En está ocasión y posterior a nuestro Congreso, estaremos publicando algunos de los trabajos que sus realizadores nos han compartido para ser publicados en nuestro Boletín digital. En esta ocasión presentaremos el trabajo sobre “Dora” presentado por uno de nuestros invitados, el Dr. Fernando Orduz, Psicoanalista Didacta de la Sociedad Colombia de Psicoanálisis. Su trabajo hace una excelente descripción de lo que para él son las histéricas en estos tiempos. Esperamos que lo disfruten.
Lady
Dora 2012: De la tradición en el discurso, a la invención de nuevas
formas de poner a gritar al cuerpo
Andrea
Escobar Altare2
I.
Historia de la Histeria en Psicoanálisis
En
la carta a Fliess del 25 de enero de 1901, Freud le comunica:
«“Sueño
e histeria” quedó listo ayer, hoy ya siento la falta de algo que
me aturda. Es un fragmento de análisis de una histeria, en que los
esclarecimientos se agrupan en torno de dos sueños, por lo tanto en
verdad, es una continuación del libro de los sueños. Además hay
resoluciones de síntomas histéricos y perspectivas sobre el
fundamento sexual-orgánico del todo. Es, como quiera que sea, lo más
sutil que he escrito hasta ahora y horrorizará todavía más que lo
usual. Como quiera que sea, uno cumple con su deber y por cierto no
escribe para el día» (pág. 476).
¿Por
qué Freud anuncia que su historial causará más horror que aquel
que habitualmente generaron sus publicaciones? ¿Qué hay tras esta
frase? ¿Quién se horrorizaría frente a la histeria?
Creo
que dicho adjetivo señala algo que se sale de lo normal, que impacta
a los sentidos mas allá de un umbral de percepción. Freud enuncia
el mas que lo usual, señalando que algo en la histeria y en su
comunicación desborda un límite.
La histeria ha tenido caracteres epidérmicos, queriendo decir con ello que es un trastorno, patología, ó estructura que tiene manifestaciones de superficie. De hecho su sintomatología opera en terrenos de la musculatura estriada y del sistema nervioso voluntario dejando la musculatura lisa y el sistema nervioso autónomo para una somatización más cercana a la estructura narcisista.
La
hipótesis a desarrollar es que la histeria sigue siendo una
estructura que hace manifestaciones en el soma. Hoy en día
escuchamos que hay nuevas formas patológicas y fruto de esa idea
oímos que hay mas patologías narcisistas. ¿Es esto así? A causa
de los mecanismos que la constituyen: imitación, sugestión,
identificación; el síntoma histérico hoy en día se enmascara en
nuevas formas de expresión en la superficie visible del cuerpo. Tal
vez existe sin que la observemos.
Para
Charcot la histeria existió como espectáculo visible, pero a la que
no se la podía oír: el cuerpo de ellas era presentado en un
auditorio, a la mejor manera del teatro, ante un público que se
mostraba expectante ante la aparición del síntoma en el cuerpo.
Sorpresa para los ojos, impacto para la mirada, expresiones de
exclamación por parte del auditorio. La histeria ha construido
siempre escenarios de visibilidad, la hemos visto y nos hemos
conmocionado con ella. Pero su espectáculo visual ha ocultado sus
palabras. A la manera de Freud, ¿Deberíamos develar el espectáculo
que produce hoy en día?
Es
curiosa la idea que no se la pueda oír, porque como decíamos antes,
al ser una patología que hace operar sus síntomas en la superficie
del cuerpo, diría que la histeria grita, se evidencia.
Si
Dora llegara a nuestro consultorio: ¿cómo nos hablaría de su
padecer? Probablemente no hablaría a través de la dolencia de un
cuerpo que se paraliza ó pierde movilidad; hoy en día la anestesia
y la parálisis motora han dejado de ser las formas de expresión del
cuerpo en la cultura moderna. Más bien todo lo contrario: hoy el
cuerpo es hiper-estimulado e hiper-accionado; la vida moderna se ha
convertido en un estimulador permanente de nuestros sentidos y en una
fuerza propulsora en oposición a la quietud. Buscamos experiencias
sensoriales extremas, estamos saturados de diagnóstico de
hiper-kinéticos, vivimos estresados y en acción permanente. Ya no
es el cuerpo inmóvil de la observación; Se trata ahora del cuerpo
que actúa, que se muestra, que se evidencia ya no en la pasividad
del ser mirado, sino en la actividad para ser mirado, (del cuerpo
estasis al cuerpo éxtasis).
