a cada quien sus características
individuales respectivas, o su propio destino, para bien o para mal
suyo o de los demás.
Por
lo que hace a mí, que creo que entre mi hermana y hermanos desde que
nací fui la más dócil y permeable a mamá, sus valores y sus
principios, la seguí disciplinadamente en las tradiciones, las
convenciones y las buenas maneras de la dama que era, de su alta y
refinada condición y situación, y me temo que incluso en sus sueños
y nostalgias. Con una que otra duda, y supongo que con una
apreciación bastante personal, a diferencia de mi hermana y
hermanos, yo fui una niña más bien religiosa. Más que en la
redención y la vida eterna, que paradójicamente sentía que me
estaban aseguradas, vivía temerosa de la condena inminente en la
Tierra y padecía intensamente la condición del arrepentimiento y la
culpa, por pecados de pensamiento
(y palabra escrita), pues mi palabra
(pronunciada) y mi obra
no dependían, más que esporádica pero siempre reprobablemente, de
mí, sino de mamá. Cuando a los doce años fui expulsada de forma
abrupta de la primaria, mis padres creyeron solucionar el asunto al
mandarme de interna a retomar el curso interrumpido, equivalente a la
secundaria, a un convento en Canadá.
A
mi regreso, con una pierna rota y más confundida que a mi partida,
por instinto de supervivencia, o en busca intuitiva de
autoconocimiento, o de una técnica de defensa personal, o
sencillamente por lo mal o extraño que me sentía y por lo bien
orientada que fui, quinceañera me sometí a mi primer tratamiento de
psicoanálisis (a lo que mi papá accedió únicamente con la
condición de que, salvo los primeros tres meses, que él costearía,
el resto del tiempo que durara lo tendría que solventar yo sola como
pudiera). Esta intervención concreta de mi papá en mi desarrollo,
fue de las únicas que hubo en nuestra relación pero, al igual que
las demás, fue hondamente aleccionadora para mí, clara, profunda y
permanente. Para empezar ocasionó que la presencia de mi papá, más
bien aislada dentro de la familia, como la de una persona retirada,
silenciosa, detenida, apartada, dedicada a leer o a jugar bridge o
ajedrez, cobrara un peso poderosamente sugestivo, en todo caso
determinante y definitivo en mi existencia.
De
niña, antes del estallido, me creía ángel y me proponía hacer el
bien; de adolescente, cuando se me deslizó el disfraz, que incluía
blancura y alas, no sé qué me creía, pero por mi aspecto y mis
actitudes, pues adopté vestirme de negro, y me fui volviendo cada
vez más introvertida, y empecé a circular con un libro, un lápiz y
un cuaderno de arriba abajo, en una ocasión llegué a ser apedreada
en la calle por unos niños, vecinos del barrio en donde yo vivía,
tan hijos de familia como podía serlo yo.
La
que recuerdo y declaro como mi vocación más temprana fue la
medicina. En una covacha del jardín en el que crecí monté una
enfermería con una de mis primas. Ofrecíamos primeros auxilios y
hacíamos experimentos. Una vez abrimos, anestesiado y con bisturí,
al gato de una vecina a la que suponíamos bruja de las malas, pero
que era la bibliotecaria de no sé qué instituto, y que a partir de
aquel episodio nos gritaba "¡Asesinas!" cada vez que se
asomaba al balcón de su casa, que se desmoronaba de vieja, por la
que trepaban hiedras secas y que parecía sostenida por una colección
de escobas de vara de gruesos palos oscuros y torcidos.
Sin
embargo, también me inclinaba por el baile, y durante años asistí
a un estudio de ballet en la calle de Ámsterdam. Incluso algún fin
de curso el grupo dio una demostración en un teatro, pero ésa fue
la única función que concretó, en un par de fotografías, mi sueño
de ser bailarina. (De mayor traté de retomar la ilusión y llegué a
ser alumna de danza moderna en Ballet Nacional, pero de ser
estudiante, aunque aventajada, no pasé.) En la primaria me
entusiasmaban especialmente las asignaturas como la gramática, las
lenguas, la literatura, la caligrafía y, muy en particular, la tarea
que consistía en escribir "una composición". Batallé
mucho para leer hasta conseguir comprender lo que leía y, sobre
todo, encontrarlo interesante y entretenido, pero en cambio siempre
me sentí dispuesta y a gusto al escribir "composiciones",
de tema libre o establecido, me daba igual. Curiosamente, oír en la
iglesia la lectura de los Evangelios o de pasajes del Antiguo
Testamento que, libros sagrados, de inspiración divina o lo que
fueran, son literatura, me encantaba. Tanto, que podría decir que si
en primera instancia la literatura no me entró por la vista, me
invadió por el oído. Quizá su música fue lo que despertó y
atrajo mi imaginación.
No
conservo ninguna de mis "composiciones" escolares, y no es
éste el lugar para repetir lo que sucedió con el primer cuento que
escribí, ni con el primer diario que llevé; pero recuerdo muy bien
cuando, antes de esto, descubrí los juegos de palabras y el placer
que experimentaba al urdirlos y practicarlos.
Aparte
del español, manejo el inglés y el francés; pero no he retenido
gran cosa del árabe que también oí en mi casa y que estudié en
aquellas épocas. De hecho, de todo lo que leí, tanto en los cursos
escolares como en mis propias lecturas, lo que me ha quedado es una
mezcla de bruma y fantasía, a pesar de los primeros lugares que
siempre alcancé y que de forma invariable fui considerada por mis
maestros, aunque algo soñadora y sin iniciativa, como una buena
estudiante, una de las mejores. Es decir, logré ser estudiosa y bien
portada hasta que me volví adolescente y, si no mis estudios, mi
conducta, de buena, pasó a ser mala, una de las peores,
efectivamente como si de ángel me hubiera transformado en asesina.
Hice
la primaria en México en un colegio francés de monjas y de niñas
ricas. Sin embargo, a pesar de haber sido de las alumnas fundadoras,
cuando cumplí doce años y perdí el papel de ángel, las
autoridades me expulsaron, basadas en el diagnóstico de la psicóloga
de planta que me identificó, según consta en el documento
correspondiente, como "la manzana podrida que amenaza con pudrir
la fruta sana a su alrededor". Fue cuando mis padres me mandaron
a Montreal a estudiar. (Destaqué en latín y en álgebra; empecé a
esquiar en la nieve y a estudiar piano.) Al volver, como debí
empezar a trabajar para pagarme el tratamiento psicoanalítico, a la
vez que hacía la preparatoria y esperaba con entusiasmo mi ingreso a
la universidad, me estrené como profesora y di clases de lengua
inglesa. Las primeras, en la Escuela de Enfermeras de las Madres de
la Caridad (mi primer sueldo me alcanzó para pagar mi análisis y
además comprar mi primer escritorio, que conservo). También en ese
periodo, con una amiga fundé el Dispensario de Chimalistac. Luego,
pasado en México el Movimiento Estudiantil de 1968, la Masacre del 2
de octubre en Tlatelolco, y las Olimpiadas, por fin pude inscribirme
en la Universidad Nacional Autónoma de México, ya liberada del
ejército que la ocupó. En vista de que temía y me oponía a
profesionalizar en cualquier sentido mi afición a la literatura y mi
dedicación al oficio de escribir, y debido a que finalmente me había
descubierto incapaz de estudiar medicina, la carrera a la que ingresé
fue la de psicología clínica, de la cual, y tras un accidente de
coche y en consecuencia dos cirugías de la columna vertebral, con
retraso pero con una fuerte sensación de logro, me recibí en 1976
con una tesis sobre la risa.
Hasta
aquí, suponía que mis diferentes inclinaciones podían coexistir
activas sin entorpecerse unas a otras, y que con ellas yo me
encaminaba hacia una existencia posible y armoniosa. Escritora,
bailarina, psicoanalista, cada una con sus características (la de
escribir, de aislamiento, silencio y quietud; la de bailar, de música
y movimiento; y la de ser psicoanalista, de contacto con la gente,
aunque fuera enferma). La primera alerta contra la realización de
dicha existencia armoniosa tri dimensional
en la que yo me visualizaba, fue la noción de que en la vida hay que
"ganarse el pan", algo a lo que me había empezado a
familiarizar al tener que pagar por mis propios medios mi tratamiento
de psicoanálisis. Alcanzaba a darme cuenta de que como escritora y
bailarina no me ganaría nunca ningún trozo de pan, y que para
conseguirlo como psicoanalista, aparte de previamente haber tenido
que esclarecer y estabilizar mis emociones y, en una palabra, toda mi
existencia, si es que lo conseguía, me faltaban años de estudio y
entrenamiento. (Quizás la idealización en que siempre tuve al
psicoanalista o al poeta explique mi deserción definitiva de esos
dos posibles destinos a los que ilusamente aspiré mientras los tuve
en su pureza.)
Comoquiera
que sea, a esta encrucijada o a este dilema se debió que durante
años procurara "ganarme el pan" dando clases. Llegué a
enseñar lengua inglesa tanto en la UNAM como en la Universidad
Iberoamericana, aparte de las lecciones privadas y las que di en
secundarias y preparatorias (nunca he dado ni daría clases en
primarias; ni mucho menos a niños aun menores). Fui investigadora y
profesora de traducción en El Colegio de México y, antes, de
orientación vocacional en dos o tres secundarias. Conduje un taller
de escritura de diario en Las Palmas de Gran Canaria, Mallorca, y
otro, años más tarde, en León, Guanajuato.
Y
puedo decir que he llegado a desempeñarme bien como profesora, si no
como maestra, pero la anticipación del compromiso ha sido siempre
demasiado angustiadora para mí. Equiparo mi padecimiento al que
describen los actores, incluso los grandes actores, que lo llaman
miedo escénico. (Uso
este ejemplo, y no el del miedo a la página en blanco, porque en
este caso lo que a mí
me da miedo no es la
página en blanco, sino la página escrita.)
Más
adelante, las circunstancias se dieron y fui empleada de banco
durante un par de años, pero a pesar de que se trataba de un trabajo
muy diferente del de dar clases, fue tan angustiador para mí como el
de ser maestra. Después de todo, quizá se deba a que el miedo
escénico que padezco se aplica a toda modalidad de trato
con la gente (me temo que incluso con la gente enferma). Me siento
impedida de toda modalidad de trato
con la gente, pero no de observarla.
O comoquiera que sea, no sé de qué manera entender que tampoco
hubiera logrado adaptarme como vendedora, pues en un momento dado
también este empleo intenté. Fue cuando, con dos amigas, pusimos
una tienda de arte y artesanía en la llamada Zona Rosa de la ciudad,
el lugar de moda de entonces precisamente para este tipo de
actividades. Establecimos ante notario nuestro negocio con el nombre
Rodia, el término equivalente griego al español granada.
Otro
oficio que emprendí fue de traductora. Sin embargo, por tratarse la
traducción de un quehacer absorbente y hasta apasionante, y aun
cuando ocuparse en él no implique mayor trato social, a mí llegó a
angustiarme tanto como dar clases o vender grabados, joyería,
cerámica y tapices, de modo que traducir fue uno más de los empleos
en los que, por una razón u otra, tampoco progresé. Y que en ningún
momento me hubiera de veras visto capaz de ejercer como psicóloga es
indicio asimismo de que, con o sin justificación, rechazaba y
rechazaría todo y cualquier quehacer, mejor o peor remunerado, que
no fuera leer y escribir todas las horas del día y de la noche de
todos los días y las noches del año cada año, así tuviera que
arreglármelas o "ganarme el pan" a la buena de Dios, como
las flores del campo.
En
síntesis, después de conformarme idealmente una vida armoniosa
estructurada con ocupaciones diferentes pero que se complementaban;
después de hacer conciencia de la noción de "ganarse el pan"
como una necesidad existencial, y después de la variedad de trabajos
y empleos que emprendí con este fin, llegué a la convicción, hasta
convertirla en mi primera naturaleza, de que lo único que podía
(quería, debía) hacer era escribir y por lo tanto ser escritora, y
que todo lo demás tendría que supeditarse a esta realidad, la única
realidad de existencia que yo veía como posible para mí.
Así,
por lo que respecta entonces y estrictamente a la más incondicional
y arraigada de mis vocaciones, que es la de escritora (ideal para
alguien más afecto a la soledad, la observación y el silencio que a
cualquier otra cosa), diré que los más inconfundibles indicios y
disposiciones siempre estuvieron presentes. De forma espontánea,
anterior y luego paralela a todo esto, había empezado a llevar
diario a los doce años de edad, práctica que he mantenido sin
interrupción hasta el día de hoy, cuando estoy por cumplir sesenta
y cinco años. En mis diarios me he ejercitado en todos los géneros
que luego he ido y voy abordando y desarrollando en mi oficio de
escritora. En ellos he recogido desde poemas (sin pretender ser
poeta) hasta esbozos de novelas, ensayos y dramas, aparte de
conversaciones, sueños, crónicas, viajes, dudas, discusiones,
confesiones, enumeraciones, pleitos, experiencias, recuerdos,
anotaciones y recordatorios de todo tipo, enojos, inventarios, ideas,
lecturas, promesas, retratos de gente, estudios de caracteres,
análisis de la personalidad de conocidos y desconocidos,
observaciones, propósitos, juramentos (por lo general desatendidos),
principios, intimidades, alertas, tramas, argumentos, temas,
coincidencias curiosas, intrigas, paradojas, oraciones y lamentos,
cada vez más oraciones, cada vez menos lamentos. (Últimamente, a
este diario que he descrito he añadido otro, paralelo, que llamo de
trabajo y que ocupo sobre todo para borradores.)