Las
primeras teorías de Freud sobre la histeria se ocupaban de formular
explicaciones económicas: una energía que sobrecarga al sistema y
que no puede encontrar una forma de derivar psíquica, y por lo
tanto busca caminos a través del soma. Un obstáculo que impide que
la energía potencial se realice y por lo tanto se actúa de manera
somática. El cuerpo histérico se paralizaba ó anestesiaba, fruto
de una sexualidad ó una energía que se detonaba y quedaba contenida
sin otra posibilidad de emerger. Parálisis y anestesias, seguramente
hablaban de eso que
les acontecía, de
la energía que se paralizaba y dejaba potencialmente una sensación
que al no poder ser acto, dejaba la marca de la insensibilidad.
Solo
por traer a la memoria, Freud se basa en la Teoría de William
Cullen en 1769, quien consideraba las neurosis como una irritabilidad
del sistema nervioso fruto de una no posibilidad de dar salida a los
fluidos neuronales. Cullen, inventor del concepto de neurosis hablaba
de cargas y descargas de los cuerpos sometidos a electricidad
Intentando
conservar la tradición explicativa del modelo energético de Freud,
¿Qué podemos decir de la histérica de hoy bajo el presupuesto de
la hiper-kinésis y la hiper-estimulación? Una energía que no se
paraliza y que encuentra múltiples caminos para expresarse. Si el
cuerpo es una expresión de ello, podría pensarse entonces que el
cuerpo histérico de hoy se agita, se sobre-excita en espacios de
visibilidad permanente, en una versión moderna de esos teatros de
Charcot de los que hablamos. Y bajo la idea de Cullen, el sistema ya
no está contenido, sino permanente y continuamente desbordado.
II.
Historia de una Histeria
Cuando
Lady Dora ingresó por primera vez al consultorio, me quedé
mirándola: se trataba de una mujer muy llamativa, vestida con una
falda larga de muchos colores que me recordó a las bailarinas
contemporáneas, una mochila arhuaca indígena y una diadema tejida
de muchos colores. De andar pausado, pero observando todo, se movió
con delicadeza hasta el sofá y, levantando las cejas. Su rostro
maquillado resaltaba sus gestos y era muy cuidadosa en la forma de
hablar. Estudió antropología y ha estado muy conectada con las
gestiones culturales relacionadas con algunas de las poblaciones
excepcionales que conviven en nuestro país: trabajos con mujer y
problemáticas de género, con indígenas, con población
afro-descendiente. Algo de cada una de estas comunidades encontré en
su cuerpo desde el primer encuentro.
Me
dijo que necesitaba con urgencia hablar, para poder sentirse
tranquila: tenía una relación de pareja con un hombre indígena,
dedicado al movimiento político de su comunidad, y con quien tenía
una vida sexual “increíble, muy, muy, muy buena”. Para ella, una
mujer blanca, que vivía sola, de un nivel socio-económico superior,
constituía un triunfo poder escoger con libertad la pareja que ella
quería.
Lady
Dora ha tenido varios procesos terapéuticos. Inicia un primer
análisis hace seis años luego de salir de un centro de atención
para trastornos de alimentación en el cual escuchó que ella era una
mujer histérica. Luego por motivos de viaje de su analista hace un
segundo proceso. En su primer análisis descubre las teorías
psicoanalíticas que relacionan la histeria con dificultades en
tener una vida sexual placentera, enunciación que nunca sintió
cercano a sí misma. Últimamente venía pensando ella, que aquellas
teorías que le habían mencionado, no le servían: “todas esas
equivalencias entre la comida y el cuerpo, ese discurso de que la
sexualidad está relacionada con el cuerpo ya no me sirve (….) si
yo hago el amor con mi novio delicioso, me vengo las veces que yo
quiera. Y como, cuando yo quiero y como de todo, no estoy pendiente
de lo que me va a engordar o no. Ya he leído suficiente sobre la
histeria”. Sólo atiné a decirle: “tal vez esas teorías ya no
te sirven ahora, tendremos que buscar otros caminos para entender
mejor lo que sientes”.