De
manera que, sin mayor conciencia de lo que hacía, pero ya a los
veintidós años, una tarde entresaqué un texto de alguno de mis
diarios, lo pasé a máquina y, en respuesta al ofrecimiento de uno
de mis profesores de psicología en la universidad, se lo entregué a
él para que lo llevara por mí al director de la página cultural de
un periódico (que se trataba de un escritor de novela policial que
era amigo suyo, y que además resultó ser coterráneo y amigo de mis
abuelos maternos). Así, lo primero que publiqué fue un cuento, pero
sólo más tarde me enteré de que pertenecía al género de
literatura fantástica (el editor definió el tema como uno de
transubstanciación). El acontecimiento, que en gran parte fue
producto del impulso y el azar, tuvo lugar en el mes de julio de
1970, casualmente un domingo de elecciones presidenciales, que por
otra parte fue la primera vez que yo votaba.
En
octubre del mismo 1970 de mi primera publicación, me inscribí en el
taller de cuento que coordinaba Augusto Monterroso en la UNAM. A
partir de esa fecha, y sin dejar de ser nunca discípula de
Monterroso, pasé a ser su mujer, su esposa y, treinta y dos años
más tarde, su viuda (que, como papel, no asumí).
(En
el orden existencial, por estas fechas de mi primera publicación y
mi encuentro con Monterroso, y después de haber prácticamente
memorizado A Room of One's Own,
hice el primer intento, que resultó fallido, de salirme del cerco
familiar y vivir por mi cuenta. Puse un departamento que, en homenaje
a Thoreau, llamé Walden.
Pero por razones médicas tuve que dejarlo y volver a la casa
paterna. Cuando me casé hice el segundo intento de separarme del
cerco familiar, pero las circunstancias se dieron para que, tras unos
años de vivir extramuros, de nuevo regresara, pues la casa que había
sido de mis padres, y que en el testamento de mis abuelos maternos
estaba adjudicada a mí, se desocupó, y mi esposo aceptó la
invitación que nos hizo mi mamá a que de una vez la ocupáramos
nosotros.)
Antes
de conocer a Monterroso, yo había leído mucho (incluso a
Monterroso). Pero, por mucho que hubiera leído, ciertamente no había
leído "todos los libros" que quería Mallarmé. Además,
había leído como entre brumas. Sin embargo, a partir de mi
encuentro con Monterroso, me dediqué a leer, ahora sí, "todos
los libros", a leerlos bien, despejada cuanto pude de la bruma,
si no tanto de la fantasía, de la que, por otra parte, parece que no
me puedo acabar nunca de desembarazar, de ahí los falsos recuerdos,
las distorsiones, la fragilidad, en el conocimiento. Pero lo que digo
del progreso de que fue objeto mi aproximación a la lectura a partir
de mi encuentro con Monterroso, lo podría decir del oficio de
escribir, que de igual modo evolucionó.
En
síntesis, por lo que hace a mi ejercicio de escritora, a lo largo de
poco más de las tres décadas que Monterroso y yo convivimos,
publiqué once libros.
Al
enviudar hace casi diez años, empecé una vida nueva, con Vicente
Rojo, que también acababa de enviudar. A pesar de que Vicente y yo
nos conocemos casi desde que yo conocí a Monterroso en 1970, y a
pesar de que las dos parejas fuimos amigas muy cercanas durante los
más de treinta años que coincidimos como tales, ahora que vivo con
Vicente me parece no tanto que lo conozco por primera vez, sino que
me estoy conociendo a mí por primera vez también. No sé a qué se
deba, si a que la vida que empezamos a vivir juntos Vicente y yo es
lógicamente nueva, o a que la vida es básicamente la misma pero
quien es nueva en ella soy yo. O no sé cómo explicarme la impresión
que tengo, y que he tenido desde que empecé a vivir con Vicente, de
que soy una extranjera que llegó a un país desconocido, y que este
país la recibió y diariamente le enseña a hablar su lengua y a
desenvolverse en él con una libertad abierta y sin fronteras. Estas
impresiones en parte se deben, quizás, a que mi vida con Vicente se
desenvuelve en forma definitiva, y por primera vez para mí, afuera o
externamente del cerco familiar.
Comoquiera
que sea, por lo que hace a mi ejercicio de escritora, en estos años
con Vicente he publicado cinco libros más. Tengo otros dos en prensa
y estoy por cerrar todavía otros dos. Aparte, en diciembre de este
2012 cumpliré diecinueve años como articulista quincenal de la
página de cultura del diario La Jornada.
En
cuanto al tema del viaje como conocimiento directo del mundo, diré
que, aun cuando siempre fue por decisiones y circunstancias ajenas a
mi iniciativa y a mi voluntad, desde niña he estado viajando dentro
y fuera de México. Así, conozco bien todas las Américas y El
Caribe, toda Europa y algunos países de lo que fue la Unión
Soviética. En algunas ciudades de estos países he llegado a pasar
temporadas largas. A pesar de que me pliego al dicho que sostiene "No
me gusta viajar, pero me encanta haber viajado", últimamente
entretengo por primera vez la ilusión de hacer dos largos viajes.
Uno de ellos por barco, de un año de duración o más, y el otro por
tren, que puede ser a lo largo y ancho de Europa, Estados Unidos o
Canadá. Tengo deseos de conocer Líbano, Egipto y, específicamente,
Jerusalén. Sin embargo, el lugar al que quiero volver, y en el único
en el que quiero vivir es la ciudad de México, específicamente en
la zona en la que siempre he vivido, que es la de San Ángel,
Chimalistac y Coyoacán.
Por último, puedo decir que con mis libros me ha ido bien, y en
ocasiones hasta muy bien. Por ejemplo, he sido becaria del Sistema
Nacional de Creadores de Arte, y antes que esto, recibí el Premio
Xavier Villaurrutia. Fue en 1987, por mi primera novela, Las
hojas muertas, que además ha sido traducida
al inglés, el italiano y el portugués, y en dos ocasiones
seleccionada, con tirajes de treinta mil ejemplares cada una, por la
Secretaría de Educación Pública para bibliotecas públicas del
país y librerías. Además, en este 2012, Las
hojas muertas cumple XXV años como libro
vivo, lo que quiere decir que en todo este tiempo no ha dejado de
reimprimirse, reeditarse y estar en librerías. Aparte, algunos otros
de mis libros, aunado a su edición impresa, ahora se encuentran en
formato electrónico. Otro reconocimiento que he recibido fue que
Carlos Fuentes me invitara como jurado al Premio Formentor de las
Letras 2012.
Es
cierto que de tanto en tanto me he topado con bemoles editoriales de
toda índole, pero en general reconozco que me ha ido bien. Si puede
ser que de base se deba a que en todos sentidos he sido privilegiada,
también es cierto que he tenido con qué respaldar los privilegios,
y repito que la prueba son tanto las relaciones afectivas que he
sostenido, como mis libros, tanto los publicados como los que están
en vías de preparación o de publicación, que, unos, otros, así
como también lo que está aún en mero esbozo de ser, tratan y se
ocupan de todo lo que se puede desprender y entresacar de Mis
libros y yo, un "todo" que, se
sobreentiende, para hacerse libro ha sido, o deberá ser, elaborado y
transformado en literatura, de ficción o de no ficción.
II.
A
continuación registro comentarios sobre mis libros, ordenados por
género y de forma cronológica. Con algunas excepciones, se trata de
las cuartas de forros de las primeras ediciones, así como de
fragmentos de notas firmadas y sus fuentes.
Cuento:
Doce
cuentos en contra, Martín Casillas
Editores, México, 1982: "Bárbara Jacobs ha escrito en este
volumen una serie de afilados textos en contra de la vida cotidiana,
de la elaboración sorda y doméstica de las desdichas incurables, de
los usos vacuos de la sociedad literaria, del silencio en que sufren
niños y adolescentes el barullo sin sentido del mundo adulto.
En
los cuentos de Bárbara Jacobs, las adolescentes contemplan el mundo,
su mezquindad, su violencia, su oportunismo, con una lucidez sólo
velada por la bruma opaca que producen los incesantes mensajes de su
propio cuerpo: obsesionadas por sus avatares físicos, las
desdichadas noticias que les llegan del entorno se incorporan como
nuevas tachas y fallas y dudas en su piel, sus cabellos, sus humores
y olores.
Todo
ello se realiza en Doce cuentos en contra
con una frialdad terca y sin resquicios, sorprendente en nuestras
letras. A lo largo de sus pulidas y serenas páginas, se revela el
oficio de una escritura sabia, arteramente ingenua, capaz del humor
más inesperado y de una prosa rápida que va directamente a su
meta." (Cuarta de forros de la edición de Ediciones Era)
“Bárbara
Jacobs, autora que puede transcribir al papel el lenguaje real de las
niñas; el lenguaje hablado y el pensado; cosa que, tratándose de
infantes, sólo hemos encontrado en un Dylan Thomas o un James
Joyce”, Francisco Zendejas, 1982.
“En
Doce cuentos en contra
se advierte ya un magnífico conocimiento y un extraordinario manejo
de los resortes que dominan y entretejen el cuento literario. La
autora muestra un notable dominio y una singular maestría para
construir una atmósfera literaria narrativa de cierta relevancia; y
alguno de los cuentos ofrece enorme belleza, una peculiar
perfección”, Luis de la Peña, Babelia, El
País, Madrid, 1996.
Vidas
en vilo, Cultura Urbana
Libros/Colofón/Universidad Autónoma de la Ciudad de México,
México, 2007: "Colección de veinticinco relatos escritos en
distintos periodos de la vida de su autora, el más antiguo tiene
veintiún años. Su común denominador es la presencia de personajes
cuyas vidas se ven marcadas por la incertidumbre, por caminos que se
han perdido en el horizonte. La asombrosa limpieza con que están
escritos, que da su sello a toda la obra de Jacobs, transcurre por
una prosa literariamente sabia y conocedora del género humano al que
retrata en sus intrincados rincones. Cada frase impresa en Vidas
en vilo está fundamentada en una intensa
entrega a la escritura, en la que la frivolidad o la intrascendencia
son inadmisibles, y en una observación minuciosa de la cotidianeidad
llena de matices reveladores, sorpresivos, incluso extraños."
“Relatos
de observación, de trazos delicados, escritos a lo largo de los
años, por lo que cristalizan en su materia un alto saber literario.
Con ellos Bárbara Jacobs ha consumado un libro notable: Vidas
en vilo.
La mayor habilidad se vierte en describir caracteres, figuras,
conductas de cara al tiempo en un disfrute extremo del mundo y su
espesor capcioso”, El
Ángel,
Reforma,
México, 2008.
“El
común denominador de los relatos de Vidas
en vilo es
la presencia de personajes cuyas vidas se ven marcadas por la
incertidumbre, por caminos que se han perdido en el horizonte. La
limpieza con que están escritos, que da su sello a toda la obra de
Jacobs, transcurre por una prosa literariamente conocedora del
género humano”, Economista,
México, 2008.
Ensayo:
Escrito
en el tiempo, Ediciones Era, México,
1985: "Reúne cincuenta y tres cartas no enviadas a la revista
norteamericana Time,
no enviadas pero sí provocadas por algo recogido en las páginas de
sus cincuenta y tres números a lo largo de 1984: la mención de un
autor, la reseña de un libro, la muerte de un artista, la inminente
visita de un cometa; hechos y acontecimientos de mayor o menor
trascendencia que Bárbara Jacobs, al advertirlos, desarrolla a su
manera y transforma en literatura moderna, fresca, nueva.
Desprendiéndose de su punto de partida e impulsándose por su
cuenta, la imaginación de la autora corre finalmente con entera
libertad no hacia la mencionada publicación sino hacia el tiempo, en
forma de cartas convertidas ya en una amalgama de ensayo y cuento,
recuerdos, asociaciones de ideas, tanteos y experimentos en el campo
de la literatura, que es su campo, y en el tiempo: el tiempo que les
dio vida y el tiempo en que se escribieron, que es el suyo y el
nuestro."
“En
Escrito en el tiempo,
Bárbara Jacobs nos sabe dar, con sabrosa e inteligente malicia,
testimonio de su personalísima y aguda manera de ver a las gentes y
el mundo que éstas crean a su alrededor. En este libro, Bárbara
Jacobs ha mostrado un juicio certero y un sentido del humor de una
eficacia demoledora”, Álvaro Mutis, 1986.
“Escrito
en el tiempo es un libro fascinante; un libro
único. El humor no admite aquí colores neutros y por eso no
resulta extraña la piedad que siente el lector ante las grandezas y
miserias de lo cotidiano hecho noticia”, Rafael Humberto
Moreno-Durán, 1988.
Juego
limpio (Ensayos y apostillas),
Alfaguara, México, 1997: "Reúne ensayos literarios, no
académicos, escritos a lo largo de los últimos veinte años. Aunque
algunos de ellos han sido publicados en suplementos de periódicos o
revistas tanto de México, Alemania, España, Centroamérica o el
Caribe, otros sólo fueron leídos a manera de conferencias en estos
mismos lugares o en los Estados Unidos; otros son inéditos.
Si
hemos de unificarlos con un hilo conductor, tal vez éste sería el
de su intención ensayística concebida como forma conglomerante de
géneros, tendiente más al juego entre el comentario y la vivencia,
que a la búsqueda de reflexiones profundas o conclusiones
definitivas.
En
Juego limpio Bárbara
Jacobs anticipa y continúa puntos de encuentro ubicables en sus
libros anteriores: Escrito en el tiempo
y Vida con mi amigo."
“El
juego intelectual y prosístico de Bárbara Jacobs en Juego
limpio es, además de pulcro, elegante”,
Adolfo Castañón, 1997.
Atormentados,
Alfaguara, México, 2002: "Atormentados
nos confronta con mujeres y hombres que no aceptan la imposición de
un modo de vida. El genio está a su lado en forma de literatura,
danza, música, pintura o filosofía, y todo lector encontrará que
comparten algo con él: la conciencia de que existir bajo los
términos de los otros no siempre es una opción.
Con
ensayos breves y contundentes, Bárbara Jacobs nos muestra los lazos
entre las acciones de estos artistas, su obra y nuestra psique; nos
adentra en un tema tan fundamental como apasionante: la condición
humana con todas sus impurezas, sus giros imprevistos y, siempre
acechando, la locura.