En
todo caso su cuerpo era el protagonista, adornado por las palabras:
Lady Dora se había dedicado desde la niñez a intervenir su cuerpo
como una manera de apropiárselo. Estas intervenciones iban, desde el
cambio del largo y el color de su pelo, pasando por diferentes tipos
de maquillaje, de atuendo, de adornos, con algunas perforaciones
agregadas en algunas partes del rostro y expansiones en las orejas.
Su cuerpo había sido el principal doliente de su historia y en forma
severa: el padecimiento de trastornos de la alimentación con
episodios que iban y volvían de acuerdo con su estado de ánimo. En
esta época peleaba mucho con su cuerpo por considerarlo muy
voluptuoso.
Ha
tenido relaciones de pareja con hombres interesantes, inteligentes, a
menudo cultos, que en la mayoría de los casos se encontraban por
debajo de ella en cuanto sus posibilidades económicas y que
finalmente ella dejaba. La mayoría han estado dedicados a labores de
gestión cultural (afros, indígenas, músicos, literatos)
Proviene
de un hogar conformado por una madre débil y frágil, protegida por
un padre idealizado, dominante, capaz de solventar todas sus
necesidades. Su padre deja a su madre por una mujer más joven hace
diez años. La sombra del padre está permanentemente en las sesiones
o en su vida. Mientras ella sostiene económicamente a sus parejas,
su padre cubre muchos de sus gastos.
Lady
Dora trae un sueño al análisis:
“Yo
estoy caminando por un sitio que parece una aldea, es como otro
siglo. Estoy en la plaza y está muy llena de gente, hombres, mujeres
y niños. Y de pronto veo encima de una tarima a una mujer muy
blanca, con el pelo mono casi blanco, de ojos muy azules, y está
vestida como con medias y zapatos con broche, y una camisa con
adornos y cuello alto. Yo la miro, ella voltea y me mira, sonríe
todo el tiempo y de repente aparece una espada con la que le cortan
la cabeza. Yo veo cómo se cae la cabeza, pero no estoy nerviosa,
estoy sorprendida y quiero mirar y mirar, como buscando algo. Me
quedo mirando en su cuerpo el cuello, en dónde cortaron, y sólo
quiero mirar que podrá haber adentro. Me quedo pensando en qué más
habrá por dentro…”
¿Será
que el otro siglo se refiere al siglo pasado y la aldea a su
infancia?
¿Será
que la mujer muy blanca, muy nívea, muy Barbie de zapatos de broche
y cuello alto representa la inocencia infantil?
¿La
cabeza cortada la castración?
En
la línea de lo que venimos hablando, más allá de lo dicho, me
parece relevante la idea de mirar adentro, una acción que buscar ir
más allá de la superficie de su cuerpo. De la mirada de la
superficie al volumen, de lo bidimensional a lo tridimensional, una
mirada al continente oscuro.
III.
Histeria en la Historia Actual.
Desde
los inicios de nuestra formación como psicoanalistas venimos
escuchando de manera reiterada la idea que las patologías modernas
han cambiando. De las neurosis hemos virado hacia las patologías
límites. No es que no creamos que las patologías pueden desaparecer
de la faz de la tierra, y de hecho la presencia de las vacunas en la
historia de la humanidad así lo ha demostrado como hecho.
Pero
¿Sí habrá podido operar el psicoanálisis como una vacuna sobre la
mente? ¿Su teoría sobre la represión habrá podido llevar a una
especie de conciencia social sobre el funcionamiento de sus defensas
que haya llevado a diluir dicha enfermedad de la faz de los
consultorios y de las clasificaciones políticas de la salud mental?
Es
cuando queremos proponer volver a pensar la histeria, piedra
estructural de nuestro quehacer analítico.