Ambrose
Bierce, Horacio Quiroga, Van Gogh, William Faulkner, Charles
Baudelaire, Cesare Pavese..." (Cuarta de forros)
“Atormentados
es una particular nave de los locos en la que los odiados alternan
con los odiadores, pintores, músicos, escritores; y es, sobre todo,
un ejercicio de lectura y admiración que desborda el límite de sus
páginas”, Javier Rodríguez Marcos, Babelia,
El País,
Madrid, 2003.
Leer,
escribir, Universidad Autónoma de Nuevo
León, Monterrey, 2011:
Reúne
ensayos personales precisamente alrededor de los temas de leer y
escribir, aparte del de la iniciación de la autora en estas
actividades, la descripción de su biblioteca personal, o la mención
de algunos de sus autores o libros favoritos.
"Leer,
escribir,
este intenso y lúcido libro, no es otra cosa que una vuelta de
tuerca, o más bien otra vuelta a las muchas otras que Bárbara
Jacobs le ha dado a la tuerca de la lectura y la escritura. Pocas
veces, como en este caso, es más cierta la afirmación de que la
biografía de un escritor está en sus libros, pero no sólo en los
libros que ha escrito, sino también en su biblioteca", Juan
Domingo Argüelles, La
Jornada,
2012.
Relato biográfico:
Vida
con mi amigo, Alfaguara Hispánica,
Madrid, 1994: "A través de una serie de conversaciones que poco
a poco nos van revelando el mundo interior y profundo de una pareja
ligada ante todo por el amor, Vida con mi
amigo nos conduce a la literatura por
distintos viajes, tanto literarios, como geográficos y espirituales.
Con una prosa clara y sólida, Jacobs pretende, en sus propias
palabras, 'devolver a la literatura el carácter de territorio para
iniciados que tiene lo sagrado'. Vida con mi
amigo retoma el diálogo como pretexto para
compartir con el lector su bibliofilia y permitirle entrever la
intimidad de una relación tan imaginativa como real."
“Bárbara
Jacobs describe en Vida con mi amigo
un viaje psicológico mediante una conversación convulsa y cálida a
la vez”, Carlos Fuentes, 1994.
Ensayo narrativo:
Nin
reír, Taller Ditoria / Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, colección Autoria, México, 2009: "Nin
reír es un ensayo narrativo sobre la risa a lo largo de la historia,
la ciencia, el arte, la vida de la autora y la literatura."
“Nin
reír es
un libro sobre la risa, la sonrisa, el buen humor y el humor negro, o
más bien sobre la melancolía –ese otro humor negro--, los
sentimientos azules y la pesadilla, para la cual Bárbara Jacobs
propone un neologismo que no me parece apropiado: caossueño”,
Adolfo Castañón, Letras
Libres,
México, 2010.
Novela:
Las
hojas muertas, Ediciones Era, México,
1987: "En Las hojas muertas una voz múltiple relata la
trayectoria de un hombre cuyo principio fundamental en la vida fue
luchar: de joven por causas que creyó, con razón, que beneficiarían
a la humanidad; en la vejez y hasta el final, por causas que cree,
sin razón, que lo benefician sólo a él.
Miembro
de una familia de emigrantes libaneses, el protagonista pasa de niño
vendedor de periódicos en una pequeña localidad del este de los
Estados Unidos, a corresponsal de una revista neoyorquina en el Moscú
de los años treinta y a combatiente de la Brigada Lincoln en la
Guerra Civil española; más tarde, entre varios oficios y
quehaceres, establece y dirige un hotel en la ciudad de México.
Mientras tanto, su arraigada pasión por la lectura se convierte en
su ocupación diaria, sólo interrumpida de vez en cuando por miradas
al pasado, que ve como una época ciertamente más feliz.
La
espontaneidad y fluidez con que Bárbara Jacobs escribe esta novela
hace que los grandes y mínimos acontecimientos que cuenta, la
acumulación de experiencias trascendentes y conmovedoras que vive el
personaje central se transformen, a través de su lenguaje intenso y
moderno, en un hecho narrativo de primer orden."
“Las
hojas muertas consagra a Bárbara Jacobs. Es
la pequeña y anónima historia de una inmensa desdicha. Es la
poética de la ternura de un fracaso o de los fracasos de todo
aquello que la paradoja de la existencia confirma o, quizás
despiadadamente, armoniza: vida y derrota, elevación y abismo; de
todo aquello que acarrea los pasajeros triunfos”, Luis Mario
Schneider, 1988.
“Las
hojas muertas es la metáfora de una
generación que participó en todas las batallas y perdió todas las
batallas. Contada con fuerza y encanto narrativo”, Amalia
Iglesias, Diario 16,
Madrid, 1989.
“De
una cierta manera, los narradores, los hijos ya maduros, parecen
recoger en sus brazos la vida entera del padre, el júbilo político
de la juventud oscureciéndose con la edad. Recogen todas estas hojas
verdes y muertas y nos las entregan como un regalo en sólo ciento
veinte páginas. Las hojas muertas
es un bello libro”, Grace Paley, 1993.
“Con
Las hojas muertas
Jacobs ha escrito un libro raro y delicado”, Susan Spano, The
New York Times Book Review, 1993.
Las
siete fugas de Saab, alias El Rizos,
Alfaguara, Colección Botella al mar / Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, México, 1992: "Muchísimas cosas ocurren
en la familia de Saab; algunas un poco tristes y otras francamente
divertidas, como sucede en todas las familias. Los hijos,
adolescentes como tú, observan el mundo de los adultos sin
comprenderlo del todo y hablan a su modo de sus propios problemas:
los cambios de su cuerpo, las discusiones de sus padres, la posible
huida de casa, el amor, las drogas...
En
las graciosas cartas que escribe a Saab su hermana menor o en el
diario de la joven que teme ser diferente a sus compañeras,
seguramente encontrarás muchos puntos de afinidad. La escritora
mexicana Bárbara Jacobs, autora de esta novela, aborda con humor y
ternura muchos temas que forman parte de tu vida cotidiana y de los
que no siempre es fácil hablar."
"Las
siete fugas de Saab, alias El Rizos,
perpetrado por Bárbara Jacobs e ilustrado fluidamente por Eko, es un
librito asombroso, donde la autora honró su nombre al hacer caber
sin darle a lo cursi gasmoñoso, las drogas, la incipiente y plural
sexualidad adolescente, la desintegración familiar, la delincuencia
juvenil; en un clima de auténtica melancolía y soledad en la que
ensueñan, aprenden, se ahogan, los protagonistas Saab y su hermana
Serafina. Sin dejar de lado un especial sentido del humor, es uno de
los pocos libros modernos de aventuras juveniles sin final feliz",
Una Pérez Ruiz, Impacto,
1993.
"Ojalá
que Las siete fugas de Saab, alias El Rizos,
sea sólo la primera novela para jóvenes de Bárbara Jacobs. Ojalá
que se entusiasme y escriba otras en las que se interne nuevamente en
su propia experiencia para regalarle al lector la comprensión del
mundo del adolescente; pero una comprensión tierna y llena de
sentido del humor al mismo tiempo, inteligente y escrita con
claridad, con sentido del juego, del divertimento
de escribir para lectores igualmente inteligentes y perspicaces",
Silvia Molina, Nexos,
1992.
Adiós
humanidad, Alfaguara, México, 2000: "Los
fragmentos de una vida inesperada se integran a las múltiples
rupturas del texto. Cool Charlie anota, indaga y define las voces
contenidas en el cuaderno de la vida que se aleja, y para hacerla
suya delira en precisiones, se anticipa a su memoria, anhela
descifrar el alfabeto que se inicia pronunciando las palabras en
familia, transcurre en otras conocidas al exilio, y se refugia en las
del testimonio y la leyenda.
Quien
escribe en Adiós humanidad,
ya sea el hijo, el hermano, el nieto, el sobrino, el hombre, el ser
al que todo el mundo aspira, vuelve sobre el blanco vacío que lo
concibió --unos lo llaman deseo, otros destino y algunos más
misterio--; así transcribe con tinta indeleble el principio de su
angustia, pues a golpe de letra la historia acontece, la frase se
rompe y el diario de un encuentro inesperado se lee como el viaje sin
retorno hacia una despedida.
Con Adiós humanidad,
Bárbara Jacobs trasciende las fronteras de los géneros para
anunciar la madurez de un estilo desenfadado e irónico y reafirmar
la vitalidad de su prosa."
“Una
escritura fragmentaria permite narrar una vida interrumpida. En
Adiós humanidad,
Bárbara Jacobs explora el suicidio como un acto heroico, una forma
lícita de renunciar a la hipocresía de la sociedad, a un mundo sin
felicidad. Críptica, esta novela indaga en el alma de un hombre
cruzado por las historias, los símbolos, los sueños”, Silvia
Isabel Gámez, Reforma,
2000.
Florencia
y Ruiseñor, Alfaguara, México, 2006:
"'Vi entrar en esta Casa a un ser
deslumbrante, me vi caer a sus pies y, al hacerlo, se me desamarró
la bata y mostré a la niñamujer recién llegada lo que es el cuerpo
de un hombre debajo del ombligo. ¿Hay algo más franco, honesto y
directo en el amor?' Éste es el momento más
luminoso en la vida de Ruiseñor Tornero, un hombre que al tratar de
esclarecer el posible asesinato de Quiquiriquí es recluido en la
Casa del Cerro, que el común de la gente llama manicomio, donde pasa
sus días tratando de descubrir quién es él y los otros, fumando su
pipa en el jardín y mirando la lejanía, nunca a la espera de algo
importante, porque así el placer es doble cuando llega, y vaya que
lo fue cuando vio entrar a Nadia.
Esta
novela, en la que hay ecos del Manifiesto
surrealista de Breton, nos convida a la
memoria; a la imaginación y fantasía como actos de libertad por
excelencia; al arte como más alto producto de ésta; a la literatura
ligando los sueños con la realidad y el horror de la locura. Una
novela jocosa pensada para la reconciliación del individuo con el
mundo."
“Florencia
y Ruiseñor,
la más reciente obra de Bárbara Jacobs, enlaza un extraño tejido
novelístico en el que la locura y la lucidez se entremezclan… La
narración se urde con la conciencia de que la fragilidad es el
soporte de la literatura y forma parte de la esencia del ser y de su
memoria”, Nilo Palenzuela, El
Ángel,
Reforma,
México, 2007.
Lunas,
Ediciones Era/Dirección de Literatura, Difusión Cultural, UNAM,
México, 2010: "Algún día tendremos que estudiar con el mayor
cuidado los comentarios que Bárbara Jacobs suele anticipar en las
reflexiones intensas y lúcidas de los mismos libros que está
escribiendo. Aún en el transcurso de sus versiones finales, mientras
se escudriña a sí misma para poner a sus lectores cautivos contra
la pared de sus propias incertidumbres creativas, todavía parece
preguntarse cómo pudo escribir el libro suyo que estamos leyendo con
tanto placer.
Creo
que ella no es sólo uno de los buenos escritores en estos tiempos de
libros fáciles, sino que no conozco muchos que sepan anticipar con
la misma honradez casi suicida el largo y doloroso calvario de su
gestación y escritura. Podría pensarse de mala fe que es un truco
de astucia para ganar méritos, pero sus lectores cautivos sabemos
que es en realidad un caso de honradez inusitada aun a riesgo de su
propia obra. Su terror es quizá el mismo y pocas veces confesable
que otros escritores picapedreros padecemos desde las primeras
tentativas de nuestros textos, pero creo que muy pocos lo vivimos de
un modo tan encarnizado como ella en la pesquisa ansiosa de cada
palabra perdida, de cada frase banal, de cada átomo del corazón y
consciente como pocos de las dificultades inmensas con las que
nuestros propios libros empiezan a acosarnos desde mucho antes de ser
concebidos.
Soy
uno de sus muchos lectores puntuales, y mi admiración por sus libros
es apenas comparable con la que tengo por su fidelidad a sí misma."
Gabriel García Márquez
“En
Lunas,
esta originalísima novela sin certezas, narrada desde tres puntos de
vista distintos, la autora de Las
hojas muertas
explora las tensiones entre vida privada y literatura, historia
familiar y creación, arte, sueño y psicoanálisis, biografía,
discreción e indiscreción, con un estilo que se pregunta
urgentemente y duda sin pausa, mientras crea un entramado de voces
tentativas preciso y tembloroso a la vez”, Ediciones Era, México,
2010.
"En
apariencia, Bárbara Jacobs es una escritora de tono decimonónico y
pose tradicional; en realidad no lo es, pues ha sido tocada por la
gracia intemporal de Lewis Carroll, el autor que la heroína de
Lunas,
con consecuencias nefastas, traduce. [...] El final del libro es
lírico, es trágico-cómico, es insospechado; una verdadera
meditación sobre qué es y qué no es escribir: mediante el
epitafio, se penetra en la naturaleza del fracaso, en la existencia
vicaria de quien vive a la sombra de la vida, como los diarios y las
cartas sobreviven a la caducidad atribuida a los poemas y a las
novelas", Christopher Domínguez Michael, Letras
Libres,
2011.
Antologías:
Antología
del cuento triste, Augusto Monterroso y
Bárbara Jacobs, Editorial Hermes, Barcelona, 1993: "'La
tristeza es como la alegría: si te detienes a examinar sus causas
acabas con ella. ¿Y quién quiere acabar con la tristeza? ¿O
deberíamos decir; quién puede acabar ella? La vida es triste. Si es
verdad que en un buen cuento se concentra toda la vida, y si la vida
es triste, un buen cuento será siempre un cuento triste.'
Guiándose por el criterio de la tristeza tanto como por el de la
calidad literaria, Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs han recogido
en esta antología los cuentos más tristes de la literatura
occidental en el último siglo. Una galería de autores que va desde
Chéjov a Carson McCullers, pasando por Thomas Mann y Faulkner, sin
olvidar algunos grandes nombres de la literatura en lengua
castellana, como Clarín
u Onetti."