Si
hay un cuerpo que ha sido atravesado por el discurso analítico, es
precisamente el cuerpo de la histérica, tanto que ya hace parte del
argot popular reconocer a una mujer con esta condición, incluso
cuando estamos en una fiesta con amigos, caminamos por la calle ó
dictamos clases en una universidad: las vemos, cómo no notarlas, y
advertimos de la necesidad de cuidarse de no caer cautivados ante sus
pies. Histórico es el hecho de la sugestionabilidad que reconocemos
en el existir histérico, además que sus síntomas, como también lo
señaló ya el psicoanálisis, varían de acuerdo con la moda y las
tendencias del cosmos.
Creemos
que hoy en día el cuerpo histérico se convulsiona de otra manera en
los teatros que llevan el título de “Gym”, se híper-sensibiliza
en los “Spa”, se dramatiza en cualquier lugar que tenga una
escena: la televisión, la calle, las oficinas, los congresos. El
cuerpo de la histeria de hoy grita en conciertos ó en la sala de
consulta de un médico. La híper-estimulación tiene como símbolo
al grito, y asociado al grito el dolor.
De
alguna forma la queja dolorosa (ó el grito orgásmico) sigue
asistiendo a nuestra consulta, recorre consultorios, le sigue
hablando al médico quien al no escucharla, hace que la histeria de
hoy busque otras alternativas, como las nuevas medicinas, el chamán,
la cura medicinal-natural, el Taita y el Yagé.
Siguiendo
el esquema que Cullen lega a Freud, hoy el sistema está
hipersaturado de estimulación y algo de ese elemento hiperestimulado
debe quedar como un sobrante que no logra ser asimilado por el
sistema, una especie de resto que queda potencializado pero no
actualizado y que por tanto debe buscar caminos postergados de
descarga somática.
Pensando
en un esquema un poco más simbólico, es como si hubiera un exceso
de sobre significación, y que ese exceso o sobrante escapa a la
capacidad de ser entendido, y de nuevo por esta vía del algo que
ex_cede, solo logra buscar el camino de la acción corporal.
Pensando
en los mecanismos de acción mental, ese excedente (energético,
lingüístico) que no logra ser incorporado, se tatúa en la
superficie del cuerpo, se adhiere como un resto que no logra ser
asimilado, metabolizado.
Hoy
la histeria sigue discurriendo por el cuerpo, pero no sólo a través
del cuerpo que se duele en diversas quejas: fibromialgia, artrosis,
jaquecas; sino a través de un cuerpo que se excede, que goza y se
divierte (y sufre al no lograr ese ideal de cuerpo que anhela), es un
cuerpo que se maquilla, se tatúa, se perfora, se peina, se atavía,
se interviene pero no deviene sino que transita efímeramente por
diversas facetas.
¿Pero
que hay tras la superficie opaca que no permite ver el trasfondo de
la superficie? ¿Habrá que tajar el cuerpo para ver qué hay en su
interior?
Como
diría el poeta colombiano Jaime Jaramillo:
Mi
negra se aceita el codo, se pule el pelo, acicala,
Se
emperimbomba, se tiñe, se sahúma, se apercala,
Se
va de rumba y regresa cuando está la noche alta.
Yo
no sufro por mi negra. ¡Cómo me alegra mirarla!
Mi
negra camina en versos de cuatro ó cinco tonadas,
Su
habla es un canto largo, con las palabras cortadas.
Mi
negra es dulce por fuera. Por dentro yo no sé nada.
Por
dentro mi negra tiene alguna cosa guardada.
Referencias
- Bollas, C (1987) El Psicoanalista y la histérica. Capítulo III: Contratransferencia. En: La Sombra del objeto: psicoanálisis de los sabido no pensado. Argentina: Amorrortu
- Freud, S (1887-1904) Sigmund Freud, Cartas a Wilhem Fliess. Buenos Aires: Amorrortu.
- Freud, S ((1901) 1905) Fragmento de Análisis de un caso de Histeria. Tomo VII. Argentina: Amorrortu.
- Freud, S (1923) El Yo y el Ello. Tomo XIX. Argentina: Amorrortu
- Jaramillo, J (1982) Extracto de Poesía. Cuadernos de Poesía. Colcultura.
1
Psicoanalista, Miembro Titular, Sociedad Colombiana de Psicoanálisis
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