Carol
dice y otros textos, Antología personal,
Universidad Nacional Autónoma de México / Ediciones Era, México,
2000: Consiste en una antología de mis libros: Doce
cuentos en contra, Escrito
en el tiempo, Las
hojas muertas, Las
siete fugas de Saab, alias El Rizos, Vida
con mi amigo y Juego
limpo, con un prólogo de la investigadora y
crítica española Alicia Llarena, "Espacios íntimos, discursos
híbridos", y un epílogo, a manera de entrevista, de Roberto
García Bonilla.
Los
mejores cuentos mexicanos Edición 2001,
selección e introducción de Bárbara Jacobs, con la colaboración
de Alberto Arriaga, Joaquín Mortiz / Editorial Planeta Mexicana,
México, 2001: "Esta nueva edición de Los
mejores cuentos mexicanos, que año con año
convoca la editorial Joaquín Mortiz, estuvo a cargo de la escritora
Bárbara Jacobs. La selección de estos 23 cuentos, hecha a partir de
las revistas y suplementos culturales publicados en el 2000, incluye
los escritos de destacados narradores mexicanos de diferentes
generaciones y tendencias, así como de otros que apenas empiezan su
aventura literaria. Dice Bárbara Jacobs en su introducción: 'Quiero
que el lector de esta selección de cuentos se deje prender por ellos
como me dejé yo, porque se va a sentir acompañado por experiencias
ajenas a la suya, llevado por ellas, como sobre una nube, a
territorios diversos.'"
En prensa:
Antología
del caos al orden, Editorial Planeta
Mexicana / Joaquín Mortiz, México, ... Como digo en mi
presentación, "Formé la Antología del
caos al orden para acercar al lector a las
bellas artes a través de la lectura de expresiones escritas, ya
fuera de escritores propiamente dichos, o de músicos, bailarines,
pintores o cineastas que, en algún momento, hubieran recurrido
también a la pluma para expresarse. Quiero reiterar la idea, además,
de que la creación artística suele surgir en condiciones de vida
adversas, como fueron las que enfrentaron los veintidós creadores
que reuní en estas páginas. [...] [y que] si al tener presente que
los veintidós autores y artistas incluidos son grandes, y que a
todos, sin excepción, para serlo les tocó desafiar contrariedades
enormes, yo podría hacer frente a mi día y sus gajes y conflictos,
que en comparación siempre serán menores."
Un
amor de Simone, Dirección General de
Publicaciones / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México,
... Se trata de un ensayo básicamente sobre la relación amorosa de
Simone de Beauvoir y Nelson Algren que, me atrevo a insinuar, fue el
verdadero y el único amor pasional de Simone de Beauvoir. De paso,
también insinúo que si ese amor hubiera prosperado, el pensamiento
feminista de Simone de Beauvoir habría sido otro y su vida,
ciertamente, más placentera.
En preparación:
Perfil
de literaturas: Es una historia de la
literatura occidental de la primera mitad del siglo XX a través de
los géneros literarios. Clasifiqué treinta géneros; todos,
abordados por escritores creadores, cuatro por género, y entre ellos
al menos una mujer y un autor de lengua española. Para los géneros
clásicos, como la poesía, el cuento, la novela, el drama, mi
criterio parece sobrante; pero, para otros, adquiere relevancia. Como
por ejemplo, para la traducción o el periodismo.
El
libro consiste de una introducción general y un capítulo por
género. No lo he decidido, pero creo que llevará algunos apéndices.
La
dueña del Hotel Poe es una novela que se
definiría mejor si se considerara como la develación y análisis de
una mujer múltiple en vías de integración. Se trata de una
escritora en sus sesentas, narradora y ensayista, establecida y
reconocida en el mundo del lector sofisticado y la más prestigiosa
crítica, que de pronto publica, de forma anónima, una novela
comercial de gran éxito que la convierte en popular. Con las
ganancias inesperadas que recibe, recupera un viejo hotel de la
familia en la zona hotelera de la ciudad de México, y en su primer
aniversario celebra, pese a la prevención de su esposo y del decano
de los huéspedes, una fiesta en el penthouse. Por carta invita a una
veintena de amigos suyos que, también por carta y desde diferentes
países, aceptan o rechazan la invitación. El intercambio epistolar
es la fiesta en sí, y el último capítulo del libro.
Entrevista a Bárbara
Jacobs
por Juan Domingo
Argüelles
Ciudad de México, 7 de
enero de 2012
1.
¿Cómo te hiciste lectora?
BJ:
Recojo con cierta extensión la historia completa en un ensayo que
incluí en Leer, escribir
(Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2011). Pero en
síntesis, te confieso que, a pesar de ser hija de un gran lector, y
de haber nacido en una casa llena de libros, a mí me costó mucho
trabajo empezar a leer y, mucho tiempo, a leer con provecho y con
gusto. Lo que finalmente venció mi resistencia fue creer que, si
lograba imitar bien a mi papá, y específicamente a dos amigas mías
de la infancia (diez, doce años de edad), que eran lectoras muy
tempranas y muy agudas, yo les iba a caer mejor.
2.
¿Qué libros marcaron tu vida?
BJ:
¿No preguntas por los libros que me catapultaron hacia la lectura,
verdad? En todo caso, algunos de los que marcaron mis años
formativos son The Catcher in the Rye,
de J. D. Salinger; Un cœur
simple, de Gustave Flaubert; Rayuela,
de Julio Cortázar; La Oveja Negra y demás
fábulas, de Augusto Monterroso; The
Garden Party, de Katherine Mansfield, en este
orden, cada uno en su lengua original y, los cinco, quizá tardíos,
pero de antes de que yo cumpliera veintitrés años de edad.
3.
¿Favoreció la escuela tu vocación lectora?
BJ:
Por buena suerte, en los diferentes colegios a los que asistí
(primaria, secundaria), en la Ciudad de México y en Montreal,
Canadá, tuve profesoras y profesores de lengua y literatura
(español, inglés, francés, latín) que amaban las materias que
enseñaban. Además, mis disciplinas preferidas, y en las que siempre
obtuve las mejores notas, fueron Gramática, Composición y
Literatura, aun en los primeros años, cuando tenía miedo de leer.
4.
Los libros, ¿mejoran la existencia?
BJ:
Los libros, no sé; pero la lectura a mí sí. Cuando estoy leyendo
un libro que me gusta mucho, incluso tener que ir a las oficinas de
Administración Tributaria me hace reír.
5.
La lectura, ¿hace mejores a las personas?
BJ:
Si las hace reír o sonreír, sí; supongo que sí.
6.
¿Existen libros específicos para mujeres?
BJ:
No sé.
7.
¿Te identificas con la llamada "literatura femenina"?
BJ:
Creo que no me
identifico con la "literatura femenina", porque ni siquiera
sé muy bien a qué se refiere el término. Pero en cambio, con las
causas de la emancipación de la mujer y sus luchas sí me he
identificado y, aunque siempre de forma individual y alejada, por
principio, de toda y cualquier tipo de agrupación o multitud, me
identifico plenamente. Lo que me da pena (de pesar) es que, mientras
tanto, el hombre siga atado a la noción de su supremacía y no haga
nada por su emancipación. ¡Pero mejor no darle ideas! Mejor seguir
en mi propia lucha, por mi propia emancipación, un poco en el plan
de ¡Sálvese quien pueda!
8.
¿Qué tipo de biblioteca has conformado?
BJ:
Perdona, pero me voy a autocitar ("Biblioteca personal", en
Leer, escribir, UANL,
Monterrey, 2011): "Soy dueña de por lo menos tres bibliotecas
personales, la de los libros que poseo físicamente, la de los que
leí y por mil razones no guardé y la de los que quiero leer o
aunque sea sólo tener pero que no he encontrado todavía. También,
de la de los libros sobre los que he oído o leído tanto que me
parece que yo misma ya los leí. Y además soy dueña de los únicos
libros sin los que de verdad prácticamente no podría vivir, que son
los diccionarios, de todo tipo..."
9.
¿Sor Juana es un símbolo de qué?
BJ:
Sor Juana es un símbolo de las mujeres excepcionales.
10.
¿Desde cuándo tienes una habitación propia?
BJ:
He tenido una habitación propia desde que empecé a llevar diario,
que fue a los doce años de edad, una práctica que, a mis sesenta y
cuatro, no he interrumpido un solo día.
11.
¿Mujer que sabe latín ni encuentra marido ni tiene buen fin?
BJ:
Perdona, pero creo que cada quien habla de la feria según le va en
ella.
No
sé cuál irá a ser mi fin, pero aprendí latín, tuve marido
durante treinta y dos años y, al enviudar, he vuelto a encontrar
marido, así que...
12.
¿Cuál es tu género literario favorito?
BJ:
Supongo que todos. Después de diez años de trabajar en él, he
terminado un libro precisamente sobre los géneros literarios.
Encontré cerca de treinta. Y puedo decir que me gustaría ensayar
los que todavía no he practicado.
13.
Los libros, ¿llevan a la acción o sólo a la reflexión?
BJ:
La reflexión también puede llevar a la acción. A veces no termino
de leer un libro que me esté entusiasmando mucho porque su estímulo
me ha hecho dejarlo y me ha lanzado de inmediato a proyectar o de
plano escribir algo propio.
14.
¿Son diferentes las lectoras de los lectores?
BJ:
Y las lectoras de las lectoras y los lectores de los lectores. Es
decir, cada lector es diferente de otro, como cada lectora de otra y,
por lo tanto, sí, las lectoras somos diferentes de los lectores, y
nosotras entre nosotras, y los lectores entre los lectores.
15.
¿Qué libro nunca recomendarías y por qué?
BJ:
Al contestarte lo estaría recomendando.
16.
¿Lees más en papel o en pantalla?
BJ:
Estoy abierta a ambos medios, y cada vez recurro con mayor frecuencia
al electrónico, pero, aquí entre nos, ahora que superé el
prejuicio al electrónico, prefiero el libro impreso.
17.
¿Te interesa la política?
BJ:
En la política, me oriento más con el corazón que con el
entendimiento. Incluso podría decir que debo mi vida a la política
y sus cuestiones. Así que le doy las gracias todos los días, aunque
no le entienda mayormente. Me explico: soy hija de un neoyorquino
miembro de las Brigadas Internacionales que lucharon al lado de la
República en la Guerra Civil de España; soy viuda de un escritor
guatemalteco que huyó de la cárcel de un dictador y por fortuna
para mí se exilió en México; y ahora soy mujer de un pintor
refugiado español que también vino a dar a este país, con tan buen
espíritu político que se considera a sí mismo "un republicano
mexicano".
18.
¿Qué libro de una mujer te ha dado envidia de la buena?
BJ:
¿Sólo uno? Digamos, La Plaza del Diamante,
de Mercè Rodoreda.
19.
¿Hay algún libro de un autor que te hubiera gustado escribir?
BJ:
El lazarillo de Tormes,
aunque por ser Anónimo, la autoría puede atribuirse tanto a un
autor como a una autora, por ejemplo, Santa Teresa, según me gusta a
mí suponer.
20.
¿Qué dirías de la frase de Schopenhauer: "ideas cortas,
cabellos largos"?
BJ:
Como frase, pienso que es una ecuación sin sentido. Ahora, como la
definición urdida por Schopenhauer de la mujer, resulta demasiado
sujeta a la moda, lo cual la hace perder sentido. O ganar otro. El
hombre ha llevado el pelo largo en diferentes épocas, y cuando no se
le ha ondulado o rizado tanto como el de la mujer, ha llevado peluca,
de pelo largo, rizado y ondulado. ¿Cómo se habría referido
Schopenhauer a Voltaire, que llevaba peluca de pelo largo y es el
indiscutible amo del aforismo? El propio Schopenhauer era aforista, y
hacía todo porque el pelo que le crecía, si no en el centro del
cráneo, sí a los lados, sobre las sienes, se le alargara y enrizara
lo más posible. ¿Y se habría burlado del pelo más bien largo de
Einstein y su idea cortísima, contenida en sólo tres letras y un
número? Por cierto, no sé qué tan sintéticamente se puedan
expresar las ideas y las fórmulas de Marie Curie, pero es la única
persona, y mujer de pelo largo, que ha ganado el Premio Nobel en dos
ocasiones. En todo caso, esta respuesta ya se me alargó demasiado y,
además, desde hace un buen tiempo yo, que soy mujer, prefiero llevar
el pelo corto, para bien o para mal.
21.
¿Cuál es el peor lugar común que has escuchado sobre las mujeres?
BJ:
Que somos seres de pelo largo e ideas cortas.
22.
¿Cuál es la mayor mentira que has escuchado sobre la lectura?
BJ:
La que establece que todo alfabetizado sabe leer.
23.
¿Qué opinión tienes de las campañas de lectura?
BJ:
Que son bien intencionadas.
24:
¿Se nace con la inclinación lectora?
BJ:
Soy un caso que muestra que no necesariamente se nace con la
inclinación lectora.
25.
¿Para qué leer?
BJ:
Si haces la diferencia entre leer sólo como alfabetizado, y leer
como quien sabe leer,
hay que leer para ser libres (cuidado con las erratas y los chistes
fáciles; dije libres, con e, no libros, con o. Pero, pensándolo
bien, la errata o el chiste fácil que convirtieran libre en libro,
no sólo no dañaría la palabra libre sino que enriquecería la
palabra libro).
26.
¿Cuál es el futuro del libro?
BJ:
¿Libro impreso, libro electrónico? ¿A qué te refieres? En todo
caso, por desgracia no soy adivina ni tampoco ninguna buena
especuladora, ni siquiera moderadamente científica. Aunque, por otra
parte, como soy mujer, sí soy intuitiva. De modo que, para contestar
tu pregunta, te diré simplemente que me late que el libro, en la
modalidad que quieras, pero como el hombre de Faulkner, prevalecerá.
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